Por Hernán Andrés Kruse.-

Arde Bolivia. El domingo 10 de noviembre de 2019 será imborrable para el sufrido pueblo del altiplano. Luego de que los altos mandos castrenses le “recomendaran” al presidente que renuncie, Evo Morales decidió dimitir alegando que de esa manera se evitaría un baño de sangre. Fue un golpe de Estado clásico, protagonizado por las Fuerzas Armadas pero que contó con el apoyo de importantes sectores de la sociedad boliviana, del establishment y, obviamente, de la república imperial. Apenas se supo del derrocamiento del presidente Morales, el presidente electo Alberto Fernández y la vicepresidenta electa Cristina Kirchner denunciaron el golpe de Estado que se acaba de producir. Por el contrario, el gobierno nacional no ha emitido, al menos hasta ahora, condena alguna a los graves hechos que están teniendo lugar en el hermano país. Su canciller, Jorge Faurie, expresó hace pocos minutos que en Bolivia no se había producido golpe de Estado alguno, en sintonía con el embajador argentino en La Paz. El único dirigente de Juntos por el Cambio que denunció el golpe cívico-militar fue el senador Daniel Lipovetzky, quien exclamó: “¡Si mueve la cola y ladra es un perro! Si las Fuerzas Armadas “recomiendan” la renuncia de un presidente elegido democráticamente esto es un golpe de Estado”.

Cuesta creer que ante un hecho tan evidente broten opiniones antagónicas. Ello pone en evidencia la importancia de la ideología como valoración. Frente a un hecho político determinado (el golpe de Estado en Bolivia, en este caso) cada uno elige esta postura y no otra, abraza tal opción y desecha aquélla. Ello significa que cada uno juzga un hecho determinado (el golpe de Estado en Bolivia, en este caso) al confrontarlo, oponerlo con el mundo de representaciones colectivas que posee, con su ideología. Ello explica la alegría del presidente Jair Bolsonaro por la caída de Evo Morales y la decisión inmediata del presidente López Obrador de poner a disposición del presidente derrocado la embajada mexicana en La Paz.

El golpe de Estado en Bolivia ha puesto en toda su magnitud la grieta que existe entre dos ideologías antitéticas: por un lado, la ideología progresista; por el otro, la ideología conservadora. Es muy interesante observar cómo un hecho político concreto puede merecer enfoques diametralmente opuestos.

En su edición del 11/11/019 Página/12 publicó un artículo del progresista Luis Bruschtein titulado “El golpe en Bolivia no liquida la historia”. Escribió el autor:

“Los bolivianos acaban de derrocar de manera golpista al mejor gobierno de su historia. Los mensajes de Carlos Mesa donde felicita “al pueblo” por haber derrotado “a la dictadura” serán en poco tiempo un testimonio de la enorme barbaridad que cometió la derecha de ese país en connivencia con Estados Unidos, las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Seguridad. Hay situaciones que parecen calcadas de otros procesos similares en la historia de la región. Los golpes contra Perón en Argentina, Salvador Allende en Chile y contra Chávez en Venezuela. Una copia de la etapa inicial con una gran campaña nacional e internacional de desprestigio a través de los medios. Una segunda etapa de agitación de las capas medias. Y finalmente la intervención de los militares y policías. En el caso de Venezuela, la movilización popular en defensa del proceso iniciado por Chávez permitió que se recompusieran los sectores militares que respaldaban el proceso popular y que cortaran el golpe de cuajo. Salvador Allende dio la vida en el golpe de Pinochet. En el caso de Perón volvió a repetirse una vieja encrucijada: armar el pueblo para resistir el golpe o retirarse para evitar un baño de sangre. El pueblo en armas, sin disciplina ni entrenamiento ni organización militar puede ser fácilmente masacrado por una fuerza profesional mejor armada. Hay un supuesto mundo “democrático” que festeja la caída de Evo a manos de turbas violentas que expresaron un racismo extremista contra coyas y aymarás. Es un mundo “democrático” que necesita ser defendido por las turbas fascistas del Comité Cívico que lidera Luis Fernando Camacho”.

“No hace falta tener la bola de cristal para predecir la curva decadente que comenzará a transitar Bolivia con la caída de Evo Morales. Es la misma que recorrió la Argentina a partir del ’55. Y que hubiera recorrido Venezuela. El litio y los hidrocarburos dejarán de revertir utilidades hacia los sectores populares y esa riqueza se irá del país o quedará concentrada en pocas manos. Es la Bolivia del pasado. A la que esquilmaron la plata, a la que saquearon el estaño, la Bolivia petrolera con grandes bolsones de miseria. La que Evo Morales había sepultado. Evo Morales fue votado por el 47 por ciento de los bolivianos y ahora, sobre la base del terror creado con los ataques e incendios de domicilios de dirigentes populares, se lo quiere presentar como un dictador que perdió las elecciones. En vez de defender a esa mayoría popular que lo votó, las Fuerzas Armadas le pidieron la renuncia como reclamaba el candidato Carlos Mesa, que sacó más de diez puntos menos. Para las Fuerzas Armadas, la paz se logra defendiendo los derechos de la minoría, cuando tendría que haber actuado en defensa de la decisión soberana de la mayoría. Es la historia del golpismo. Las mayorías no necesitan que los militares hablen en su nombre. Los militares, los grupos dominantes de la economía, la derecha, no aprendieron de la historia. Los gobiernos que realizan transformaciones populares y democráticas como el de Evo Morales no desaparecen con un golpe. Podrán silenciar a los medios disidentes, podrán reprimir las protestas y perseguir a los dirigentes, encarcelar y asesinar luchadores, pero la semilla germinará en el pueblo. No pueden parar el viento, no pueden parar el sol. Los millones de campesinos que encontraron dignidad en sus vidas, los millones de bolivianos que conocieron un país solidario con Evo Morales tienen memoria. Ese recuerdo lo hará más grande con el tiempo. Lo convertirá en un gigante, en símbolo y bandera de nuevas luchas populares. Un golpe no pacifica ni liquida la historia”.

En su edición del 11/11/019 Infobae publicó un artículo del conservador Alejandro Corbacho titulado “La lección que deja la renuncia de Evo Morales (y por qué no hubo golpe de Estado)”. Escribió el autor:

“El presidente de Bolivia Evo Morales renunció tras 14 años en el gobierno. Debió hacerlo porque luego de las elecciones comprobadamente fraguadas que lo declararon ganador para un nuevo período debió enfrentar una fuerte resistencia ciudadana que no toleró que le roben las elecciones. Ante la movilización popular de casi tres semanas, las fuerzas armadas y de seguridad expresaron que no iban a reprimir a quienes ellos identificaron también como pueblo que se manifestaba en contra del presidente. De este modo se pone fin al intento del mandatario populista de perpetuarse prácticamente como presidente vitalicio. La renuncia es el resultado de un proceso iniciado hace unos años por los propios seguidores de Evo. El artículo 168 de constitución del Estado Plurinacional de Bolivia vigente desde el 2009 establece que el presidente puede “ser reelecto por una sola vez de manera continua”. La nueva denominación que adquirió el Estado permitió al mandatario dos términos más de gobierno. Debido a esta limitación, en febrero de 2016 sus seguidores impulsaron un referendo para habilitar al presidente a competir por un término más. El rechazo a una nueva reelección sumó el 51,3% de votos contra 48,7% a favor. La participación electoral fue del 84,47%. Los derrotados desconocieron el resultado y apelaron al Tribunal Supremo Electoral, conformado por una mayoría oficialista. En diciembre del 2018, éste habilitó a Evo Morales a buscar una tercera reelección justificando su decisión en el respeto a los derechos humanos. En octubre de 2019, se realizaron las elecciones presidenciales para el período 2020-2025. El recuento provisional oficial de los votos daba una victoria insuficiente a Evo Morales. Ello obligaba a una segunda vuelta. Sin embargo, el escrutinio fue suspendido por 20 horas sin previo aviso y una vez restablecido dio por ganador al presidente por un margen de 0,14%. Posteriores auditorías internas y de la OEA calificaron al procedimiento electoral como “viciado de nulidad” disparando la ola de protestas ciudadanas. El propio presidente, sus seguidores internos y externos señalan que se trató de un golpe de estado “cívico, político y policial” al explicar que las fuerzas armadas le pidieron que renuncie. Lo que en verdad ocurrió fue que las mismas no se sumaron al continuismo presidencial sostenido por el fraude electoral y la represión a los opositores”.

“Todo el gobierno de Bolivia siguió al mandatario en la renuncia y ahora se enfrentan momentos de incertidumbre. Le corresponde a la dirigencia política del país resolver como continúa el proceso que deberá lograr el nombramiento de un nuevo presidente y casi con seguridad llamar a nuevas elecciones, esta vez sin fraude. Hasta ahora la victoria electoral de Evo sumaba otro jalón para la izquierda en América Latina. A partir de los incidentes en Ecuador, Chile, la victoria electoral del kirchnerismo en la Argentina y la reciente liberación de la prisión de Lula Da Silva parece recuperar terreno. Estos hechos son ampliamente festejados por los integrantes del Grupo de Puebla reunido ahora en Buenos Aires. Este movimiento se ocupa tenazmente de resaltar las situaciones de desigualdad o injusticia económica y social de las democracias de la región al mismo tiempo que justifica cualquier tipo de violencia social y política. Sin embargo, la protesta ciudadana y la renuncia del mandatario boliviano parece poner un límite en base a tres aspectos que deberían tener en cuenta. A diferencia de lo que ocurre con los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua, que se apoyan en el empleo de las fuerzas armadas y grupos parapoliciales para la represión y control de la oposición para mantenerse en el poder, los gobiernos legítimos deben surgir de elecciones libres, competitivas y limpias. Segundo, la ciudadanía puede rechazarlos en elecciones con las características mencionadas. Por último, la alternancia es una posibilidad que deben aceptar y acatar cuando el voto popular es contrario a los gobiernos que una vez que se instalan en el poder creen que no deben retirarse porque cuentan con un mandato que está por encima de esa voluntad ciudadana. En vista de estos resultados, solo sosteniendo simultáneamente los valores de la libertad y la justicia, los habitantes de la región alcanzarán la paz y la felicidad”.

Saque el lector sus propias conclusiones.

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