Por Juan José de Guzmán.-

Temas como inseguridad, droga y educación están al tope de los que más nos preocupan, a todos. Eliminar o reducir los índices negativos que cada uno de ellos arrastra llevará mucho tiempo. Porque para que las variables de la distribución de la riqueza alcancen la eficacia como para mover el amperímetro de la pobreza y de la igualdad de oportunidades deberán consolidarse con una intensidad que sólo será posible con mucho esfuerzo continuado en el tiempo.

El desquicio social de nuestros días nos impone buscar una solución más rápida. Y creo que está al alcance de las manos, solo habría que actuar sin prejuicios, uniendo esfuerzos, sin mezquindades debatiendo en el Congreso, “con premura y conciencia de la gravedad del momento”.

Hay que consensuar entre todos los bloques, un completo programa social que involucre a los más de un millón de jóvenes que no estudian ni trabajan y dentro de ellos, más de 700.000 que ni siquiera buscan empleo.

Este ejército, que como zombies deambulan en las calles y duermen en fríos umbrales, que no tienen un proyecto de vida, son casi siempre captados por la droga y los carteles que les ofrecen una diagonal para cubrir sus necesidades inmediatas. A ellos no hay manera de rescatarlos ya utilizando la persuasión, la mayoría viven drogados y algunos armados.

Hay que tomar decisiones drásticas, sacándolos de la calle, alejándolos de la droga, incluyéndolos en comunidades, del tipo de las granjas de recuperación. Hay que alimentarlos adecuadamente, obligarlos a estudiar y a capacitarse, a practicar deportes. Enseñándoles valores, a respetar, a no discriminar (ni odiar). Preparándolos para que puedan reinsertarse en el mundo del trabajo, en la cultura del esfuerzo y haciendo que renazca el deseo en ellos. El Estado tiene que adelantarse a la cárcel que les espera.

Pretender que las familias, que en alguna medida los expulsaron de sus hogares, se hagan cargo, por más que se les otorguen más subsidios es como mínimo, insuficiente. Son una tribu urbana. Hay que mejorarles su pronóstico de vida, darles certidumbre, para no perder (ya no hipotecar) el futuro de todos.

Mientras se combate la corrupción, y se piensa en depurar la justicia, mientras se piensa en cómo crear nuevas fuentes de trabajo, en reinsertarnos en el mundo con políticas de largo plazo y en repensar “hacia dónde queremos ir”, hay que ocuparse de los “ni ni”, con un programa que los abarque a todos ellos al mismo tiempo, y lo más pronto posible.

Para llevar a cabo ese programa deberían convocarse profesionales de la salud, (nutricionistas, cocineros, psicólogos y psiquíatras, médicos, especialistas, auditores, celadores) y contar con suficiente espacio, para contenerlos y albergarlos.

A más de uno se nos ha pasado por la cabeza la reimplantación del Servicio Militar Obligatorio o algún sucedáneo, que no estaría para nada mal para los delincuentes. Tal vez el planteo debería darse al revés. Habría que coincidir en que los cuarteles militares cuentan con una infraestructura de hotelería como para llevar a cabo ese programa. Que debería debatirse y definirse en el Congreso, con qué estructura llevarlo a cabo y de quién-quiénes deberían depender esas estructuras (que tendrían que incluir a los militares (en un rol aggiornado a estos tiempos), subordinados a esos profesionales, que serían quienes definan las condiciones para monitorear y auditar el cumplimientos de los objetivos).

Con un buen programa (sin que falten recursos del Estado), en mucho menos tiempo, es probable que se pudiera producir un cambio en la perspectiva de vida de esos jóvenes. Y lo más probable que la sociedad toda, haya ganado en tranquilidad y bajado los niveles de intolerancia y violencia.

Share