Por Elena Valero Narváez.-

Uno de los rasgos predominantes de las personas que viven en las sociedades modernas es la autonomía para decidir cómo serán sus vidas. Esta condición que exige responsabilidad y libertad les permite tomar distancia de las imposiciones sociales y criticar u oponerse al propio grupo tomando de este modo distancia de la familia e incluso del Estado. Esta independencia frente al grupo supone, también, cuando es extrema, conductas marginales que van en contra del orden social, como la drogadicción, la vagancia, y el delito.

En Argentina, la fuga de tres delincuentes de alta peligrosidad, ligados al mundo de la droga, episodio reciente, casi novelesco, mostró claramente, que el orden social no está adecuadamente sustentado como para sentirnos medianamente seguros y protegidos.

La connivencia de algunos representantes de la fuerza policial, con delincuentes, subrayó la perentoria necesidad de perfeccionar el sistema político ya que, sólo éste, puede operar sobre las arbitrariedades, no solo de la fuerza policial, sino también sobre las del resto de la sociedad.

Hay mucho por hacer. El Gobierno tiene la intención de mejorar, entre otras instituciones, a la policía. Es un paso fundamental que haya decisión política para combatir el delito.

Se está mostrando el pus que provocó el kirchnerismo en más de diez años en el poder. Al Gobierno le espera un arduo trabajo que debiera ser ejecutado por gente extremadamente capacitada en el tema. No basta con buenas intenciones para eliminar lo viciado o corrupto.

Se requiere de un plan integral que no deje de considerar la normatividad como amenaza y la Justicia como castigo que realmente se efectivice. Las cárceles no pueden ser hoteles cinco estrellas sino establecimientos que reeduquen a los presos para tratar de convertirlos en mejores ciudadanos. Para ello, la frustración, es un componente inevitable. No puede olvidarse que el orden se define por limitaciones y restricciones fijadas por las sanciones que contienen las normas.

Desde el retorno de la democracia ha sido desprestigiada la función policial y su misión incomprendida, al relacionarla, desatinadamente, con la represión de los 70. Se intentó disminuir las arbitrariedades, humillando a la Fuerza y se obligó a sus hombres a no responder a los actos de agresión, debilitando así, la acción policial y la estructura de la violencia institucionalizada, en general.

Parte del clima de inseguridad, que hoy se respira, fue resultado de un exceso de control sobre la policía a la que se castigó más que a los delincuentes, provocando el aumento de la violencia y el delito en la sociedad. Se debe encontrar el justo medio no otorgándole, tampoco, exceso de poder, lo que provocaría el efecto contrario: aumentar la arbitrariedad policial.

Una característica de la sociedad compleja es el aumento de la dificultad de adaptación a la vida social, justamente por lo que tratamos al principio de la nota. La mayor autonomía, si por un lado permite no vivir esclavizados por convenciones o prejuicios y el goce de mayores grados de libertad, por el otro, obstaculiza la internalización de normas y valores que se realiza, en mayor grado, en la institución familiar cuando se forma el núcleo de la personalidad. Al ser, por ello, el control interno de la persona, más frágil, la policía se vuelve fundamental en la procuración del orden social. No podríamos vivir sin fuerzas de seguridad.

Los argentinos debieran abandonar el pesimismo destructivo y comprender el papel esencial y peligroso del policía quien diariamente se juega la vida y la salud psicológica, con sueldos miserables que promueven la corrupción.

El Gobierno macrista reconoce los conflictos, entre ellos el de la inseguridad; en el poco tiempo que lleva en el poder no ha permanecido indiferente frente al tema. Hay que esperar cómo se dispone a atacarlo, si los proyectos son buenos, regulares, o malos y con qué gente y medios cuenta para morigerarlos.

El Estado debe garantizar nuestra libertad, seguridad y propiedad, como también la igualdad ante la ley. Hay que estar atentos y colaborar, con apoyo o críticas constructivas, para que no equivoque el camino.

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