Por Luis Américo Illuminati.-

En esta Navidad encenderé una vela por los seres queridos que ya no están a mi lado. Cuantos recuerdos acuden a nuestra mente en tiempo navideño. Parece detenerse el tiempo unas horas, unos minutos o una noche. Se ha definido el tiempo de diversas maneras. Desde lo físico, filosófico y teológico y, también desde lo histórico-social y político. Las conclusiones de los últimos debates de la ciencia coinciden en que habría un tiempo universal y otro individual, otro psicológico o interno para cada nación y cada ser humano. ¿Pero qué es el tiempo? Provisoriamente podríamos responder que el tiempo es un descubrimiento, un libro, un laberinto, un jardín al final del camino. Pues yo igual que en el cuento de Borges: «El jardín de los senderos que se bifurcan», que es una metáfora del tiempo, he partido de un jardín donde cada sendero llevaba a otro lugar desconocido, a otra realidad paralela o consecutiva, caminé por un sendero que se bifurca donde cualquiera se puede perder en el bosque, pero en mi caso, gracias a Dios hubo seres que me enseñaron a lo largo de la vida a hallar la salida del laberinto de la inexperiencia y la inmadurez y seguir por el camino que lleva al jardín que parece el final del recorrido pero en realidad es un comenzar de nuevo.

Recuerdo que un día viernes, al mediodía, hacía una hora que había estallado el Cordobazo, yo tenía 17 años recién cumplidos y salí a mirar al balcón del primer piso del edificio y si no me entra a empellones adentro mi abuelo (que hacía una semana había llegado de visita de Buenos Aires), no estaría hoy vivo pues llovían los balazos de los francotiradores encaramados en los edificios cercanos. Cada vez que paso frente a ese edificio (propiedad de la Fuerza Aérea Argentina), ubicado en el corazón de Barrio Alberdi, enfrente del Colegio Salesiano «San Pío X», me parece ver la figura de mi abuelo que me saluda desde el balcón del primer piso donde casi pierdo en un minuto la vida.

Un tiempo después -enero de 1971- me veo en un aula de la Escuela de Aviación Militar rindiendo la prueba intelectual junto a otros aspirantes que en 1982 fueron Pilotos que combatieron en la Guerra de Malvinas, entre ellos el Capitán Fausto Gavazzi cuyo avión (Douglas A-4B Skyhawk) fue derribado. Si bien yo aprobé las pruebas físicas y los exámenes médicos -oídos y vista perfecta-pero – ¡Oh misteriosos caminos del destino! – a raíz de una indisposición (un repentino ataque de asma) no me fue bien en la prueba escrita: materias de IV año del ciclo secundario: Geografía, Historia, Matemáticas y Literatura.

Momentos antes de comenzar la prueba y terminados de almorzar junto a los demás concursantes se largó una feroz tormenta de verano sobre la EAM, se oscureció el cielo, soplaba fuerte el viento, con relámpagos y truenos ensordecedores. Se diría que parecía la «tormenta perfecta», como una guerra entre el cielo y la tierra, una premonición -aunque nadie la tuviera en esos momentos- del «bautismo de fuego» en el aire que vivirían los pilotos de la Fuerza Aérea una década después en Malvinas.

El ataque de asma que me sobrevino en aquella ocasión tan extraña fue a causa de la baja presión y el aire frío que cambió el clima en pocos minutos, del calor agobiante que había a esa hora a un enfriamiento súbito de la atmósfera, y eso afectó mis bronquios. Olvidé llevar el medicamento que se usa en estas emergencias, pues hacía mucho que no sufría asma y me creía curado. El asma es una enfermedad que generalmente afecta a los alérgicos. En el caso mío, las pocas veces que el asma me ha atacado en mi vida ha sido cuando se han desatado vendavales mayúsculos como el relatado.

Algunos de los que rindieron conmigo que sabían que Fausto había estado hospedado en mi casa -ya que era de la ciudad de Campana- unos días antes del examen repasando juntos el programa de ingreso, estaban convencidos -sobre todo, mis padres- que si yo hubiera aprobado dicha prueba quizás mi destino habría tomado un camino similar al de mi amigo: morir en la guerra de Malvinas o, como pienso a veces, que tal vez él sobreviviera y yo muriera. Y muchas veces me sucede que cuando veo en el cielo algún avión de la EAM sobrevolar sobre mi casa, me parece que es Fausto que pasa y me saluda.

El cuento de Borges «El Jardín de los senderos que se bifurcan» es una metáfora del tiempo, con hechos y vivencias que ocurren en planos paralelos. Una batalla con derrota para un bando y victoria para el otro, pero puede suceder que la batalla termine con los resultados cambiados. La vida de cada individuo y de cada país es como el cuento de Borges, un libro incompleto, un laberinto, un jardín o un bosque, con senderos que se bifurcan. Qué palabra simple parece definir el tiempo y que paradójica resulta su duración o interrupción por causa de la muerte. Uno entonces se pregunta cuál es su esencia. Y casi intuimos y presentimos que, de alguna forma se ensambla o se conjuga con nuestro destino en el viaje peregrino de la vida.

Yo deseo que el libro de mi Patria tenga un epílogo que no sea este naufragio sino un toque de trompetas que haga caer los muros de Jericó. Un libro como el que escribió el antepasado chino de Yu Tsun: con un enigma o adivinanza: «dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan” (p. 111). Es el enigma del tiempo que como dijo San Agustín: «Sé lo que es el tiempo, pero cuando quiero explicarlo no sé hacerlo». Tal como dijo Borges: “El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros.”

El profesor Sthepen Albert le explica al visitante -un espía que huía- que el libro y el laberinto son lo mismo. Tal como sucede en el libro de Ts’ui Pên, siento y veo que mi padre, mi abuelo y todas las personas que ya partieron, incluidos Fausto y demás Aviadores caídos en Malvinas, en algunas páginas figuran muertas y en otras están vivas porque llegaron a un Jardín igual que el Edén donde sólo fluye «lo verdadero, lo bueno y lo bello» que es lo mismo.

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