Por Jorge Raventos.-

Emilio Monzó, flamante presidente de la Cámara de Diputados, advirtió esta semana que, desde la hora cero del jueves 10, a él le corresponde la autoridad sobre lo que pase en el recinto del Congreso y que, de ser preciso -a juzgar por cómo evoluciona la situación, probablemente lo sea- requerirá fuerzas de seguridad para evitar el ingreso de grupos provocadores que quieran perturbar ese día la ceremonia de juramento de Mauricio Macri ante la Asamblea Legislativa.

La insistencia de la señora de Kirchner en consumar la transmisión del mando en ese mismo acto en el Congreso (un antojo que sostiene con terquedad) y evitar la entrega de la banda y el bastón presidenciales en la Casa Rosada probablemente pretende facilitar el copamiento de los balcones de la Cámara baja por la adicta muchachada de La Cámpora (siempre dispuesta a vitorearla a ella y a mortificar al Presidente electo) sin pagar ella el precio de ser anfitriona de un desorden.

Por otra parte, la señora no quiere abandonar la Casa de Gobierno como ex Presidente (rango que ocupará después del traspaso). Si el acto se completa en el Congreso, ella habría dejado la Casa de Gobierno en funciones y partiría como ex desde el Palacio Legislativo hacia el aeropuerto, para refugiarse -mientras le sea posible- en “su lugar en el mundo”: El Calafate.

Nimiedades y caprichos del adiós, irrelevantes si no fuera porque proyectan una imagen entre grotesca y patética de la investidura presidencial que la señora de Kirchner ha ostentado por dos períodos.

La autoridad cambia de manos

Aquel aviso de Monzó fue un sobrio recordatorio de que la autoridad cambia de manos y será ejercida sin complejos. Horacio Rodríguez Larreta agregó otro detalle en ese mismo sentido: “Macri va a asumir en la Rosada, el que lo decide es él, el presidente electo. Puede pasar que la señora de Kirchner no venga… tampoco se la puede obligar”.

Lo que en situaciones medianamente normales se resuelve bajo la forma de acuerdos y convergencias (así ocurrió con el traspaso entre Raúl Alfonsín y Carlos Menem, pese a que fue anticipado, y entre Menem y Fernando De la Rúa; es decir, en dos casos en que el gobierno pasaba de un partido a otro), esta vez se produce en un marco de fractura. Es el colofón de la “década ganada”.

De todos modos, las pulseadas de protocolo son fruslerías comparadas con otros gestos con que la Señora decidió dar la bienvenida al inquilino que la sucederá en Balcarce 50: creación de decenas de organismos nuevos, incorporación de miles de empleados a la burocracia estatal, designación de embajadores…Que la fiesta la pague el que viene.

Después de que la Corte Suprema determinó con un fallo extensamente meditado que la caja central debe devolver más de 45.000 millones de pesos a Córdoba, San Luis y Santa Fe (plata que gastaron los que se van y tendrán que sufragar los que llegan) la señora de Kirchner extendió graciosamente esa retribución a todas las provincias. Aníbal Fernández tradujo el sentido de la medida dispuesta por la Presidente: “ANSES pierde algo así como $ 100.000 millones por mes, por lo cual, el flujo no va a alcanzar para cumplir con la responsabilidad del pago de las jubilaciones”. Que esa mala noticia la comunique Macri.

En rigor, el decreto presidencial es un mamarracho jurídico diseñado por Carlos Zannini que no pasa ningún examen de legitimidad: el resto de las provincias no se encuadran en la misma situación legal que aquellas que obtuvieron el fallo de la Corte, ni tenían acciones iniciadas, ni , por consiguiente habían presentado prueba para avalar sus reclamos. La Presidencia no es intérprete de la Corte. En este caso, quiso serlo y cumplió lo que no le habían pedido. En cambio, ha incumplido sistemáticamente fallos del Alto Tribunal (por ejemplo, la reposición del fiscal de Estado de Santa Cruz que echó Néstor Kirchner) o ha obviado la jurisprudencia sobre jubilados que estableció el caso Badaro.

Ahora de lo que se trataba era de sembrar minas en el acceso de Macri al gobierno.

Obsesión presidencial: el éxodo jujeño

En ese sentido, la Presidente es consecuente con su trayectoria: no quiere dejar su forma de ser en los umbrales de la Casa Rosada.

Siempre la sedujo la imagen histórica del éxodo jujeño. Lo consignamos en esta columna en varias oportunidades. Por ejemplo, en 2008: “En mayo, a dos meses de iniciada la rebelión interior contra la resolución 125 durante un viaje al Noroeste, en un acto en San Salvador de Jujuy, la señora de Kirchner ensalzó los esfuerzos de su gobierno en términos de una nueva epopeya, como la del éxodo de Belgrano, como la del éxodo jujeño. Tal vez se tratara de una metáfora reveladora, surgida menos de una súbita inspiración poética que de afiebradas conversaciones conyugales en la soledad de El Calafate. Manuel Belgrano decidió esa maniobra defensiva desesperada cuando se consideró en inferioridad ante los españoles del general Goyeneche, reforzados con tropas que llegaban desde el Alto Perú; ordenó abandonar la plaza y dejar atrás sólo tierra arrasada: quemar casas y cosechas. Cuando evocaba el éxodo jujeño comparándolo con su propia epopeya esas imágenes que desfilaban por la fantasía de la Presidente (huidas, incendios, desolación, amenaza enemiga) pueden, quizás, ser recuerdos del futuro, alucinaciones provocadas por las dificultades, las deserciones, los desafíos, los previsibles reveses?”

En septiembre de 2014 apuntábamos aquí: “No hay que descartar la capacidad de daño que pueda ejercer el kirchnerismo crepuscular, aún en condiciones de retirada. La Casa Rosada pretende mantener el manejo de los recursos financieros contra viento y marea, porque en la estrategia de su éxodo jujeño no sólo incluye cargar a la cuenta del futuro gobierno un gasto expansivo que se financia con reservas y deuda pública, sino también el estímulo financiero a las fuerzas propias con las que proyecta una futura (quimérica, si se quiere) contraofensiva victoriosa”.

En fin, la Presidente empieza a transformarse en ex con rasgos idénticos a los que mostró en la gestión. La diferencia es que ya no estará en el poder.

Su cambio de situación tendrá consecuencias de distinto tipo sobre el sistema político.

El 25 de octubre María Eugenia Vidal llevó a Cambiemos a la victoria en la provincia de Buenos Aires. Pero el 22 de noviembre, aunque Macri ganó en el país, el que triunfó en la provincia de Buenos Aires (y en la mayoría de los distritos del conurbano) fue Daniel Scioli. Un detalle no menor: el 22 de diciembre Aníbal Fernández ya estaba excluido.

Ahora, cuando Macri asuma la presidencia se habrá consumado la salida de Cristina de Kirchner, que sin duda ha sido un factor fundamental para que Cambiemos pasara del segundo puesto con 34 por ciento al primero con más de 50. Desaparece una fuerza compensatoria de las tendencias centrífugas que amenazan a una corriente política todavía insuficientemente cohesionada que aún no ejerce el poder (esa otra poderosa fuerza centrípeta).

Construir desde la grieta

La foto de la grieta que reveló la elección del 22 de noviembre (51 a 49), subrayada con el comportamiento de la Casa Rosada, es el punto de partida para entender las potencialidades y riesgos de la situación.

A cargo de la Presidencia, que es el vértice y el pivote del sistema político, Mauricio Macri sabe que la legitimidad por sí sola no es garantía de gobernabilidad. Debe hacerse cargo de un país que parece reclamar un cambio y que al mismo tiempo parece temerle a las consecuencias. Un país donde el peronismo, tanto el que siguió a los renovadores de Sergio Massa como el que se expresó en la boleta de Scioli, sigue representando una fuerza ineludible.

Los desafíos de Macri residen en garantizar gobernabilidad (algo que va más allá de los acuerdos legislativos o institucionales) y reinstalar al país en las corrientes centrales del mundo.

Para afrontar esos desafíos, necesita desarrollar una estrategia de unidad nacional. La grieta marca las condiciones desde las cuales es preciso trabajar.

Los vientos del mundo

Aunque el mundo no presenta ya las condiciones extraordinariamente favorables de mediados de la década pasada, Argentina sigue teniendo allí una enorme oportunidad para valorizar sus dones y capacidades. El crecimiento de las grandes naciones asiáticas, empezando por China, y el ascenso social de sus pueblos, abre enormes mercados para un eficiente productor de alimentos como Argentina. El país es observado como una gran posibilidad de inversión por empresas e inversores internacionales. Sin el obstáculo de una política empecinada en el aislamiento, el país puede crecer explosivamente.

El fin del ciclo K coincide con nuevas situaciones en el vecindario. La región experimenta un cambio en el sentido hacia el que marcha Argentina: Chile, Perú, Colombia avanzan, atraen inversiones, desarrollan comercio, crean trabajo. El Presidente electo tiene una carta de navegación: ya se vio con Dilma Rousseff, con Michelle Bachelet (y de paso, con Tabaré Vásquez). Desde la región, apertura al mundo: Europa, Estados Unidos, Asia, el acuerdo transpacífico.

Hoy mismo Venezuela afronta una prueba decisiva: el chavismo perderá la elección y por esa vía el control del Legislativo; con su sectarismo e ineficiencia el poder ha minado sus propias bases y hoy no sólo cosecha la protesta de las clases medias, sino también la de amplios sectores populares sumidos en la pobreza y el desempleo por una política irresponsable. Le queda al chavismo la apelación a la fuerza desnuda. En tal caso, ¿por cuánto tiempo?

Macri adelantó la amenaza de la cláusula democrática del Mercosur, que podría excluir a Venezuela de sus filas si transgrede más seriamente las reglas de la democracia. Brasil y Uruguay no quieren aplicar esa medicina, pero el hecho de que Argentina la recomiende los obliga a presionar sobre el régimen venezolano para que se comporte con alguna sensatez. El sentido de la presión se ha invertido: pocos años atrás los que ejercían la presión más poderosa eran los países “bolivarianos”.

La buena gestión y la política

El presidente electo apuesta a la gestión eficiente y a los resultados como una de las vías para conquistar apoyos. La política (y el concepto incluye a sectores enrolados en Cambiemos) desconfía dl acento macrista en la gestión: la consideran cándida y vulnerable.

Macri ha elegido técnicos para la mayoría de los ministerios. No se trata, eso sí, de técnicos de laboratorio, de intelectuales de gabinete, sino más bien de cuadros gerenciales acostumbrados a poner la pierna fuerte en el mundo de los negocios, a discutir estrategias y conducir equipos heterogéneos, a buscar eficiencia, a motivar, negociar y mandar. No se nota por ese lado demasiada fragilidad.

¿Prenderán esas semillas en los territorios de la política? Esa es la jugada y habrá que admitir que se despliega en un tablero en el que la política tradicional, salvando raras excepciones, no ha evidenciado demasiado éxito en el campo de la eficiencia.

Por otra parte, el que conduce esa orquesta es un ingeniero que ingresó a la política hace poco más de una década, decidió crear su propio partido en lugar de buscar hacer carrera (o proyectar sus capacidades) en alguno de los partidos existentes. De allí en más se presentó a elecciones y perdió sólo una. Ganó el gobierno de la Capital y, después de construir una fuerza nacional, que en muchos casos está formada por técnicos, profesionales y creadores con nula o muy escasa experiencia política previa, acaba de ganar los gobiernos de la ciudad autónoma, de la provincia de Buenos Aires y de la Nación.

No es como para que la política mire al estilo macrista y a su empeño en la gestión con actitud sobradora.

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