Por Justo J. Watson.-

Surgen en nuestro medio y son cada vez más, las ideas políticamente incómodas; incorrectas para el actual estadío evolutivo de nuestra sociedad. Pensamientos originales que pueden atemorizar pero que resultan estimulantes para las mentes que van unos pasos más allá del resto.

Una de estas inquietudes plantea que la bella máxima democrática “un hombre, un voto” ha resultado hasta aquí inconducente. O lenta hasta la exasperación por no decir contraproducente a efectos del bienestar real (ingreso duro y puro, elevación cultural y social) de los “humildes”.

No somos los primeros en pensarlo. Cinco siglos antes de Cristo, Sócrates desestimó la supuesta utilidad práctica de la democracia (inventada por sus coetáneos) advirtiendo que derivaría fatalmente en demagogia bajo el impulso natural de la mayoría menos creativa a apropiarse de los bienes de la minoría más creativa. Mente brillante si las hubo, tras enseñar en el ágora verdades de este calibre murió ejecutado… obviamente por votación.

Desde la reinstauración de la democracia en su versión actual (EEUU, fines del siglo XVIII) y confirmando la previsión socrática, las mayorías de “desposeídos” han intentado siempre y en todas partes, sin excepción, hacerse a través del voto de más bienes materiales a costa de las minorías de “poseedores”.

Fue y es poco probable, sin embargo, que una mayoría de más idiotas se burle en forma sistemática de una minoría de más listos beneficiándose a su costa. Lo que en verdad sucede es que la redistribución termina produciéndose de hecho dentro del grupo de los desposeídos. Y que son los poseedores mejor posicionados en lo político quienes logran hacerse subvencionar en forma consistente y sistemática por… los humildes.

Es la historia en curso de nuestro peronismo, de sus ricos caudillos con su corte de vivillos y del vasto bajo pueblo, planero y conurbanizado (o con destino de serlo).

Si quien esto lee se sintiera de pronto muy mal y debiera ir de urgencia a un hospital para que lo salvaran, incluso operándolo, no querría que su diagnóstico ni el ejecutante de la operación fueran decididos por simple mayoría, a mano alzada, en abierta compulsa entre todos los empleados del nosocomio (un hombre, un voto).

En lo importante, queremos estar en manos de especialistas. De estudiosos. De gente probadamente eficaz en su área.

En uno de sus diálogos con Adeimantus, hermano de su discípulo Platón, Sócrates preguntó “Si tuvieras que emprender un viaje en barco por el medio del océano, ¿quién te gustaría que eligiera al líder del barco? ¿Todos los de la tripulación o únicamente los más educados e inteligentes?” A lo que el aludido respondió “los más preparados para tomar la decisión, obviamente. Los que han sido educados”. Y Sócrates dijo “Entonces, ¿por qué seguimos pensando que todos tienen la potestad de elegir a los líderes de un país?”

A diferencia de Platón, Sócrates no escribió ningún libro porque pensaba que cada uno debía arribar a sus propias conclusiones. Son las nuevas ideas y conclusiones a las que nosotros debemos arribar ahora, en nuestra circunstancia.

Una regla empírica dice que la humanidad evoluciona en círculos, siguiendo la forma de un resorte; dos pasos hacia arriba y uno hacia abajo, una y otra vez.

A través de miles de años de historia de nuestra organización social, las élites poblacionales que marcaron el camino pasaron de tiranías crueles y supersticiosas a cultas pero no menos autoritarias monarquías y de allí, utopía mediante, a sistemas democráticos con un grado algo mayor de respeto por los derechos humanos tras el revolucionario lema “un hombre, un voto”.

Otra regla tan empírica como la anterior dice que las utopías conducentes pasan por 3 etapas: primero son rechazadas de plano, después son duramente contraargumentadas como imposibles o muy peligrosas para finalmente… ser aceptadas como obvias. Así sucedió con la democracia republicana hace 250 años cuando todo lo conocido y civilizado a su alrededor eran monarquías.

Hoy y aquí la utopía política es la libertaria y se encuentra en su etapa número 2, cuando todo lo conocido y civilizado a nuestro alrededor son democracias.

Sus referentes procuran usar la defectuosa representatividad democrática existente para arribar al poder y desde allí abrir la puerta a la etapa número 3, ubicándonos en un tránsito gradual que en el mejor de los casos podría durar muchas décadas pero que con toda probabilidad se verá interrumpido y lentificado por la referida “regla del resorte” de la evolución humana.

¿Un tránsito hacia dónde? He ahí la cuestión: la de las inquietudes éticas que están moviendo a las mentes más despiertas de nuestro tiempo. Un tiempo vibrante, inestable, lleno de tendencias disruptivas y herramientas como la IA que irrumpen, se espiralizan y empiezan a sacarnos de las zonas de confort de nuestra adolescencia mental; de todo el castrador (e irresponsable) mundo del “Estado Mamá”.

Allí, la nueva corrección política estaría en apuntar a un norte que evite a las minorías el ser avasalladas en sus derechos humanos. Empezando por los de propiedad y libre disposición, derechos de base que son condición necesaria (y garantía fáctica) de todos los demás. Avasallamiento que ocurre hoy dentro del actual sistema de esclavitud fiscal y de valores -o antivalores- socio institucionales forzados por el primitivo “somos más”.

Tránsito hacia un destino ideal que evite por completo que algunas de esas minorías se vean travestidas en esclavistas (la casta); parásitas de sus pares y de sus “humildes”.

Dicho norte, fundado (a diferencia de lo actual) en el principio de no agresión y en el respeto por los proyectos de vida ajenos, no es otro que el de una sociedad basada en lo contractual; o sea, en lo voluntario. Dependiente por entero de las millones de gestiones diarias de la gente; de acciones tan competitivas y cooperativas como solidarias en el ágora no-violento del “mercado”. Modo orientado a ser administrados en cada rubro (seguridad, justicia, previsión, sistema penal resarcitorio, educación, infraestructura, defensa, salud etc.) por profesionales eficaces operando bajo contratos diversos, suscriptos con redes ciudadanas liberadas de impuestos y, por tanto, ricas.

La pobreza, la angustia y la muerte por carencias (o por inseguridad) no son lo que podría sobrevenir en esta hipótesis sino lo que tenemos hoy y aquí; con nuestras cabezas sobre el suelo y las botas del poder estatal pisando sobre ellas. Botas avaladas por el mismo tipo de voto que ejecutó, hace 25 siglos, al sabio filósofo griego.

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