Por Jorge Raventos.-

Para interpretar acabadamente el resultado que hoy arrojen las urnas convendrá tener en cuenta una serie de hechos que habrán contribuido decididamente a diseñarlo, pues sin ellos las cuentas habrían sido diferentes.

El primero de esos hechos tiene dos años de antigüedad. Fue el surgimiento y victoria bonaerense del Frente Renovador de Sergio Massa, un acontecimiento que terminaría determinando, en principio, los nombres de dos candidatos presidenciales: el del propio Massa y el de Daniel Scioli. En efecto, Massa creció y de paso le facilitó las cosas a Scioli al clausurar la ilusión re-reeleccionista de la señora de Kirchner que, de otro modo, habría avanzado sobre la Constitución para ratificar su condición de “candidata natural” de una corriente que tiene su apellido como marca de fábrica. Es decir: aquel suceso inició el último capítulo del ciclo K, que está a punto de concluir.

Otro hecho con consecuencias: la decisión de no construir una opción alternativa al kirchnerismo sino, por el contrario, persistir en la bifurcación del espacio opositor. Ese camino fue definido desde el arco de fuerzas que hoy constituye la alianza Cambiemos, cuando se descartó la oferta de armar un espacio unificado que compitiera en las PASO por representar al conjunto de la opinión adversa al gobierno.

El Frente Renovador y un sector de la UCR eran partidarios de unir a la oposición, pero la siempre influyente Elisa Carrió y el sector radical encabezado por Ernesto Sanz coincidieron con la corriente “purista” del Pro en presentar una oposición restringida, apostando a que polarizarían con el oficialismo y borrarían del mapa a los renovadores de Massa.

A mediados de marzo, en la convención radical de Gualeguaychú, con la victoria de los “restrictivos” de Ernesto Sanz sobre los partidarios del “espacio amplio” (Julio Cobos, Gerardo Morales) se bosquejó el cuadro de opciones que persiste hasta la elección: Daniel Scioli no enfrenta a a aquel que hubiera triunfado en unas PASO amplias (Macri o Massa), sino a ambos a la vez (y estos, por ende, compiten entre sí).

La búsqueda de polarización total con el oficialismo que intentó Cambiemos apostaba a movilizar el espíritu refractario al peronismo y, sobre todo, partía de un diagnóstico: daba por sentada una crisis del sector externo que volcaría a la protesta a una mayoría ciudadana en reclamo de cambios. Esa crisis del sector externo no se verificó; el gobierno consiguió empujarla hacia adelante, endosarla al próximo período. Aquel diagnóstico y sus efectos prácticos son también determinantes del escrutinio de esta jornada.

Un hecho más: el llamado caso Niembro (ese conjunto de contratos porteños que beneficiaron a un candidato principal del Pro) golpeó a las bases del macrismo y sus aliados en un momento en que Cambiemos debía acelerar su marcha. El intríngulis puso a la coalición opositora a la defensiva y la forzó a demorar su campaña.

El cuadro electoral de este domingo no sería el que promete ser sin otros hechos relevantes. Como, por caso, la decisión de Cristina Kirchner de barrer a Florencio Randazzo de la interna presidencial oficialista y su paralelo fracaso en imponerle a éste la candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Quedar a merced del arbitrio de Randazzo confirmó la fatiga de materiales del kirchnerismo y condujo a que la candidatura kirchnerista a la gobernación bonaerense terminara en manos de Aníbal Fernández. Aquellos polvos trajeron estos lodos.

Por su influencia en las campañas en una etapa próxima a las definiciones, hay que sumar las denuncias y protestas de fraude en Tucumán, así como el efecto combinado de las inundaciones sufridas por la provincia de Buenos Aires y el viaje de placer que Daniel Scioli inició (y debió interrumpir) en ese contexto.

También hay que contabilizar las vacilaciones de Massa en el período de armado de su fuerza, que lo llevaron a y postergar el lanzamiento directo de sus propuestas a la sociedad para empantanarse en la ciénaga de los aparatos (algo que derivaría más tarde, además, en sorpresivos pero no sorprendentes cambios de casaca de algunos de sus reclutados).

En fin, seguramente otro factor a computar en los números finales de este domingo electoral es el hastío provocado por la romería de elecciones a la que fue convocada la sociedad en un paisaje en el que (así sea por el buen motivo de que está en marcha un nuevo consenso) las opciones electorales no han aparecido demasiado perfiladas y diferenciadas.

Probablemente el ciclo postkirchnerista que se abre será intenso, pero el proceso electoral que le abre paso se caracterizó por el aburrimiento.

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