Por Hernán Andrés Kruse.-

En 1908 nació en Estados Unidos Joseph Raymond McCarthy. Décadas más tarde, siendo senador por el Estado de Wisconsin, comandó una de las purgas ideológicas más celebres del mundo occidental. Obsesionado con el comunismo llegó a la conclusión que su país estaba en peligro. No podía, por ende, cruzarse de brazos. Y decidió ayudar a salvar a Estados Unidos de la garra comunista. Entre 1950 y 1956 (plena guerra fría) McCarthy desencadenó un largo y tortuoso proceso de declaraciones, acusaciones infundadas, denuncias, interrogatorios, procesos judiciales y listas negras contra personas sospechosas de estar a favor del comunismo. Hollywood fue uno de los lugares elegidos por McCarthy para poner en práctica la caza de brujas, que motivó al escritor Arthur Miller la elaboración de “Las brujas de Salem”. Artistas de fama internacional como Kirk Douglas, Burt Lancaster y Laureen Bacall, entre muchos otros, fueron perseguidos durante esa nefasta etapa, al igual que escritores, directores de cine y todo aquel que le despertara sospechas al senador. Esa etapa de persecución, delación, intolerancia y miedo pasó a la historia con el nombre de “macartismo”. Hubo varias películas basadas sobre esta cuestión. Recuerdo una muy buena interpretada por el gran Robert De Niro que en la ficción era un director de cine que sufrió las consecuencias por negarse a delatar a sus compañeros sospechosos de ser comunistas.

¿Por qué ahora, de repente, recordamos a McCarthy? Porque hace unas horas el flamante candidato a vicepresidente por el oficialismo, Miguel Angel Pichetto, expresó públicamente que en provincia de Buenos Aires el kirchnerismo lleva como candidato a gobernador a un comunista, en obvia referencia al ex ministro de Economía de Cristina, Axel Kicillof. Lo que persigue este émulo de McCarthy es evidente: erosionar la base de apoyo electoral de Kicillof, mayoritariamente peronista. Por eso dijo a continuación que “va a haber muchos peronistas detrás de Macri”. Pichetto, que es un dirigente instruido, es consciente de la estrategia que decidió poner en práctica (con el obvio consentimiento del Presidente) y de los peligros que conlleva. El Senador sabe perfectamente que en la trágica década del setenta frases como la que acaba de pronunciar provocaron trágicas consecuencias. Es una reflexión propia de alguien que en aquel entonces se hubiera identificado con la tristemente célebre Alianza Anticomunista Argentina (AAA), esa banda de asesinos que, comandadas por José López Rega y apadrinadas por el propio Juan Domingo Perón, asesinó a mansalva para liberar a la Argentina del flagelo subversivo-flagelo que, conviene siempre recordarlo, fue alimentado desde el exilio por Perón para socavar la legitimidad de la dictadura militar de Onganía, Levingston y Lanusse-.

Las palabras de Pichetto son apenas un aperitivo, un botón de muestra. Es un mensaje a la principal fuerza de oposición, un aviso de lo que vendrá. Y lo que vendrá será, como bien señaló anoche en el programa de Gustavo Sylvestre el diputado nacional Leopoldo Moreau, la campaña electoral más sucia de la historia argentina. Los debates de ideas, la confrontación de programas de gobierno y el respeto por el adversario brillarán por su ausencia. Como sentenció Jaime Durán Barba: “para ganar las presidenciales el miedo a Cristina debe ser más fuerte que el desencanto ocasionado por Macri”. El miedo será el arma principal de combate que empleará Cambiemos para impedir la victoria de la fórmula AF-CFK. Para ese fin Macri y sus secuaces emplearán todos los medios que sean necesarios. Si hay que difamar, se difamará. Si hay que apretar judicialmente, se apretará. Si hay que amenazar, se amenazará.

Lo que se viene no es una competencia electoral normal, como las que se dan en las democracias desarrolladas (Suecia, Noruega, por ejemplo). Lo que se viene es una guerra sin cuartel librada por el gobierno de Macri contra un enemigo que se tornó peligroso luego de la decisión de Massa de aliarse con Cristina. En esta cruzada Macri cuenta con apoyos muy poderosos, tanto nacionales como internacionales. Entre los primeros se destacan las grandes corporaciones económicas y los medios de comunicación tradicionales. Entre los segundos sobresalen Donald Trump y Christine Lagarde. Nunca en la historia un gobierno surgido de las urnas recibió el apoyo explícito del FMI como el de Macri. Lagarde es, qué duda cabe, el sponsor más importante de Cambiemos. También hay que mencionar el apoyo dado públicamente en sus recientes visitas a la Argentina por los presidentes brasileño y colombiano.

Pero el émulo de McCarthy no se conformó con azuzar peligrosos fantasmas de nuestro pasado reciente. También aludió de manera grosera a Alberto Fernández al manifestar que “a mí no me tembló el pulso ni me tuvieron que internar”. Una grosería incalificable, una falta de educación impropia de un candidato a la vicepresidencia de la nación. Como si al internarse en el Sanatorio Otamendi por una afección en la pleura, Alberto Fernández hubiera demostrado ser un débil de espíritu, un cobarde o algo parecido. Intentar sacar rédito político de la enfermedad de quien es el principal rival en la lucha por el poder es una actitud incalificable, demostrativa de lo poco que vale como persona quien lo hace.

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