Por Hernán Andrés Kruse.-

El 29 de mayo es otra fecha emblemática, ya que se conmemora el Día del Ejército Argentino. Pero también es una jornada en la que viene a la memoria de los argentinos el secuestro y posterior asesinato del General Pedro Eugenio Aramburu, emblema de la Revolución Libertadora.

El 16 de septiembre de 1955 se produjo el golpe cívico-militar que derrocó a Juan Domingo Perón. Pasó a la historia con el nombre de “Revolución libertadora” y su objetivo esencial fue desperonizar el país para que nunca más los argentinos volvieran a sufrir un régimen como el peronista. Quien asumió como primer presidente de facto fue el general Eduardo Lonardi. El día de su asunción, 23 de septiembre, la Plaza de Mayo estaba colmada de antiperonistas que vivaron al militar. La otra Argentina se había hecho presente para manifestar su júbilo. Lonardi se presentó desde un principio como un contemporizador. El histórico lema “ni vencedores ni vencidos” fue su bandera. La realidad era otra. El país estaba fuertemente dividido entre dos sectores irreconciliables, el peronista y el antiperonista. Al decir esa frase los halcones del gobierno de facto detectaron en Lonardi una debilidad que podía atentar contra los intereses de la Revolución Libertadora. El “gorilismo” no estaba dispuesto a tolerar que Lonardi decidiera contemporizar con el peronismo. El 13 de noviembre las Fuerzas Armadas lo eyectaron de la presidencia y lo reemplazaron por el general Aramburu. De vicepresidente continuó en funciones el almirante Isaac Francisco Rojas. El jacobinismo antiperonista se había adueñado del poder.

El flamante gobierno de facto puso manos a la obra de inmediato. Lo primero que hizo fue investigar los actos de corrupción que tuvieron lugar en el período anterior. A raíz de ello fueron investigados y procesados varios funcionarios peronistas. Por si ello no hubiera sido suficiente, se decidió la intervención de la Confederación General del Trabajo, la destrucción de todos los símbolos del peronismo y la prohibición del nombre de Perón, quien a partir de entonces fue denominado por los grandes medios como “el tirano prófugo” o “el dictador depuesto”. También desaparecieron los nombres alusivos al peronismo como Eva Perón, Juan Domingo Perón, 26 de julio, 8 de octubre, 7 de mayo y 17 de octubre. En el área educativa se restituyó la autonomía a las universidades públicas de tal manera que a partir de entonces las autoridades pasaron a ser elegidas por los docentes, los egresados y los alumnos. El diario La Prensa, confiscado por Perón, fue devuelto a la familia Gainza Paz, su genuino propietario. La constitución de 1853 recuperó su vigencia al imponer la anulación de la reforma constitucional de 1949.

En materia económica, Aramburu adoptó un plan ortodoxo. Una de sus primeras decisiones fue adquirir un nuevo préstamo externo para financiar importaciones desde Europa. Al año siguiente (1956) quedó en evidencia que le iba a resultar imposible cancelarlo. Para colmo, apareció la tan temida inflación. Sin embargo, el tándem Aramburu-Rojas se mantuvo inflexible en el rumbo económico. Prueba de ello lo constituye la decisión del gobierno en 1956 de incorporar el país al Fondo Monetario Internacional y de alinearlo de manera incondicional con los Estados Unidos.

El 9 de junio de 1956 implicó una bisagra en la historia argentina contemporánea. Esa noche tuvo lugar una rebelión cívico-militar liderada por el general Valle. Pese a que la insurrección fue fácilmente sofocada Valle y varios de sus seguidores fueron fusilados, en una de las decisiones más controversiales de los últimos tiempos. ¿Había necesidad de una decisión tan draconiana? Lo cierto es que esos fusilamientos sirvieron de justificativo para lo que luego se conocería con el nombre de “resistencia peronista”, antesala de las organizaciones guerrilleras que socavarían la legitimidad de los sucesivos gobiernos militares y civiles que detentaron el poder durante el exilio de Perón. Según el historiador Joseph Page “el manifiesto que delineaba los objetivos del movimiento era un tanto vago; llamaba a elecciones a la brevedad posible y exigía la preservación del patrimonio nacional pero no decía nada respecto a Perón. Aunque un grupo de peronistas, individualmente, se unieron a la conspiración y las bases del partido la consideraban como un intento de entronizar nuevamente al presidente depuesto, la resistencia peronista se mantuvo a la distancia”. Por su parte, Rodolfo Walsh denominó a los fusilamientos “Operación Masacre”. Según Miguel Bonasso, Perón no dio su apoyo a la sublevación: “En carta a John William Cooke, Perón criticó acerbamente “el golpe militar frustrado”, que atribuyó a “la falta de prudencia que caracteriza a los militares”. Después, los acusó de haberlo traicionado y conjeturó que, de no haberse ido del país, lo habrían asesinado “para hacer méritos con los vencedores” (fuente: Wikipedia).

Con el peronismo proscripto el gobierno de la Revolución libertadora convocó a elecciones constituyentes para recuperar la Constitución de 1853. A raíz de ello el radicalismo se quebró en dos: por un lado, la Unión Cívica Radical del Pueblo, aliada de Aramburu y Rojas; por el otro, la Unión Cívica Radical Intransigente, proclive a un acuerdo con el peronismo proscripto. Los líderes de ambos sectores eran, respectivamente, Ricardo Balbín y Arturo Frondizi. Los constituyentes que respondían a Frondizi decidieron retirarse de la Asamblea Constituyente, con lo cual quedaron sólo los miembros de las fuerzas políticas cercanas al gobierno que consagraron el texto de la constitución de 1853 e introdujeron una serie de derechos sociales que constituyeron el contenido del artículo 14 bis. Tiempo después el General Aramburu convocó a elecciones presidenciales sin la participación del peronismo. Astuto y maquiavélico, Frondizi pactó con Perón su apoyo electoral, lo que terminaría por depositarlo en la Casa Rosada. En efecto, don Arturo ganó las elecciones del 12 de febrero de 1958 y asumió como presidente el 1 de mayo del mismo año. El resultado electoral fue, qué duda cabe, un duro golpe para el jacobinismo antiperonista.

Imposibilitado Frondizi de quedar bien con Dios (el antiperonismo) y con el Diablo (el peronismo), finalmente fue eyectado del poder en marzo de 1962. El triunfo de Andrés Framini en la provincia de Buenos Aires los días previos constituyó el detonante. Las Fuerzas Armadas antiperonistas pusieron en la Rosada a José María Guido, condenado a ser un títere de los altos mandos. Con Guido retornó el más crudo antiperonismo y su lógica consecuencia: una nueva proscripción del peronismo. Las elecciones presidenciales fueron convocadas para el 7 julio de 1963. El General Aramburu se presentó como candidato presidencial de UDELPA (Unión del Pueblo Argentino), la fuerza política que años después sería conducida primero por Francisco Manrique y luego por Álvaro Alsogaray. El ganador resultó ser Arturo Umberto Illia, candidato de la Unión Cívica Radical del Pueblo. Al asumir, Illia contaba con tan solo el 25% de los votos. Su presidencia fue traumática. Acosado por el sindicalismo vandorista, Perón desde el exterior, el gorilismo castrense, la Iglesia, los grandes medios de comunicación y las corporaciones, el honesto radical hizo lo que pudo para gobernar con cierta normalidad. Acosado por semejante enemigo interno y externo, en junio de 1966 se produjo lo inevitable: su derrocamiento. Fue, qué duda cabe, uno de los errores históricos más graves de la política argentina contemporánea.

Con la caída de Illia dio comienzo la denominada “Revolución Argentina”. Las Fuerzas Armadas pusieron en la Rosada al general Juan Carlos Onganía, de clara orientación católica y nacionalista. En Economía nombró a un ortodoxo, Adalbert Krieguer Vasena, el “Domingo Felipe Cavallo” de los sesenta. Con Onganía en el poder la “grieta” entre el peronismo y el antiperonismo se ahondó. Al imponer un plan económico ortodoxo, el gobierno militar creó las condiciones para el surgimiento de movimientos sociales críticos y desafiantes. También surgieron las organizaciones guerrilleras, algunas de ellas peronistas que habían sido bendecidas por el propio Perón. La más notoria fue la organización “Montoneros”, liderados por Norma Arrostito, Fernando Abal Medina y Mario Firmenich. Esta organización tuvo su bautismo de fuego el 29 de mayo de 1970 cuando su cúpula secuestró nada más y nada menos que al general Pedro Eugenio Aramburu, símbolo del jacobinismo antiperonista. El 1 de junio la “Orga” procedió a su ejecución. A partir de entonces la violencia impuso sus códigos.

El mismo día del fusilamiento de Aramburu los Montoneros publicaron el “comunicado número 4”. Decía así: “AL PUEBLO DE LA NACIÓN: La conducción de los Montoneros comunica que hoy a las 7,00 horas fue ejecutado Pedro Eugenio Aramburu. Que Dios Nuestro Señor se apiade de su alma. ¡PERÓN O MUERTE! ¡VIVA LA PATRIA!” (Fuente: El Esquiú.com., Google). Con el paso del tiempo surgieron varias versiones sobre lo que realmente sucedió con Aramburu. En la edición del 3 de septiembre de 1974 de la revista “La Causa Peronista”, Arrostito y Firmenich confirman su autoría. Fue el acta de nacimiento de una organización guerrillera que poco tiempo después desafiaría al propio Perón, siendo éste presidente de la nación por tercera vez. Los montoneros habían montado un “juicio popular” donde lo acusaron de haber participado activamente en el derrocamiento de Perón en 1955 y de haber ordenado el fusilamiento del General Valle y varios de sus seguidores un año después. Otra versión señala que durante la presidencia de Onganía sectores militares y civiles complotaron para eyectarlo del poder. Entre sus figuras más relevantes figuraban el general Lanusse, el general Aramburu y Arturo Frondizi. La Inteligencia Militar leal a Onganía, con el supuesto objetivo de amedrentar a Aramburu (sería el presidente del nuevo gobierno), utilizó a jóvenes cercanos a “La Morsa”-Arrostito, Firmenich, Abal Medina, etc.-para que procedieran a secuestrarlo para luego entregarlo para un ulterior interrogatorio. Un comando lo habría interrogado pero como Aramburu se habría descompuesto, habría sido llevado al Hospital Militar donde no habrían logrado reanimarlo. Para el historiador Carlos Altamirano “a comienzos de 1970 era un secreto a voces que Aramburu estaba a la búsqueda de un acuerdo con Perón para una salida electoral y, por supuesto, los montoneros no lo ignoraban. “Actualmente Aramburu significa una carta del régimen”, consignaba el primer comunicado de la agrupación armada, que denunciaba el propósito de engañar al pueblo en una falsa democracia” (…) “Anular esa “carta del régimen” significaba anular la posibilidad de que el peronismo fuera desviado de su destino revolucionario” (Fuente: Wikipedia). En el libro sobre la biografía de Aramburu, los autores Rosendo Fraga y Rodolfo Pandolfi citan a Carlos Alconada Aramburú, ex ministro de Aramburu, quien considera que el responsable del crimen del militar fue Francisco Imaz, ministro del Interior de Onganía.

El secuestro y asesinato del General Aramburu significó el comienzo del fin de la “Revolución Argentina”. Onganía fue reemplazado por el General Roberto Marcelo Levingston, un desconocido para la inmensa mayoría del pueblo. Quiso retornar al más puro jacobinismo antiperonista, pero duró poco en el poder. Mientras tanto, la convulsión social y política se incrementaba de manera exponencial. Montoneros se presentaba como la vanguardia del proyecto revolucionario de Perón y la residencia del General en las afueras de Madrid había pasado a ser la Meca de la dirigencia política y sindical argentina. Levingston fue rápidamente sustituido por el General Alejandro Agustín Lanusse, el militar más lúcido del proceso militar que agonizaba. Todo estaba preparado para el retorno del peronismo al poder. Millones de argentinos creyeron que se inauguraba una nueva etapa histórica, pletórica en desarrollo, bienestar y felicidad. Muy pocos creyeron lo contrario. La historia les dio la razón a éstos.

Durante la XVII Cumbre Iberoamericana, celebrada en Santiago de Chile, el por entonces presidente venezolano Hugo Chávez mantuvo un altercado con el por entonces rey de España.

Share