Por José Luis Milia.-

“Para nosotros, López no es un típico desaparecido. López no fue militante, hay que investigar su trayectoria, vivía en un barrio de policías, su hermano era policía, [….] no fue un testigo clave”. Hebe Pastor de Bonafini, La Nación, 29/09/2006.

«No es lo mismo un militante como Maldonado que un guardiacárcel como Julio López». Hebe Pastor de Bonafini, La Nación, 28/08/2017.

Quizás sonara mejor en lunfardo, un desaparecido al pedo, para comprender no sólo lo que pasó con él sino también para saber hasta que niveles se manejaba el gobierno de Néstor Kirchner cuando se trataba de ocultar el desenfrenado saqueo que él, su mujer y su banda llevaban a cabo en la República.

Han pasado once años de la desaparición de Julio Jorge López. Era, López, un pobre hombre. Albañil en una “orga” de universitarios y “nenes bien”, no era más que un oscuro personaje al que hoy las “orgas” de derechos humanos S.A. se han empeñado en vendérnoslo como el testigo estrella que, con sus declaraciones, crucificó al Comisario Etchecolatz, cuando en realidad- si nos atenemos a las declaraciones dichas en ese entonces por la “madre putativa” de algunos argentinos- su actuación en los setenta fue, cuanto menos, dudosa; insinuando Hebe que, por parentesco, bien podía ser un entregador. Más aún, los amanuenses que componían el tribunal, entre ellos el fiscal del juicio, Carlos Dulau Dumm, aseguraron que «el testimonio de López fue importante, pero no tanto como otros».

La desaparición de López en 2006 removió el albañal político argentino que, para no ser tachado de “procesista”, se embarcó en cientos de manifestaciones y algaradas en toda la República. Valía la pena, el vicepresidente era radical y también muchos que hoy deambulan por Cambiemos se sumaron a las marchas. Todos querían creer, o hacer creer, que las mañas del proceso volvían a cubrir de sombras el sol de la democracia.

En verdad, salvo a aquellos que siempre fueron carne de cañón en marchas y piquetes, a nadie le importaba un carajo la desaparición del albañil. Como lo primero que se tiró como globo de ensayo fue que detrás de la desaparición estaban los míticos grupos de tareas residuales de la “bonaerense”, el gordo Arslanian, ministro de Felipe Solá -aunque más no fuera para salvar la ropa- pasó a disponibilidad o a retiro a treinta y seis policías que estaban en actividad desde los setenta.

No obstante, frente a esta idea lanzada por las usinas del kirchnerismo cabía hacerse la pregunta de por qué, si Julio López era tan peligroso como testigo -y tan poderosos los grupos «residuales»- no lo desaparecieron en 1999 cuando hizo su primera declaración en los juicios por la verdad en La Plata. Lo único cierto de todo esto es que jamás, ninguno de los treinta y seis “purgados” por el gordo Arslanian, fueron citados a declarar.

Decir que la causa N° 16.060: “Lopez, Julio Jorge s/desaparición forzada de persona”, duerme, desde entonces, el sueño de los justos, o el sueño injusto -tal como Ud. prefiera- es una patética realidad; el principal acusado por políticos, jueces, fiscales y la calle en general, el Comisario Etchecolatz, fue hace cinco años «degradado» en la misma, de acusado pasó a solo sospechoso y jamás se les volvió a tomar declaración a aquellos que dijeron haber visto a López en una estancia en San Miguel del Monte primero, y un par de días después en Atalaya, luego de la “desaparición”.

Pensar que López sigue siendo un desaparecido es un eufemismo, seguramente hoy esté enterrado en algunos de los millones de metros cuadrados de la pampa bonaerense o fondeado en el mar de San Borombón. Sin duda se les murió -tenía 77 años- en medio de la opereta montada, opereta que pocos dudan en atribuírsela al oficialismo de entonces para que, usando a los perejiles de siempre, se pudiera desviar la atención de sus chanchullos del año, desde los contratos de PdeVSA hasta los créditos venezolanos al 15%.

Desde hace años la perrada mercenaria pagada por los que se hicieron ricos o mejoraron su pasar económico con el curro de la “lesa humanidad”: “madres”, “abuelas”, testigos falsos, jueces o fiscales nos aturde con su: “¡Oe, oe, oe, oah!/ ¡A donde vayan los iremos a buscar!”; si estas hordas tuvieran algo de honestidad y decoro, este estribillo debería servir como himno para buscar a quienes, verdaderamente, hicieron desaparecer a Julio Jorge López.

No tanto a los autores materiales -perejiles al fin- como sí a aquellos que pergeñaron este sainete trágico.

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