Por Enrique Guillermo Avogadro.-

«No hay peor pecado que la estupidez». Oscar Wilde.

Siempre he sostenido, y Mons. Víctor Fernández, Rector de la UCA, lo ratificó esta semana, que los argentinos padecemos de «ombliguismo», ese raro fenómeno que nos hace creernos el centro de un mundo cada vez más globalizado. Concretamente, usé esa palabra cuando, hace pocos años, dije que nunca los procesos políticos nacionales se habían dado fuera de un contexto generalizado similar, al menos en Latinoamérica y que, como consecuencia de ello, preveía el fin de los populismos más o menos corruptos en la región, tal como ya está sucediendo en Venezuela, Brasil, Uruguay, Ecuador, Bolivia y hasta Chile.

El distinguido prelado la utilizó cuando, a raíz de la fuerte reacción social, justificó el regalo papal de un rosario a Milagro Sala, detenida por gravísimos delitos comunes, con el manto de la evangélica caridad con los presos, en especial aquellos que aún no han sido condenados, tal como había hecho antes S.S. Francisco con detenidos en cárceles italianas, y llegó a citar la visita que Juan Pablo II había hecho a quien atentara contra su vida, perdonándolo de su pecado. A partir de ese argumento, Mons. Fernández criticó duramente a quienes, de algún modo, nos sentimos agraviados por la deferencia vaticana hacia quien tanto mal le ha hecho a la República y a sus instituciones, mientras nos pedía a los argentinos que dejáramos de mirarnos el ombligo.

Pero, al expresarse así, el lúcido Rector olvidó otras actitudes muy controvertidas de Su Santidad en el pasado reciente y, por supuesto, en otras latitudes. El Papa, en sus visitas a Cuba, no recibió a las Damas de Blanco, que llevan años de persecución comunista, ni a los líderes de la oposición democrática de la isla; tampoco, al menos que yo recuerde, ha pedido claramente por la libertad de Leopoldo López y de los muchos políticos venezolanos que hoy pagan, en la cárcel, la culpa de haberse plantado frente al chávez-madurismo que azota a su país; y ni siquiera ha condenado en forma expresa las matanzas de cristianos que se suceden bajo el terrorismo islámico.

Como se ve, mi sorpresa ante las raras posiciones de S.S. Francisco no se circunscribe a lo que sucede en la Argentina, su propio «rancho», sino que abarca el mundo entero. Soy católico, apostólico y romano, pero mi fidelidad a la Iglesia no me impide recordar que el Papa sólo es infalible en cuestiones de dogma y, en todo lo demás, es únicamente un hombre y un líder político y moral de gran estatura al cual, como a los demás, a veces conviene sugerir procederes.

En este sentido, y como parte de la Asociación de Abogados para la Justicia y la Concordia, no puedo dejar de manifestar mi extrañeza ante la falta de respuesta de Su Santidad, que recibiera de manos de una delegación especialmente enviada hace un año al Vaticano un completo dossier sobre la situación de los 2000 presos políticos (militares y civiles, muchos de ellos detenidos hace más de una década sin sentencia o condenados en juicios amañados) del kirchnerismo que, para entonces, ya registraban 250 muertos en cautiverio -hoy, superan los 340- por falta de atención médica, y para los cuales no rigen los beneficios de la prisión domiciliaria de los mayores de setenta años: nada hizo al respecto, y sus representantes en el país, los obispos, tampoco. Puedo jurarlo, porque hablé por teléfono con Mons. Esteban Laxague, titular precisamente de la Pastoral Penitenciaria, para intentar reunirme y conversar sobre el tema, pero «mandó la pelota al corner».

Tampoco resultó un dato menor que otro Obispo, Mons. Lozano, gestionara una reunión de la Tupac Amaru y de algunos de sus corifeos con el Poder Ejecutivo. Olvidando el principio constitucional de la división de poderes, revalorizado al extremo por el gobierno de Mauricio Macri, el sacerdote en cuestión permitió que el tema de la detención de Milagro Sala adquiriera contornos políticos, susceptibles de concitar algún apoyo universal de las izquierdas imbéciles, amén de habilitar y justificar -el famoso rosario mediante- la destituyente protesta que realizaron los kirchneristas el jueves. Todos parecen hacer caso omiso -o son cómplices- de las vinculaciones de la jujeña con las organizaciones terroristas extranjeras, como Sendero Luminoso y FARC, y de su íntima relación con el narcotráfico.

Otro componente de la realidad, que me permite afirmar que vivimos en un mundo raro, se refiere al asesinato del Fiscal Alberto Nisman, a poco de presentar la denuncia por encubrimiento de los autores del atentado a la AMIA contra la ex Presidente, el ex Canciller y varios de quienes practicaron -como se hizo en la relación con Caracas- la «diplomacia paralela». Al acto convocado para conmemorar el primer aniversario de la marcha del 18F, tan multitudinaria pese al diluvio que la acompañó, sólo concurrieron mil personas; a trece meses de su muerte, la vergonzosa Justicia argentina aún se resiste a confirmar la causa y las circunstancias que rodearon al crimen y, sin embargo, esta curiosa sociedad demuestra, en los hechos, que ya ni siquiera se preocupa por ello.

Mientras tanto, la ATE de Micheli ha convocado a un innoble paro nacional para el próximo jueves, para manifestar su apoyo a los pocos -en comparación con los necesarios- que han perdido sus prebendas de empleados del Estado recientemente nombrados, con una pasión digna de mejor causa, por Cristina Kirchner en sus momentos finales. Lo raro es que, mientras quienes convocan a la huelga intentan que se dé marcha atrás con esas racionales y justificadas medidas, también se oponen a que se cobren más impuestos; o sea, critican tanto la enfermedad como el remedio. ¿De dónde suponen que deben salir los dineros necesarios para soportar tan irracional gasto?

Y, para concluir, una rareza final, esta vez expresada por otra prueba viviente de en qué se convirtieron los organismos de derechos humanos durante la larga noche del kirchnerismo. La inefable Estela Carlotto dijo sentirse herida en su «sensibilidad» por la inesperada visita del Presidente Macri a la ex Escuela de Mecánica de la Armada, hoy llamado Espacio de la Memoria, que pertenece al Estado nacional representado, por el voto democrático de la mayoría, por el visitante. ¿Se puede pedir mayor disparate?

Obviamente, los botones que muestran un aspecto triste de la realidad de la Argentina actual bien hubieran podido empujar a José Alfredo Jiménez a escribir otro bolero memorable, como aquél que dio su título a esta nota.

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