Por Elena Valero Narváez.-

La pandemia del coronavirus ha permitido expresarse a muchos sociólogos, economistas, educadores, periodistas, filósofos, quienes asombrados relatan la situación que vive el mundo por la pandemia y aventuran qué sucederá cuando volvamos a la normalidad. Lo que hacen en realidad es tratar de responder a una pregunta que de alguna manera todos nos hacemos. ¿Habrá un cambio tal que nos permita seguir avanzando hacia una mejor calidad de vida o esta experiencia nos lleva a la desvalorización de nuestra cultura olvidando, como lo hacen muchos desde la abundancia, las enormes posibilidades que nos brinda, gracias al contenido ético de sus instituciones?

No concuerdo con la perspectiva catastrófica. Karl Popper el gran defensor de la sociedad abierta, nos ha predispuesto bien con respecto a la Sociedad Occidental y su cultura. Que no es perfecta, no es novedad, para quienes no somos devotos de las utopías, pero, como él gran filósofo, también es posible asegurar que es la mejor de las que existieron hasta ahora. Las democracias occidentales han fortalecido la libertad y los derechos individuales

Aunque nos resulte imposible conocer con exactitud, hacia dónde vamos, solo podemos conjeturar, sí sabemos, que un mundo mejor depende de nuestras ideas, por ello preocupan las declaraciones de algunos funcionarios. El presidente Aníbal Fernández rebaja a los empresarios, ensalza a Moyano, un sindicalista que muestra aún más que el presidente, “fatal ignorancia” sobre cómo funciona el sistema capitalista. Si bien son, y serán muchos, los problemas que no podremos resolver, el problema del virus que atormenta a tantos seres humanos en el mundo, estimo que pasará en poco tiempo, gracias al desarrollo en todos los planos, que ha alcanzado la ciencia y la técnica en Occidente. Aunque, es probable que origine, también, problemas no previstos, y haya que pagar un alto costo, sobretodo, en vidas humanas y en grados de desarrollo.

Los que entienden cómo funciona el mercado, pueden aseverar que todas las economías se verán afectadas, aunque más en los países que tenían, antes de la cuarentena, problemas económicos graves.

A la Argentina le costará emerger, aunque tengamos mucho más recursos que otros países: aumentará la pobreza y la indigencia, ya que muchos son los que si no trabajan “no comen.” En especial cuentapropistas e informales se las verán “negras”. El mundo tendrá el mismo problema pero, como sucedió, luego de la Segunda Guerra, algunos países digerirán mejor la situación. Serán aquellos que están preparados para generar más rápido riqueza o sea, mayor producción y productividad.

Nos gobiernan personas que tienen ideas erróneas sobre la política, la cultura y la economía. Esta pandemia ha hecho pensar que quien organiza bien el sistema sanitario aunque sea entusiasta de ideas populistas, podrá solucionar, también, los graves problemas económicos que se avecinan. Personas influyentes en el área académica aconsejan un Estado aún más presente, en vez de bregar para que la sociedad civil, luego de alejado el peligro y miedo inicial, asuma otra vez, las funciones que ha acaparado el Estado, a veces de facto.

Superar las dificultades económicas, extendidas por las necesidades que trajo la pandemia, necesitará de la responsabilidad de quienes nos gobiernan. Deberían enfrentarlas creativamente, en vez de limitarse a aullar por lo que no hizo el gobierno anterior, utilizándolo de chivo expiatorio para esconder que no son capaces de enfrentar los desafíos a los que nos enfrenta el presente. No es posible que haya unanimidad de ideas, pero si necesitamos que se discutan las diferentes teorías en universidades y centros de investigación de políticas públicas, con pensadores de gran nivel y experiencia, que lleven los problemas que no nos permiten despegar, a un nivel más elevado que el actual.

El gran inconveniente que tenemos es, que si bien la meta de mejorar la vida de los argentinos es buena , sobre todo las de los que menos tienen, los procedimientos para alcanzarlas han demostrado ser errados Programas de base socialista o nacionalsocialista se han probado y han llevado a catástrofes peores que la que estamos viviendo en la actualidad, donde la tortura, el miedo y la muerte fueron obra de hombres que se creyeron omniscientes, con costos desmesurados, no solo humanos, sino éticos y culturales. La Segunda Guerra Mundial costo 50 millones de muertos y una pavorosa destrucción.

La percepción que tengamos de las dificultades que se presentan, dependerá de la regresión o progreso de las relaciones humanas y de la cultura. Los problemas sobre educación, salud, pobreza, seguridad, siempre existieron, hoy tenemos mejores armas para morigerarlos, gracias al ansia de saber de algunos hombres y a que haya, en algunos países, condiciones basadas en la libertad para la investigación y creación.

Se dice por ahí, que se volverá atrás en el proceso de expansión de los mercados internacionales retornando a lo que se había abandonado: autarquía y nacionalismo económico. No me inclino por esta opinión: el mundo ya es una sociedad planetaria, no puede haber progreso capitalista sin un mercado mundial.

A las empresas modernas del siglo XXI, les queda chico el mercado nacional. El capitalismo que no existe sin los mercados, se deterioraría con una política que intentara reducir su expansión, y sin la separación del poder político del económico, cuyo fundamento es la institucionalización de la propiedad privada.

No creo que los Estados se cierren indefinidamente. La globalización es muy posible que persista porque representa producción masiva, literatura universal, facilidades de las redes de comunicación que llevan civilización, a todos los rincones del mundo. El capitalismo abre las puertas a la mundialización por ello crea una riqueza increíble en poco tiempo. Marx predijo su expiración, como ahora algunos predicadores del futuro, que aún se niegan a reconocer la equivocación de Marx. El capitalismo no crea pobreza, sino una formidable riqueza material y espiritual. Los empresarios solo pueden ganar si la generan, es la razón de la existencia de las empresas. La extensión de los mercados dependerá de la voluntad de los consumidores, no del voluntarismo estatal.

Aunque no existe un capitalismo puro, fue el norte de los países que progresaron como es Alemania, EEUU, Gran Bretaña, Australia, España, Francia, Japón, Israel y otros países conocidos por todos. Sin embargo, aún persisten cosmovisiones anticapitalistas, por ello se mantienen subsidios ilegítimos, proteccionismo y políticas intervencionistas, pero en proporciones mucho menores que en nuestro país. En cuanto a China, pese a los elogios de buena parte de la intelectualidad, aún no es capitalista. Allí faltan grados de libertad, no existe la pluralidad de ideas aunque hay cierto grado de apertura económica, hay mercados cada vez más importantes y se ha provocado una mejoría enorme en la población. Pero la maquina política aún es comunista. El progreso depende, en gran medida, de que podamos gozar de libre opinión. Si perdura en abrir las puertas al libre mercado tendrá que democratizar el poder político.

Argentina continúa con el peso de un corporativismo trasnochado, empresas estatales, mercados cerrados, una precaria justicia, por lo que tampoco se nos puede denominar como país capitalista.. Estábamos en camino de serlo en los 90, cuando se dejó de lado el rumbo de “combatir al capital” que tomó el ex presidente Perón.

Si la receta que pretende el Gobierno, para superar la inevitable crisis económica mundial, es keynesiana como algunos aconsejan, no será efectiva. Aunque disminuyeran sus efectos sería por muy poco tiempo. Si el Estado aumenta los gastos sin control y los solventa con inflación, encogerá los salarios y las jubilaciones y disminuirá la productividad. No habrá mejoramiento técnico ni ampliación del mercado, las trabas a la formación de pequeñas empresas provocadas por las reglamentaciones burocráticas y laborales, los impuestos distorsivos, impedirán, también, la capacidad de emprendimiento de los sectores de menos recursos, que verán imposible de concretar su deseo de salir de la pobreza. No se podrán descartar conflictos sociales.

El problema que podemos tener en el futuro es seguir teniendo gobernantes que induzcan políticas incongruentes con las exigencias del capitalismo y con las instituciones democráticas. A más planificación estatal menos libertad para las personas. La pandemia obliga a una mayor intervención del Estado; siempre ha sido difícil, cuando avanza sobre la sociedad civil, regresarlo a su sitio. Como aseveraba Lord Acton: todo poder tiende a hacerse absoluto, si no hay otros poderes que lo impidan. Además, podar los mecanismos del mercado mundial es, también, podar la calidad de la Justicia. Los ciudadanos deben estar alerta. ¡Dios nos libre de que el Gobierno se encargue de administrar y garantizar igualdad económica!

Los intelectuales de izquierda, algunos reconocidos mundialmente, la mayoría de los periodistas, profesores universitarios y dirigentes políticos argentinos, son críticos y detractores del sistema capitalista, aunque gozan de sus beneficios. Utilizan esa mezcla rara de argumentos socialistas y nacionalistas para denostarlo. Olvidan que a pesar de problemas y conflictos desde que surgió un mercado mundial los flujos de capital, también la ciencia y la técnica, continuarán saltando las fronteras nacionales. La investigación para lograr una vacuna que nos salve de contagiarnos del virus que hoy nos aterra, es un ejemplo. Países de todo el mundo están afanosamente cooperando para lograrla. De muestra basta un botón.

En Argentina, como en varios países del mundo, no se ha comprendido el indispensable rol que desempeña el hombre con su capacidad de creación y la libertad empresarial, en el proceso económico y social. Por el contrario, a pesar de los innumerables fracasos que mostró el siglo XX, se sobrevalora la capacidad de los gobernantes que se afanan en planificar la economía, sin saber que terminan, si se los deja, por planificar la sociedad. Regreso a uno de mis maestros preferidos, Karl Popper quien consideraba que aunque una economía basada en la planificación centralizada fuera mejor que la de libre mercado, la rechazaría, debido a la posibilidad de que la primera hiciera aumentar el poder del Estado hasta llegar a la tiranía. Deberíamos evitar que la pandemia nos lleve a cometer una vez más el error de creer que un líder político puede salvarnos de la crisis. Alemania y la URSS probaron esta idea. Sabemos cuáles fueron las consecuencias. Una buena política, alejada de las utopías, que contemple la realidad lo mejor posible y la defensa de las instituciones democráticas y republicanas, donde podamos buscar soluciones y criticarlas, es la vía para mejorar la economía, la política y la sociedad.

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