Por Hernán Andrés Kruse.-

“Tiempo de revancha” fue el título de una gran película de 1981 dirigida por Rodolfo Aristarain y protagonizada por Federico Luppi. Lejos de hacer un recordatorio de ese film me apoyaré en su título para reflexionar sobre lo que acaba de manifestar el ex director de la Biblioteca Nacional y miembro de Carta Abierta, el intelectual de izquierda Horacio González. Tal como informa Infobae en su edición del domingo 22 González abogó por una reescritura de la historia argentina pero no desde “una multiplicidad graciosa y finita” que según él es una “especie de neoliberalismo inspirado en las academias norteamericanas de los estudios culturales” sino “que tiene que ser una historia dura y dramática, que incorpore una valoración de la guerrilla de los años 70 y que escape un poco de los estudios sociales que hoy la ven como una elección desviada, peligrosa e inaceptable”. Lo que propone González es lisa y llanamente una reivindicación de los montoneros y el ERP que asolaron el país en la década del setenta.

La chispa que provocó el incendio fue, a mi entender, la nefasta decisión del gobierno de la Revolución Libertadora de fusilar al general Valle y a quienes lo acompañaron en la contrarrevolución de junio de 1956. Lo que pretendieron Aramburu y Rojas fue demostrarle al peronismo que la revolución iba en serio. Cometieron un terrible error de cálculo. Lejos de someter a los peronistas lo que lograron fue legitimar lo que se dio en llamar “la resistencia” propiciada desde Madrid por Perón. La guerrilla no fue más que la manifestación violenta y despiadada de la resistencia peronista al antiperonismo gobernante. El bautismo de fuego de la guerrilla montonera fue el secuestro y posterior asesinato de Pedro Eugenio Aramburu. Fue una demostración de barbarie y crueldad atroz, un acto malvado ejecutado con alevosía y ensañamiento, tal como fueron los fusilamientos de José León Suárez. Lejos de sentir malestar por esa ejecución Perón la aprobó. Lo hizo porque las “formaciones especiales” le eran perfectamente funcionales. Perón necesitaba imperiosamente deslegitimar la dictadura militar de Onganía y para ello nada mejor que sembrar el territorio argentino con la semilla de la insurgencia.

Los cabecillas de la guerrilla peronista eran jóvenes de los sectores medios altos porteños provenientes en sus comienzos de los sectores de la derecha extrema del peronismo, como Tacuara. Luego de relacionarse con los curas del tercer mundo, entre los que descollaba el padre Mujica, también perteneciente a los sectores medios altos, los montoneros abrazaron la causa del socialismo nacional. Creían en la imposición violenta del socialismo, en la lucha armada como medio legítimo para instaurar el nuevo orden. En el fondo no hacían más que poner en práctica la filosofía política del teórico del nazismo Carl Schmitt, quien consideraba que la relación fundamental de la política era la de amigo-enemigo. Para los montoneros quien no pensaba como ellos era un enemigo, no un adversario. Era un cómplice de la sociedad burguesa cipaya y corrupta. Su idealismo primigenio dejó el lugar a un fanatismo criminal, irracional, demencial. Los montoneros se lanzaron a la caza de toda persona que vistiera uniforme policial y/o militar mientras que el ERP, que no respondía a Perón pero perseguía el mismo objetivo que los montoneros, se ensañó con todo aquél que tuviera vínculos con las empresas extranjeras, especialmente las de origen norteamericano. Semejante accionar fue coronado con el más rotundo de los éxitos ya que el último gobernante de facto de la Revolución Argentina, Alejandro Agustín Lanusse, no tuvo más remedio que convocar a elecciones generales para marzo de 1973.

Luego del interregno de Héctor Cámpora, Perón fue electo presidente por tercera vez en septiembre de ese año. Fue apoyado por el 62% del electorado. Todo hacía pensar que la guerrilla abandonaría la lucha armada luego de semejante plebiscito. Lamentablemente, continuaron con su estrategia de profundizar las contradicciones. Dos días después de la consagración de Perón los montoneros ejecutaron a José Ignacio Rucci, en ese entonces el sindicalista más poderoso del país y mano derecha de Perón. La reacción del presidente fue feroz. La AAA, comandada por José López Rega, intensificó su accionar represivo y la Argentina se tiñó del color rojo de la sangre. Era evidente que la guerrilla presionaba para provocar el desmoronamiento del gobierno de Perón primero y luego el de Isabel. Para sus miembros Perón los había traicionado y el gobierno de Isabel no era más que la continuidad del régimen burgués que tanto odiaban. Creían que si las Fuerzas Armadas derrocaban a Isabel el pueblo saldría a las calles para abrazar la causa del socialismo nacional.

Sucedió lo contrario. Lo que hizo el pueblo fue apoyar pasivamente el derrocamiento de Isabel y la denominada “lucha antisubversiva” puesta en ejecución por Videla y Massera. En el fondo los montoneros y el ERP, con sus actos irracionales, no hicieron más que legitimar el terrorismo de Estado. Luego del 24 de marzo de 1976 la guerrilla, sin capacidad para adueñarse del poder, continuó sin embargo ejecutando algunos ataques tremendos contra miembros de las fuerzas armadas. ¿Qué sentido tenía semejante estrategia? Lo único que consiguió la guerrilla fue que ante cada demostración de violencia el ministro del interior, Albano Harguindeguy, utilizara los medios de comunicación para decir más o menos lo siguiente: “argentinos, estos hechos demenciales demuestran que las fuerzas armadas no estaban equivocadas cuando derrocaron a un gobierno que había perdido el monopolio de la fuerza, que demostraba toda su incapacidad para hacer frente a la guerrilla”. En definitiva, el salvajismo guerrillero no hizo más que justificar el salvajismo del terrorismo de estado.

De las palabras de González surge la pretensión de reivindicar a la guerrilla. ¿Ello significa reivindicar sus criminales atentados que no hicieron más que socavar la legitimidad democrática del gobierno de Isabel? ¿Significa reivindicar la estrategia de Mao sintetizada en la expresión “cuanto peor, mejor”? Es probable que la mayoría de los miles de jóvenes que apostaron por la lucha armada creyendo que era la única manera de instaurar en el país un régimen social y económico más justo, jamás imaginaron que terminarían siendo funcionales a la dictadura militar más sangrienta de nuestra historia. Pero lo cierto es que fueron víctimas de un fanatismo ciego que terminó con sus vidas y enlutó a todo un pueblo.

En otro párrafo González expresa que en el próximo gobierno Cristina “no puede ser una mera vicepresidenta y tampoco puede tomar decisiones que debe tomar el presidente; ese campo está por ser diseñado… Ella no puede ser una mera vicepresidenta porque fue ella quien abrió paso a esta nueva etapa. Esto no lo puede ignorar ningún político, sobre todo no lo puede ignorar Alberto Fernández. Hay un primer lugar que le corresponde a Alberto Fernández, pero antes hay un primer lugar que le corresponde a ella por abrir esta posibilidad. Ella ocupa como dos lugares: el primero es simbólico y el segundo táctico-político”.

Más claro, imposible. González le está marcando la cancha a Alberto Fernández cuando ni siquiera es presidente electo. Le recuerda que encabeza la fórmula presidencial del Frente de Todos por una decisión personalísima de Cristina. Si no hubiera sido por la ex presidenta Alberto Fernández hoy estaría en el llano, aguardando ser tenido en cuenta por el sucesor de Mauricio Macri. Tiene razón González. Alberto Fernández asumirá el 10 de diciembre porque Cristina dispuso que encabezara la fórmula presidencial del Frente de Todos. Pero también es verdad que si Alberto Fernández no hubiera sido capaz de negociar el apoyo de los gobernadores peronistas, de los barones del conurbano, de la cúpula de la CGT y de Sergio Massa, difícilmente el Frente de Todos hubiera alcanzado casi el 50% de los votos en las PASO. Así como Alberto Fernández le deberá la presidencia a la decisión de Cristina de ungirlo como candidato presidencial, la ex presidente le deberá a Alberto Fernández la vicepresidencia. Porque como bien señaló en su momento AF “con Cristina no alcanza pero sin Cristina no se puede”.

Esta situación es muy similar a la que se produjo entre Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner en las presidenciales de 2003. Kirchner fue presidente pura y exclusivamente por el apoyo del aparato duhaldista de la provincia de Buenos Aires. En este sentido cabe decir que el patagónico fue más dependiente de Duhalde que AF lo es de Cristina. Al asumir Kirchner debió optar entre ser un títere de Duhalde o ganarse la autonomía que le permitiera ser él el presidente. Decidió cortarse solo y luego de la victoria en las elecciones de medio término de 2005 Duhalde pasó al ostracismo. ¿Sucederá algo similar con Alberto Fernández y CFK? Es una probabilidad que no debe desecharse. Cristina se siente la dueña del 30% de los votos que cosechó el Frente de Todos en las PASO. Pero a diferencia de Néstor Kirchner AF puede sentirse en cierta medida dueño del restante 20%. En consecuencia, no le resultará tan sencillo a CFK condicionar a AF. Primero, por la razón recién mencionada y segundo porque AF demostró que no le tembló el pulso cuando decidió irse del gobierno de Cristina en 2008.

Las reflexiones de Horacio González no auguran un clima de tolerancia en caso de que le toque asumir a Alberto Fernández. La pretensión de imponer un relato que presente a la guerrilla como un grupo de jóvenes idealistas que dieron su vida por una sociedad más justa y solidaria se da de bruces contra la cruda realidad. Lo que en el fondo está diciendo González es que lejos está de arrepentirse de haber formado parte de esa guerrilla. Su mensaje es que la lucha continúa. Y su intención de hacerle recordar a AF que si llega a la presidencia le deberá gratitud eterna a Cristina tampoco ayuda crear un mínimo ambiente de tranquilidad que será vital para sobrellevar el peso de un momento histórico sumamente complicado. Ojalá me equivoque pero sus dichos dejan traslucir un sentimiento de revancha que en el pasado causó estragos. Quiera Dios que mis sospechas sean sólo el fruto de mi imaginación trasnochada.

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