Por Enrique Guillermo Avogadro.-

“En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”. George Orwell

A priori y a cuarenta años de esa gesta, rindo mi humilde y emocionado homenaje a los caídos y a los veteranos olvidados de la Guerra de Malvinas, en especial a aquéllos que se pudren y mueren, por orden de los asesinos togados, en las sórdidas cárceles de esta hipócrita y cómplice sociedad.

Ni Carlos Marx hubiera podido encontrar, fuera de la Argentina, un mejor laboratorio para demostrar la veracidad de su frase: «La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa». El kirchnerismo original, es decir, el que gobernó el país desde 2003 hasta 2015, constituyó un drama de saqueo y corrupción como nunca habíamos visto, y se transformó ahora en este disparate que vivimos a diario. No cabía esperar otra cosa de ese antinatural artificio que parió la gran viuda, Cristina Fernández, incorporando a su proyecto para volver al poder en 2019 a dos emblemáticos y esforzados mutantes, Alberto Fernández y Sergio Massa, siempre traidores a sí mismos.

Tal como sucedió con el fundador del movimiento, el Gral. Juan Domingo Perón, que debió hacer un giro copernicano en su política en 1953 y realizar un fuerte ajuste, cuando la crisis económica causada por el despilfarro gubernamental lo obligó a pedir dinero al Eximbank y a firmar los contratos con la California, hoy el cuarto gobierno kirchnerista ha encontrado los límites a su populismo, ya que carece de dinero no sólo para seguir adelante con el “plan platita” que ejecutó antes de las legislativas de 2021 -que, además, perdió por goleada- sino para evitar que nuevas penurias socioeconómicas comprometan aún más -ya el hartazgo se ve en los piquetes y acampes- a la supervivencia de su capital simbólico, encarnado en los más pobres de la tercera sección electoral de la Provincia de Buenos Aires.

Por ello, el Frente para Todos está exponiendo, día a día, sus fracturas a la luz pública y, en su seno, impera el “sálvese quien pueda”; no es para menos, toda vez que las encuestas de cualquier origen señalan que no tienen ningún candidato competitivo y que, por el contrario, todos sus dirigentes son los políticos peor calificados por la ciudadanía. Ya no sólo es Massa quien intenta cortarse solo sino que los gobernadores de ese palo están analizando separar las elecciones provinciales de la nacional para evitar que la catástrofe que avizoran los arrastre, y hasta los propios intendentes del Conurbano están aterrados ante la probabilidad tan concreta de un estallido social que, por una vez, no puedan utilizar a favor de sus intereses.

Alberto, incapaz siquiera de controlar los precios de la lechuga y el rabanito, ordenó al inefable Gustavo Béliz postular la necesidad de una censura oficial en las redes sociales, tal como hacen los déspotas del mundo entero. Al mismo tiempo, los legisladores oficialistas, que tanto han protegido a los mayores ladrones de fondos públicos de la historia, esos que son recordados como tales diariamente en las redes sociales, inventan nuevos blanqueos para esos delincuentes. Esos renovados dislates no obtendrán luz verde en el Congreso pero el Gobierno, que lo sabe, consigue que nos ocupemos de ellos y, por un rato, dejemos de pensar en cómo salir del pantano en que el kirchnerismo nos ha hundido.

La pérdida real de poder de la empresaria hotelera sobre el Senado, que quedó probada por la deserción de dos aliados habituales -Alberto Weretilnek y María Clara Vega-, y obligó a postergar la discusión sobre la reforma del Consejo de la Magistratura, dice que tampoco prosperarán sus incansables tentativas para controlar al Poder Judicial a través de la designación de nuevos jueces militantes y tendrá cada vez más comprometido su futuro penal. Tanto le preocupa ese panorama que hará lo imposible para evitar que todo estalle antes de tiempo ya que, como todos sabemos, para ella los fueros son sagrados. Si Alberto Fernández renunciara antes de las próximas elecciones, cuando ella seguramente obtendrá la senaduría por la minoría en la Provincia de Buenos Aires, ese absurdo e ilegal escudo dejaría de existir y podría ser inmediatamente detenida; la única alternativa que le quedaría entonces sería asumir la Presidencia y cargar en directo -algo impensable- con el sideral costo de la crisis que lleva tantos años provocando.

Por eso resulta extraño y contradictorio el incesante fuego amigo que el Presidente recibe diariamente del Instituto Patria, de la absurda agrupación Soberanxs, de voceros informales como Fernanda Vallejos y desde los muchos cargos que La Cámpora ocupa en todos los estamentos del Estado y en sus principales cajas. En la medida en que la ya decadente emperatriz patagónica necesita desesperadamente que Alberto Fernández resista en su puesto, esa actitud parece esquizofrénica, pero es algo a lo que el Frente nos tiene acostumbrados desde siempre.

El país, en manos de este penoso equipo de descerebrados, se encamina a una crisis aún más aguda. En plena cosecha, falta gasoil, un insumo indispensable para el funcionamiento de las máquinas del campo y de los camiones que deben transportar el grano a puerto; un cuello de botella que impedirá lleguen suficientes divisas a las exhaustas arcas del Banco Central. Por otra parte, como tradicionalmente ha hecho y en medio de un escenario global de escalada de los precios del gas y de la demanda de fletes marítimos, el desfinanciado Gobierno, que hubiera debido aprender de las lecciones de las campañas de Napoleón y Adolf Hitler en el invierno ruso, no podrá importar todos los combustibles necesarios y, entonces, privilegiará el consumo de energía hogareño (para evitar un nuevo castigo social) frente a las necesidades de la industria, aunque esto implique comprometer cualquier posibilidad de crecimiento y de generación de empleo.

Share