Por Hernán Andrés Kruse.-

En un clima de alta tensión, el presidente de hecho de la Argentina, Sergio Massa, recibió la visita de la CGT y los movimientos sociales afines al oficialismo. Se hicieron presentes Héctor Daer (Sanidad), Carlos Acuña (estaciones de servicio), ambos titulares de la CGT, Andrés Rodríguez (UPCN), Gerardo Martínez (UOCRA), Jorge Sola (Seguro), José Luis Lingeri (Obras Sanitarias), Armando Cavalieri (Comercio), Emilio Pérsico (Movimiento Evita), Fernando Navarro (Movimiento Evita), y Daniel Menéndez (Barrios de Pie).

Fuentes gubernamentales revelaron que “hasta el viernes (28/4), Massa se concentrará en estabilizar y desde el sábado, empresarios, sindicalistas y movimientos sociales estarán en una mesa para darle forma al ordenamiento económico”. En el encuentro con los sindicalistas y dirigentes sociales cercanos al FdT, el presidente de hecho expresó: “Vamos a ser garantes y controladores y les pedimos que nos ayuden a ser garantes y controladores de que haya abastecimiento y cumplimiento de acuerdos de precios”. Consideró que “es inexplicable que haya intentos de demarcación de precios sobre la base de lo que fue el aumento del dólar blue de la semana pasada porque todos los que importan lo hacen con el dólar oficial en el mercado único de cambio”.

“Por sobre todas las cosas les quiero agradecer porque es momento en que el Estado tomó una decisión clave que es la de ponerse firme, la de no permitir la especulación, obviamente entendiendo que los mercados son transparentes, pero a veces el Estado tiene la responsabilidad de darle certidumbre a la gente, al ciudadano de a pie, y entonces es mi tarea como ministro tratar de garantizar un camino de estabilización y de dar certidumbre en los precios, en los salarios, en la asistencia social, en los programas de inclusión social y en los programas productivos, pero, sobre todas las cosas, de dar certidumbre en términos macroeconómicos”.

Massa enfatizó que “es clave, terminado el proceso de estabilización, sentar a la mesa a los empresarios con ustedes (los dirigentes sindicales) para de alguna manera establecer el sendero de los próximos 90 días, para que no haya trampas justificadas en esta trampa que algunos vivos intentaron generar sobre la base de rumores, de versiones, y que lo que terminó haciendo es generar incertidumbre a la gente” (fuente: Infobae, Ricardo Cárpena, “Massa convocará a una cuerdo de precios y salarios por 90 días para estabilizar la economía”, 26/4/023).

Por enésima vez, la historia se repite. En esta oportunidad el actor principal es Sergio Massa, y los actores que lo acompañan son los históricos gordos sindicales y los jefes del Movimiento Evita. La feroz corrida cambiaria de los últimos días atemorizó al gobierno nacional, lo que obligó a su titular, Sergio Massa, a demostrarle a la sociedad que no está solo, que está dispuesto, con la ayuda sindical, empresarial y de los movimientos sociales amigos, a combatir la inestabilidad cambiaria y la inflación hasta las últimas consecuencias. En ese contexto, el presidente de hecho propuso a sus invitados un acuerdo por tres meses para evitar la escalada de los precios y la consiguiente pérdida del poder adquisitivo de la clase trabajadora.

El remedio propuesto por Massa es antiquísimo. Desde hace miles de años que desde la cima del poder se viene intentando aplicar sin éxito el control de precios y salarios. Es por ello que invito al lector a que se sumerja en las páginas de un libro esclarecedor titulado “4000 años de control de precios y salarios. Cómo no combatir la inflación” (The Heritage Foundation). Los autores del libro son Robert L. Schuettinger y Eamon F. Buttler. El primero dictó cátedra en la Universidad Católica de América, en St. Andrews (Escocia) y en Yale. El segundo se doctoró en St. Andrews y se desempeñó como Asistente Senior en política económica en la Cámara de Diputados del Congreso de los Estados Unidos y como profesor de economía en el Hillsdale College.

Por obvias razones de espacio, me limitaré a transcribir la parte del libro dedicada a la política económica aplicada por el emperador romano Diocleciano, uno de los emblemas de todos los tiempos en materia de control de precios y salarios. Escribieron los autores:

El edicto de Diocleciano

“El más famoso y el más extensivo intento de controlar precios y salarios ocurrió durante el reinado del Emperador Diocleciano quien, lamentablemente para sus súbditos, no fue el más atento estudioso de la historia económica griega. Dado que tanto las causas de la inflación que Diocleciano intentó controlar y los efectos de sus esfuerzos están bastante bien documentados, es un episodio que vale la pena considerar en detalle. Poco después de su asunción al trono en el año 284, «los precios de las mercancías de todo tipo y los salarios de los trabajadores alcanzaron niveles sin precedentes». Los registros históricos para determinar las causas de esta notable inflación son limitados. Una de las pocas fuentes contemporáneas sobrevivientes, el séptimo capítulo de De Moribus Persecutotum, echó casi toda la culpa directamente a los pies de Diocleciano. Sin embargo, ya que se conoce que el autor era un cristiano y que Diocleciano, entre otras cosas, perseguía a los cristianos, debemos tomar a este informe con cierto escepticismo. En este ataque al Emperador nos dicen que la mayoría de los problemas económicos se debieron al vasto incremento que Diocleciano dispuso de las fuerzas armadas (hubo varias invasiones de tribus bárbaras durante este período), a su enorme programa de construcciones (reconstruyó gran parte de Nicomedia, que eligiera como su capital, en Asia Menor), a su consiguiente elevación de los impuestos y al empleo de más y más funcionarios gubernamentales y, finalmente, a su uso de mano de obra forzada para cumplir gran parte de su programa de obras públicas. (Ver Roland Kent, «The Edict of Diocletian Fixing Maximum Prices», The University of’ Pennsylvania Law Review, 1920, pág. 37).

Diocleciano en su Edicto atribuyó la inflación enteramente a la «avaricia» de mercaderes y especuladores. Un historiador clásico, Roland Kent, escribiendo en el University of Pennsylvania Law Review, concluye de la evidencia disponible, que hubo varias causas importantes en el abrupto crecimiento de los precios y salarios. En el medio siglo anterior a Diocleciano se habían sucedido una serie de gobernantes incompetentes de poca duración, nombrados por los militares; esta era de gobiernos débiles tuvo como resultado guerras civiles, amotinamientos, incertidumbre general y, por supuesto, inestabilidad económica. Ciertamente hubo un fuerte aumento de los impuestos, en parte justificable por la defensa del Imperio pero parte de él gastado en grandiosas obras públicas de valor cuestionable. Sin embargo, a medida que los impuestos crecían, la base impositiva se redujo y resultó cada vez más difícil recaudar impuestos, dando como resultado un círculo vicioso. (Ibid., págs. 37-38).

Parecería claro que la principal causa de la inflación fue el drástico crecimiento de la oferta monetaria debido a la devaluación o degradación de la moneda. A fines de la República y comienzos del Imperio, la moneda romana estándar era el denario de plata; el valor de dicha moneda había sido reducido gradualmente hasta que, en los años anteriores a Diocleciano, los emperadores acuñaban monedas de cobre cubiertas de estaño que se denominaban aún «denarios». La ley de Gresham, por supuesto, comenzó a funcionar; las monedas de plata y de oro eran naturalmente atesoradas y no se encontraban más en circulación. Durante el intervalo de 50 años que culmina con el reinado de Caladius Victorius en 268, el contenido de plata de la moneda romana cayó a 1/50.000 de su nivel original. Con el sistema monetario totalmente desordenado, el comercio, que había sido una característica del imperio, fue reducido al trueque y se redujo la actividad económica. «La clase media fue casi destruida y el proletariado descendió rápidamente al nivel de servidumbre. Intelectualmente el mundo había caído en una apatía de la que nada podía surgir». (H. Michell, «The Edict of Diocletian: A Study of Price Fixing in the Roman Empire», The Canadian Journal of Economics and Political Science, febrero de 1947, pág. 3).

A este pantano intelectual y moral llegó el Emperador Diocleciano, quien se dio a la tarea de reorganización con gran vigor. Lamentablemente, su celo excedió su conocimiento de las fuerzas económicas que operaban en el Imperio. En un intento de resolver la parálisis asociada con la burocracia central, descentralizó la administración del Imperio y creó tres nuevos centros de poder bajo tres «emperadores asociados». Como la moneda carecía por completo de valor, creó un sistema de impuestos basados en pagos en especie. Este sistema tenía como efecto la destrucción total de la libertad de las clases bajas —se convertían en siervos y confinados a trabajar la tierra para asegurar que los impuestos serían recaudados.

Las «reformas» que son de mayor interés, sin embargo, son las relacionadas a la moneda y precios y salarios. La reforma monetaria vino primero y fue seguida, después que era claro que ésta era un fracaso, por el Edicto sobre precios y salarios. Diocleciano había intentado fomentar la confianza del público en la moneda poniendo freno a la producción de monedas de oro y plata degradadas. Según Kent, «Diocleciano tomó al toro por las astas y emitió un nuevo denario que era abiertamente cobre y no tenía pretensiones de ser otra cosa; con lo cual estableció un nuevo patrón de valor. El efecto de esto en los precios no necesita explicaciones; hubo un reajuste ascendente, y muy ascendente». (Kent, op. cit., pág. 39) La nueva acuñación dio una cierta estabilidad a los precios por un tiempo, pero desafortunadamente el nivel de precios era aún muy alto, a juicio de Diocleciano, y pronto comprendió que se enfrentaba con un nuevo dilema.

La principal razón para la sobrevaluación oficial de la moneda, por supuesto, era proveer el dinero necesario para sostener el gran ejército y la burocracia masiva -el equivalente del gobierno moderno-. Las alternativas de Diocleciano eran continuar acuñando el cada vez menos valorizado denario, o cortar los «gastos gubernamentales» y así reducir los requerimientos para acuñarlos. En términos modernos, él podía continuar «inflando» o podía comenzar el proceso de «deflacionar» la economía. Diocleciano decidió que la deflación, reduciendo los costos del gobierno civil y militar, era imposible.

Por otro lado: Inflar sería igualmente desastroso en el largo plazo. Era la inflación la que había llevado al Imperio al borde del colapso total. La reforma de la moneda había sido dirigida a controlar este mal, y era cada vez más dolorosamente evidente que no podía tener éxito en este cometido (Michell, op. cit., pág. 5). Fue en esta aparentemente desesperada circunstancia que Diocleciano decidió continuar inflando, pero haciéndolo de tal forma que, pensaba, prevendría la aparición de la inflación. Intentó conseguir esto simultáneamente fijando los precios de los bienes y servicios y suspendiendo la libertad del pueblo para decidir cuál era el valor de la moneda oficial. El famoso Edicto del año 301 fue creado para dar cumplimiento a este fin. Sus creadores conocían bien e! hecho de que salvo que pudieran imponer un valor universal del denario en término de bienes y servicios -un valor que estaba totalmente alejado de su valor real- el sistema que habían diseñado se desplomaría. Así, el Edicto era completamente penetrante en su cobertura y las penalidades prescriptas, severas.

El Edicto fue promulgado en el año 301 y, según Kent, «el preámbulo es de cierta longitud y está expresado en un lenguaje tan difícil, oscuro y difuso como cualquier trabajo compuesto en latín» (Kent, op. cit., pág. 40). Diocleciano claramente estaba a la defensiva al anunciar una ley tan arrolladora que afectaba a cada persona en el Imperio cada día de la semana; utilizaba considerable retórica para justificar sus acciones, retórica que fuera usada antes por otros y que, con variantes, ha sido utilizada desde entonces en muchas oportunidades y lugares. Comienza listando sus numerosos títulos y pasa luego a anunciar que: “El honor nacional y dignidad y majestuosidad de Roma exigen por cierto que la fortuna de nuestro Estado… sea también fielmente administrada… Por cierto, si algún espíritu de auto-control mantuviera en vilo dichas prácticas por las cuales la furiosa e ilimitada avaricia es inflamada… por ventura parecería haber lugar para cerrar nuestros ojos y mantener nuestra paz, ya que la paciencia unida de las mentes humanas mejoraría esta detestable enormidad y lamentable condición (pero siendo poco probable que esta voracidad se restrinja a sí misma)… nos corresponde a nosotros, que somos los padres custodios de toda la raza humana (el término «padres» hace referencia a su asociado Augusto y dos Césares) que la justicia se presente como árbitro, de forma que el resultado tan esperado, que la humanidad no puede lograr por sí misma, pueda, mediante los remedios que nuestra providencia sugiere, contribuir hacia el mejoramiento de todos” (Ibid., pág. 41-42).

En The Common People of Ancient Rome, Frank Abbot resume la esencia del Edicto en las siguientes palabras: «En su esfuerzo de reducir los precios a lo que consideraba el nivel normal, Diocleciano no se contentó con medias medidas como nosotros tratamos en nuestros intentos de suprimir combinaciones que restrinjan el comercio, sino que osadamente fijó los precios máximos a los cuales podían venderse la carne, granos, huevos, ropa y otros artículos (y también los salarios que podían recibir todo tipo de trabajadores) y prescribió la pena de muerte para cualquiera que dispusiera de sus bienes a cifras superiores”. (Frank Abbot, The Common People of Ancient Rome (Scribner, New York, 1911) págs. 150-151)”.

Como puede observarse el control de precios y salarios impuesto por Diocleciano fracasó estrepitosamente. Lo mismo sucedió con todos los controles de la misma índole aplicados por un sinnúmero de gobernantes a lo largo de la historia. El resultado siempre fue el mismo. El presidente de hecho, Sergio Massa, es un hombre inteligente. Sabe perfectamente el inexorable destino de los controles de precios y salarios. ¿Por qué, entonces, se empecina con aplicar una política económica condenada de antemano al fracaso? Ante semejante tozudez sólo cabe recordar aquella frase que se encuentra en el texto de la novela de Rita Mase Brown, “Muerte súbita”, de 1983: “Desafortunadamente, Susan no recordaba lo que dijo una vez Jane Fulton: “La locura es hacer lo mismo una y otra vez, esperando resultados diferentes”.

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