Por Víctor E. Lapegna.-

El último programa de gobierno dotado de consenso político y social con metas, caminos para alcanzarlas y un cronograma de ejecución que tuvimos los argentinos fue el Plan Trienal, elaborado en 1974 durante la tercera presidencia del general Perón y dejado de lado por los golpistas del 24 de marzo de 1976.

En los más de 40 años transcurridos desde entonces carecimos de ese instrumento indispensable para avanzar hacia un desarrollo integral y construir un Estado democrático y confiable.

El abandono hasta de la idea misma de la planificación se constata hoy en el hecho que ni siquiera exista una agencia pública dedicada a pensar el país a largo plazo y articular la arquitectura de un plan de desarrollo.

Entre los efectos deletéreos de la ausencia de ese plan estuvo el subaprovechamiento de las formidables oportunidades que la evolución mundial ofreció a la Argentina en la década pasada y la dilapidación de los recursos procedentes de esas oportunidades, lo que ratificó aquello de que “para quien no sabe hacia adonde va, ningún viento le es propicio”.

Las elecciones eran y son una ocasión para que los antes precandidatos y ahora candidatos presidenciales presentaran propuestas tendientes a que se elabore ese plan acerca del futuro argentino para los próximos años, con el consenso de políticos, trabajadores, empresarios, académicos, religiosos, etc.

En tal sentido, el papa Francisco, en un reportaje de la revista La Carcova News de la parroquia del padre Pepe di Paola, reclamaba de los políticos en tiempos de elecciones: “Primero, una plataforma electoral clara. Que cada uno diga: nosotros, si somos gobierno, vamos a hacer «esto». Bien concreto. La plataforma electoral es muy sana, y ayuda a la gente a ver lo que piensa cada uno. (…) un candidato tiene que presentarse a la sociedad con una plataforma electoral clara, bien estudiada, diciendo explícitamente: «si yo salgo elegido diputado, intendente, gobernador, voy a hacer “esto”, porque pienso que “esto” es lo que hay que hacer».

A tono con ese reclamo del Papa, en un reciente reportaje monseñor Jorge Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la comisión de Pastoral Social subrayó que el Episcopado señaló la conveniencia de que se alcances acuerdos en políticas permanentes y de largo plazo acerca de la superación de la exclusión y la pobreza extrema, la desnutrición infantil, el trabajo, los derechos humanos, el cuidado de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, la educación, la inflación, el narcotráfico, la trata de personas.

Hasta ahora la única propuesta en ese sentido es la planteada por los principales dirigentes de Una Nueva Alternativa Argentina (UNA), Sergio Massa y José Manuel De la Sota y sería un paso promisorio que antes de las elecciones todos los candidatos presidenciales acordaran en forma pública y explícita su compromiso de poner en marcha “políticas permanentes y de largo plazo” sobre los asuntos enunciados por monseñor Lozano y otros igualmente prioritarios (educación, energía, transportes, preservación del ambiente, etc.).

Bueno sería que los candidatos a la presidencia también acordaran poner en marcha un Consejo Federal de Planeamiento (con ese u otro nombre) integrado con representantes de los 24 gobiernos provinciales, de los bloques políticos de diputados nacionales, de las centrales sindicales de obreros y de empresarios, de las universidades y academias y de los cultos religiosos. Ese Consejo, en un plazo temporal acotado, debería elaborar un Plan Cuatrienal de gobierno con los objetivos a concretar durante la próxima administración, los medios para lograrlos y los tiempos para llevarlos a cabo, que se convierta en ley.

El tiempo y el esfuerzo que todos los candidatos destinen a elaborar y acordar las políticas permanentes y de largo plazo que proponen los obispos y su compromiso de formular y consensuar un Plan Cuatrienal de gobierno sería, a nuestro ver, el mejor uso que podría hacerse de los días que faltan hasta las elecciones del 25 de octubre.

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