Por Hernán Andrés Kruse.-

Creo que el presidente de la nación no escogió el momento adecuado para informar a la opinión pública su decisión de intervenir para luego expropiar la empresa cerealera Vicentin. Seguramente la vicepresidenta de la nación y el gabinete nacional sabían de antemano la intención del presidente. Pero a tenor de las reacciones que provocó da la sensación de que el gobierno nacional no las midió como correspondía. Fue así como unos delincuentes de guante blanco (así tildó, palabras más, palabras menos, Alberto Fernández a los dueños de Vicentín) fueron catapultados a la categoría de prohombres de la Patria por quienes, banderas argentinas en mano, salieron ayer (sábado 20) por la tarde a defender la Constitución y el principio intocable de la propiedad privada. De manera pues que lo único que consiguió hasta ahora el presidente fue aglutinar a una oposición que había quedado maltrecha luego de la derrota electoral del año pasado.

Las escenas registradas por la prensa son un calco de las que tuvieron lugar en 2008 a raíz de la resolución 125. Tal decisión, tomada por el ministro Martín Lousteau, provocó una seria crisis institucional que cerca estuvo de llevarse puesto al gobierno de Cristina. Luego del voto no positivo de Cobos mucho se especuló sobre lo que realmente aconteció puertas adentro de la residencia de Olivos. Se dijo que el matrimonio K discutió durante varias horas la decisión a tomar luego del revés parlamentario. Lo cierto es que la rebelión del “campo” fue claramente destituyente. Hoy la historia amenaza con repetirse. La gran diferencia, por ahora, es la magnitud de la protesta de ayer, claramente inferior, desde lo numérico, a las protestas de hace doce años. Pero el espíritu destituyente conserva su intensidad. Quienes protestaron todavía no han asimilado el retorno de Cristina al poder. No soportan verla en el Senado conduciendo las sesiones virtuales. Y no perdonan a quienes votamos por la fórmula Fernández-Fernández. Lo de Vicentín fue tan solo la gota que rebalsó el vaso. Fue el pretexto para descargar todo el resentimiento acumulado a partir de la goleada de Alberto sobre Macri en las primarias del año pasado.

Lo notable es que los defensores de la propiedad privada proclaman su adhesión incondicional a la Constitución. Su hipocresía es ilimitada. Si ello es así ¿por qué no salieron a la calle a protestar, por ejemplo, por el endeudamiento alocado de Macri que llevó al país al borde del default? Si tanta relevancia le dan a los valores filosóficos consagrados por la carta magna ¿por qué no protestaron apenas se tuvo conocimiento del espionaje ilegal apañado por Macri durante su presidencia? Para ellos la política se reduce al antagonismo entre el blanco y el negro o, para ser más precisos, entre la república y el populismo. Consideran que Macri es un emblema de la primera y que Alberto lo es del segundo. En consecuencia, por más que el presidente se esmere por explicar que todas sus decisiones son constitucionales, no le creen una palabra. Ello es así porque, sentencian, quien manda realmente es Cristina. Para ellos Alberto es “Albertítere”. A ese nivel llega su menosprecio por el presidente de la nación.

Les importa muy poco la espuria connivencia entre la cúpula de Vicentin y el gobierno de Macri. Dice al respecto Beatriz Sarlo en un artículo publicado el domingo en Perfil: “Estado y empresarios firmaron una alianza que les resulta provechosa a los que pueden ser aceptados en ella como participantes de los beneficios, si antes han colaborado en la estafa. Imagino la indignación de un empresario que necesita créditos y, para conseguirlos, sube una cuesta empinada si no tiene los contactos, los amigos, la capacidad de suspender juicios morales, el temple para dialogar con delincuentes. Seis meses antes de entrar en cesación de pagos, según informa la agencia Télam, el Banco Nación le prestó a Vicentin 6 millones de dólares. Cualquier suspicaz se preguntará la razón que llevó a González Fraga a autorizarlo. La trama debe ser investigada. ¿Qué tenía, prometía o repartía Vicentin para lograr esos préstamos diarios? Afirmar que se realizaban para que siguiera pagando 4 mil salarios despierta todas las sospechas sobre el modo en que el argumento salarial es usado en beneficio de los empleadores. Hay depositadas decenas de miles de salarios no en el bolsillo de los trabajadores, sino en los paraísos fiscales. Estados Unidos ya comenzó una investigación. Un juez de Nueva York, en respuesta a la solicitud de los acreedores bancarios de Vicentin, examinará el destino de las transferencias de fondos realizadas por la empresa en los últimos tres años. Son varios cientos de millones de dólares que descansan en paraísos fiscales. Que dios ilumine al juez, porque es difícil que esas cosas podamos llegar a saberlas por el accionar de los magistrados argentinos. La ausencia de responsabilidad moral es el límite que han traspasado estos manejos corruptos del capitalismo. Un caso como el de Vicentin obliga a juzgar duramente la ética pública de los sujetos intervinientes y de quienes sabían y callaron. Como dice el sentido común: la fiesta de Vicentin la pagamos todos. Hasta que no se destruya la trama corrupta del capitalismo local, como se destruyó la de las Juntas Militares, no habrá Nunca Más de la corrupción. Alguien tiene que ir preso. El fiscal Pollicita ha pedido hace meses que se investigue a González Fraga. Los ingenuos suponían que su seriedad y sus modales distinguidos no podían sino trasmitir virtudes patricias. Se equivocaron”.

Pero estas “trapisondas” a los caceroleros los tienen sin cuidado. Para ellos Alberto y Cristina son el mismísimo Satanás, la reencarnación de Fidel Castro y Ernesto Guevara. Creen que estamos en la antesala del comunismo. Hasta pensadores liberales importantes como Alberto Benegas Lynch (h) lo creen. El endiosamiento que hacen de la propiedad privada llega a límites que bordean la locura. Nadie niega su importancia pero de ahí a convalidar de manera vergonzante hechos de corrupción con tal de preservarla media un largo trecho. Realmente como sociedad estamos muy enfermos. Sino, no se explica el menosprecio de estos sectores por la vida y la salud de sus semejantes. Porque en el fondo los otros, es decir, los que están en la vereda de enfrente, no son personas sino seres de inferior jerarquía. Los caceroleros no logran, o no quieren, ocultar su racismo. Por eso es que lograr una convivencia civilizada entre todos los argentinos es una misión imposible. En consecuencia, la democracia como filosofía de vida continuará siendo un ideal inalcanzable.

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