Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del lunes 2 de enero de 2017, Página/12 publicó un muy interesante artículo del filósofo y crítico cultural Slajov Zizek titulado “Lecciones sobre el Apocalipsis del aire”, en el que el intelectual esloveno advierte sobre el peligro que significa naturalizar el drama del medio ambiente a través de mecanismos de la psique y la cultura que lejos están de solucionar este grave flagelo.

Zizek comienza por mencionar un hecho que llamó la atención: en varias ciudades chinas el smog fue de tal magnitud en diciembre que a los transeúntes les fue imposible observar qué ocurría a escasos metros de distancia. Los afortunados lograron tomar el primer vuelo que tuvieron a su alcance para abandonar las ciudades, pagando un boleto carísimo. Por si ello no hubiera resultado suficiente, los legisladores de Beijing no tuvieron mejor idea que culpar del smog a la naturaleza y no a la contaminación industrial. De esa forma evitaron culpar del desastre ambiental a las autoridades del partido. A raíz de esta catástrofe ha surgido una nueva categoría: la de los refugiados del smog. Pero lo peor de todo es la decisión de las autoridades de normalizar esta nueva situación estableciendo un nuevo procedimiento tendiente a que las personas puedan continuar con sus rutinas aceptando con resignación esta “nueva fatalidad”. Lo único que le preocupa al poder político es evitar que cunda el pánico y mantener la apariencia de que la vida normal continúa. Zizek encuentra comprensible semejante reacción “si tenemos en cuenta que estamos siendo confrontados por algo completamente fuera de nuestra experiencia colectiva y que realmente no lo vemos, incluso cuando la evidencia es abrumadora. Para nosotros, ese “algo” es una explosión de enormes alteraciones biológicas y físicas en el mundo que nos ha estado sosteniendo”. Hoy el mundo está frente a una amenaza que abarca varios puntos: a) crecimiento de la población, b) consumo de recursos, c) emisiones de gas carbón y d) extinción masiva de las especies. Aunque la humanidad todavía no haya tomado conciencia, “una cosa es segura: un extraordinario cambio social y psicológico está ocurriendo justo delante de nuestros ojos: lo imposible se está haciendo posible. Un acontecimiento experimentado por primera vez como algo imposible pero no real (la perspectiva de una próxima catástrofe que, por muy probable que lo sepamos, no creemos que efectivamente ocurrirá y, por lo tanto, lo descartamos como imposible) se vuelve real pero ya no imposible (una vez que la catástrofe ocurre, es “renormalizado”, percibido como parte de la normalidad de las cosas, como si siempre hubiera sido posible). La brecha que hace posible estas paradojas es la que existe entre conocimiento y creencia: sabemos que la catástrofe (ecológica) es posible, probable incluso, pero no creemos que realmente suceda”. A comienzos de los noventa, narra el autor, Sarajevo comenzó a sufrir los estragos de la guerra. Nadie hubiera imaginado, con anterioridad a 1992, que esa ciudad europea “normal” habría de experimentar tantos horrores durante tres años. Al comenzar el asedio sus ciudadanos creyeron que se trataba de algo pasajero, lo que les hizo enviar a sus hijos fuera de la ciudad durante pocas semanas. Al poco tiempo, el asedio se “normalizó”, se transformó en algo natural. “Este mismo pasaje de la imposibilidad a la normalización-con una breve etapa intermedia de entumecimiento de pánico-es claramente discernible en cómo reaccionó el establishment liberal estadounidense a la victoria de Trump. También claramente está funcionando en cómo los poderes del estado y el capital grande se relacionan con las amenazas ecológicas como la fusión del hielo en los polos. Los mismos políticos y gerentes que hasta hace poco descartaron los temores del calentamiento global como una alarma apocalíptica de ex comunistas, o por lo menos como conclusiones prematuras basadas en pruebas insuficientes, asegurándonos que no hay razón para el pánico, que básicamente, las cosas seguirán como de costumbre, ahora de repente tratan el calentamiento global como un simple hecho, como parte de la forma en que las cosas están “pasando como de costumbre”. Todo esto pone en evidencia la razón que tuvo Naomi Klein cuando describió en su “Doctrina de Choque” la manera como el sistema capitalista se vale de las catástrofes-guerras, crisis políticas y tragedias naturales-para imponer su agenda en las zonas devastadas por esas catástrofes. Los desastres ecológicos del futuro no harán otra cosa que darle mayor impulso al capitalismo. Lo que al hombre de Occidente le cuesta aceptar es el hecho de quedar reducido a un observador condenado a ver qué suerte le deparará el destino, tal como sucede con un hincha de fútbol que, sentado delante del televisor, cree que con su aliento podrá influir sobre el desarrollo del partido. “Es cierto que la típica forma de disuasión fetichista a propósito de la ecología es: “Sé muy bien (que todos estamos amenazados) pero realmente no lo creo (así que no estoy dispuesto a hacer algo realmente importante como cambiar mi estilo de vida)”. Pero también existe la forma opuesta de la negación: “Sé muy bien que realmente puedo influir en el proceso que puede conducir a mi ruina (como un estallido volcánico), pero sin embargo es demasiado traumático para mí aceptar esto, así que no puedo resistir el impulso de hacer algo, aunque sé que en última instancia, carece de sentido”. Zizek considera que hay que terminar con estos juegos de una vez por todas. “La ecología es hoy uno de los principales campos de batalla ideológicos, con toda una serie de estrategias para ocultar las verdaderas dimensiones de la amenaza ecológica: 1) simple ignorancia: es un fenómeno marginal, no digno de nuestra preocupación, la vida sigue, la naturaleza cuidará de sí misma; 2) la ciencia y la tecnología nos pueden salvar; 3) dejar la solución al mercado; 4) presión al superego sobre la responsabilidad personal en lugar de grandes medidas sistémicas: cada uno de nosotros debería hacer lo que puede, reciclar, consumir menos, etc.; 5) quizás lo peor de todo es la defensa de un retorno al equilibrio natural, a una vida más modesta y tradicional mediante la cual renunciamos a la soberbia humana y volvemos a ser hijos respetuosos de nuestra Madre Naturaleza: todo este paradigma de la Madre Naturaleza arruinado por nuestra arrogancia está equivocado”. Más adelante Zizek destaca la necesidad de no caer en el anticapitalismo moralizante, en el relato que critica a aquel capitalismo que se apoya en la ambición ilimitada de poder y de riqueza de los capitalistas. En el capitalismo contemporáneo la ambición del individuo queda subordinada al capital impersonal que sólo se preocupa por reproducirse y expandirse. Como consecuencia de ello emerge la tentación de manifestar que lo que se necesita en estos momentos para vencer a la amenaza ecológica es más egoísmo iluminado. Según Zizek, el conflicto entre el capitalismo y la ecología aparenta significar un conflicto entre el egoísmo utilitario patológico y el actuar en aras del bien común de la humanidad. Si embargo, un análisis más profundo de la cuestión pone en evidencia que lo que sucede es exactamente lo opuesto. En efecto, “son nuestras preocupaciones ecológicas las que están basadas en el sentido utilitario de la supervivencia, y como tales carecen de la dimensión ética apropiada, simplemente defendiendo el interés ilustrado, en su máxima expresión por el interés de las generaciones futuras en contra de nuestro interés inmediato. Si buscamos la dimensión ética en todo este asunto, lo encontraremos en el compromiso incondicional del capitalismo con su propia reproducción siempre creciente: un capitalista que se dedica incondicionalmente al impulso auto-expansivo capitalista está efectivamente dispuesto a poner todo, incluyendo la supervivencia de la humanidad, en juego, no para cualquier ganancia o meta “patológica”, sino sólo por el bien de la reproducción del sistema como fin en sí mismo. “Triunfe la verdad aunque perezca el mundo” (paráfrasis de Hannah Arendt) es como podríamos resumir su lema. ¿Qué hay que hacer, entonces? Para responder a esta crucial pregunta, Zizek se basa en el libro de Sloterdijk “¿Qué sucedió en el siglo XX?”, en el que propone qué es lo que debería hacerse en el siglo XXI en los ensayos titulados “El antropoceno” y “De la domesticación del hombre a la civilización de las culturas”. “El antropoceno” designa una nueva época en la vida de nuestro planeta en la que nosotros, los humanos, no podemos ya confiar en la Tierra como un reservorio dispuesto a absorber las consecuencias de nuestra actividad productiva: ya no podemos permitirnos ignorar los efectos secundarios (daño colateral) de nuestra productividad, ya no pueden ser reducidos al fondo de la tierra de la humanidad. Tenemos que aceptar que vivimos en una “Nave Espacial de la Tierra”, responsable de sus condiciones. La tierra ya no es el fondo/horizonte impenetrable de nuestra actividad productiva, sino que emerge como un (otro) objeto finito que podemos destruir o transformar inadvertidamente para hacerla inviable”.

Zizek concluye haciendo un llamamiento a la humildad: “Esto significa que, en el momento en que llegamos a ser lo suficientemente poderosos como para afectar las condiciones básicas de nuestra vida, tenemos que aceptar que somos sólo otra especie animal en un pequeño planeta. Una nueva manera de relacionarnos con nuestros alrededores es necesaria una vez que nos demos cuenta de esto: ya no es un trabajador heroico expresando sus potencialidades creativas y sacando de los recursos inagotables de sus alrededores sino un agente mucho más modesto colaborando con sus alrededores, negociando permanentemente un nivel tolerable de seguridad y estabilidad. ¿Es el mismo modelo de ignorar el daño colateral y no el capitalismo? Lo que importa en la reproducción capitalista es la circulación auto-mejorada centrada en el beneficio, y los daños colaterales causados a los alrededores no incluidos en los costos de producción son en principio ignorados” (…) “De manera que, para establecer este nuevo modo de relacionarse con nuestros alrededores, es necesario un cambio político-económico radical, lo que Sloterdijk llama “la domesticación de la Cultura animal salvaje” (…) “en el momento en que aceptamos plenamente el hecho de que vivimos en una Nave Espacial Tierra, la tarea que se impone con urgencia es la de civilizar las propias civilizaciones, de imponer la solidaridad universal y la cooperación entre todas las comunidades humanas, una tarea que resulta tanto más difícil con el aumento continuo de la religión sectaria religiosa y la violencia “heroica” étnica y la disposición a sacrificarse uno mismo (y el mundo) para la causa específica de uno. La superación del expansionismo capitalista, la amplia cooperación internacional y la solidaridad que también deberían ser capaces de transformarse en un poder ejecutivo dispuesto a violar la soberanía del estado, etc., ¿no son todas estas medidas destinadas a proteger nuestros bienes naturales y culturales? Si no apuntan hacia el comunismo, si no implican un horizonte comunista, entonces el término “comunismo” no tiene significado alguno”.

Descendamos ahora al mundanal ruido. Entre diciembre de 2015 y noviembre de 2016 hubo 192.917 despidos mientras que las suspensiones ascendieron a 39.369. Estas cifras son el resultado de un estudio realizado por el Conicet, Flacso y las universidades públicas, cuyo objetivo es analizar el impacto que provocan los despidos y la incertidumbre laboral sobre la salud de la población. El documento afirma que “las recetas ortodoxas implementadas en Argentina en los últimos meses generaron el mayor y más intenso deterioro de las condiciones de trabajo desde la crisis de la convertibilidad, y el primer evento de esta naturaleza que se verifica en nuestro país en ausencia de grandes crisis o golpes de Estado”. Los investigadores llegaron a la conclusión de que hubo un deterioro del orden del 20,5 por ciento en los indicadores de salud física y se triplicaron problemas de salud mental entre los trabajadores. Según la investigación, entre diciembre de 2015 y noviembre de 2016 122.802 trabajadores fueron desafectados en el sector público mientras que en el sector privado los trabajadores desafectados fueron 70.115. En la industria manufacturera hubo 83.905 trabajadores expulsados del mercado laboral, mientras que en la construcción se registraron 60.626 despidos y en el sector de servicios hubo 14.581 despidos. El documento señala que “este proceso de desgaste del mercado laboral está teniendo fuertes consecuencias en la salud mental y física de las personas despedidas, problemática que tiende a agravarse con la duración del desempleo”. Los indicadores de salud física registraron una merma del 20,5 por ciento a raíz de los despidos. En los quintiles de ingresos 3, 4 y 5 (se ubican los trabajadores de clase media) se registraron los mayores niveles de desgaste. El indicador mencionado cayó un 21,2 por ciento entre las mujeres y un 19,4 por ciento entre los varones. Respecto al grupo etario, los efectos más perniciosos tuvieron lugar entre los trabajadores de 30 a 45 años (21,1 por ciento) y de más de 46 años (24,4 por ciento). Además, aquellos trabajadores con cuatro hijos registraron mayores impactos (45,5 por ciento). El documento indica que al analizar de manera desagregada los indicadores de salud mental se visualiza con claridad que los despedidos se sienten particularmente infelices y sin capacidad de disfrutar de las actividades diarias. Han perdido interés en las cosas e incluso han pensado en terminar con su vida”. Agrega que “todos estos ítems están estrechamente vinculados a vivencia depresiva esperable luego de despidos compulsivos, violentos y humillantes. No obstante ello, resulta de particular importancia epidemiológica el hecho de que, en la muestra examinada y luego de los despidos, casi 1 de cada 6 encuestados reportan tener fantasías suicidas”. Según los investigadores, “a partir de la evidencia de la literatura científica y la severidad de los resultados encontrados en esta investigación, es preciso y responsable anticipar que de no mediar iniciativas de empleo, sociales y de salud que combatan y contengan el impacto económico, social y sanitario de esta situación, sobrevendrá un notable incremento tanto de la morbilidad como de la mortalidad por causas violentas y evitables, de exclusiva responsabilidad de la política pública”. El documento sostiene que los despidos forman parte de una estrategia de shock tendiente a reducir el costo laboral de la mano de obra para de esa forma disciplinar a la clase trabajadora: “se trata de una operación que, para tener éxito, necesita fragilizar individuos y colectivos, poniendo en duda su valor e identidad, desmovilizando mediante el miedo y la deslegitimación” (fuente: Federico Kucher, “Marcas de la incertidumbre laboral y los despidos”, Página/12, 2/1/017).

En su edición del lunes 2 de enero, Página/12 publicó la siguiente reflexión de Raúl Zaffaroni sobre la realidad judicial argentina. Su lectura es imperdible. Dice el miembro de la Corte Interamericana de Derechos Humanos: “La verdad es que respecto de todo lo sucedido en estos días en la Justicia no quiero entrar en los detalles de cada caso, ni en sus protagonistas, porque ya he leído las opiniones de otros colegas que han explicado muy bien las cosas y no es necesario redundar porque oscurece. Creo que está pasando algo sumamente grave. Desde hace tiempo, por lo menos un sector de la justicia argentina ha perdido la vergüenza que, como se sabe y dice el Martín Fierro, cuando se pierde no se vuelve a encontrar más. No obstante, la pérdida de vergüenza no es una anomalía ni una patología; como máximo es una “psicopateada” comprensiblemente humana. Pero en estos días noto que se ha perdido mucho más, es decir, que se ha perdido el pudor mismo, el mínimo pudor jurídico. Y la pérdida del pudor es mucho más grave, porque esa sí es patológica” (…) “¿Qué ha pasado? ¿Nos hemos equivocado en las facultades de Derecho? ¿Hemos escrito mal los libros? ¿Qué hicimos mal al enseñar? ¿Hemos errado al señalar el camino de la discusión y de la no violencia? La verdad es que no lo sé, pero siento temor, miedo, no sé. Por suerte las circunstancias no son iguales y espero que no lo sean nunca, pero no puedo dejar de pensar que si las circunstancias se diesen, no todos, pero tal vez alguno podría ser tan patológico que resucitase las imágenes terribles de un Freisler, de un Thierak. Creí que había pudor, que no tendría que sentir nunca este temor, pero lo siento. El derecho es lucha, y habrá que seguir luchando. No creo que nos hayamos equivocado tanto, pero algo hicimos mal, fuimos ingenuos o creímos demasiado en la sustancia buena y racional del ser humano. Habrá que repensar algunas cosas”.

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