Por Hernán Andrés Kruse.-

En poco tiempo ingresaremos en el cuarto oscuro. Se respira un ambiente muy tenso, cargado de ansiedad e incertidumbre. Las encuestas florecen por doquier. Algunas hablan de una rotunda victoria de la fórmula Fernández-Fernández, otras aseguran que dicha fórmula ganará pero por escaso margen, y otras (muy pocas) vaticinan una victoria del oficialismo. La crispación reinante parece ejercer una gran influencia sobre algunos políticos, quienes en las últimas horas han emitido opiniones disparatadas, impropias de personas que pretenden conducir el timón de la república los próximos cuatro años.

Miguel Ángel Pichetto, sorpresivo acompañante de Mauricio Macri en la fórmula presidencial del oficialismo, acaba de manifestar un slogan histórico del macrismo: las enormes coincidencias entre el kirchnerismo y el chavismo. “El país de Fernández sería parecido al de Venezuela”, enfatizó en las últimas horas. Esta frase no resiste el más mínimo análisis. En estos momentos Venezuela está en manos de un presidente y una élite político-militar acusada de estar estrechamente ligada con el narcotráfico. Protegido por los regímenes cubano, chino y ruso, Nicolás Maduro, sucesor de Hugo Chávez, está hundiendo a Venezuela en una gigantesca ciénaga. Los venezolanos resisten como pueden los embates un gobierno inepto y autocrático, que no duda en reprimir con extremo salvajismo a quienes utilizan la vía pública para expresar su descontento. Con una inflación estratosférica y con sus sistemas educativo, social y de salud absolutamente colapsados, Venezuela es hoy un país que marcha a la deriva, maltratado impunemente por un dictador y por una oposición que está al servicio de la república imperial.

Según Pichetto, de ganar Alberto Fernández muy pronto la Argentina se desmoronaría como el país caribeño. Fernández sería capaz, siguiendo el “razonamiento” de Pichetto, de reprimir sin piedad a los opositores, de encarcelarlos sin juicio previo, de perseguirlos día y noche. La inflación se dispararía sin control y habría escasez de alimentos y medicamentos. Los apagones totales serían moneda corriente y no habría posibilidad alguna de que la libertad de prensa tuviera vigencia. ¿Cómo es posible que un dirigente tan experimentado como Pichetto de por hecho semejante desatino? Porque lo que insinúa es que el peronismo, de retornar al poder, no haría más que seguir los pasos de Chávez y Maduro. ¿Pretende hacerle creer al pueblo que el peronismo, movimiento al que perteneció toda su vida, nada tiene que ver con la democracia, con el liberalismo, con la república? Lo que busca Pichetto es reforzar la antigua y nunca abandonada táctica del miedo. Atemorizar a los votantes, hacerles creer que el adversario es un “cuco”, siempre fue utilizada por los gobiernos habidos y por haber, no sólo en nuestro país sino en todo el mundo.

Alberto Fernández está molesto con Martín Lousteau, candidato a senador nacional por el oficialismo porteño. Sus últimas críticas a su figura y a la fuerza que representa lograron sacarlo de quicio, algo que evidentemente le sucede a menudo. Muy ofuscado, Fernández manifestó: “ahí lo escucho a Lousteau que nos dejó el muerto de la 125 y ahora nos da clases de economía”. En marzo de 2008 Martín Lousteau era el ministro de Economía de Cristina Kirchner. Fue el autor intelectual de la resolución 125 que establecía un incremento de las retenciones a la soja, al girasol, etc. La reacción de las grandes corporaciones agropecuarias fue de una violencia inusitada. Durante cuatro meses hubo cortes de rutas (los piquetes de la abundancia), cacerolazos y manifestaciones. El gobierno nacional quedó en la cuerda floja luego del voto no positivo del vicepresidente Cobos en aquella dramática madrugada del 17 de julio. Su decisión tumbó la resolución 125 y dejó malherida a la presidente de la nación. Según Alberto Fernández, toda la responsabilidad de ese escándalo le cupo pura y exclusivamente a Lousteau. Ahora bien, una resolución de semejante magnitud debe contar sí o sí con el visto bueno de las máximas autoridades del gobierno nacional. En marzo de 2008 Cristina era presidente y Alberto Fernández era jefe de Gabinete, es decir el número 2 dentro de la jerarquía gubernamental. Lo que pretende hacernos creer el candidato presidencial del peronismo kirchnerista es que Lousteau impuso esa resolución por su cuenta, sin contar ni con su aval ni mucho menos con el aval de Cristina. ¿Alguien puede realmente suponer que Lousteau se hubiera atrevido a tomar semejante decisión sin tener el apoyo expreso del gobierno nacional? ¿Alguien puede sensatamente imaginar que Cristina y Alberto Fernández no conocían el contenido de la resolución? Si esa resolución provocó semejante escándalo fue porque fue sancionada por la Presidente, el jefe de Gabinete y el ministro de Economía. Sin el visto bueno presidencial y de la Jefatura de Gabinete Lousteau jamás hubiera podido lanzar al ruedo semejante resolución.

Pero quien se lleva todos los premios al mejor delirio discursivo es Alejandro Rozitchner, un filósofo cercano al presidente Macri. Muy suelto de cuerpo afirmó que las críticas que recibieron los intelectuales y artistas que publicaron una solicitada apoyando al oficialismo eran similares a las torturas y los secuestros de la dictadura militar. “Antes era peor, antes se secuestraba, se torturaba; hoy esa misma fuerza, que es la fuerza que se encarnó en el “Proceso”, es la que te insulta si firmás una solicitada que no le gusta”, sentenció. Vale decir que para Rozitchner los kirchneristas que criticaron a los intelectuales y artistas macristas se asemejan a los miembros de las fuerzas represivas que secuestraban personas, las torturaban y las arrojaban vivas al fondo del Río de La Plata durante la última dictadura militar. Para el filósofo criticar a los intelectuales y artistas macristas es igual que torturar y asesinar a personas indefensas. Seguramente Rozitchner se dejó llevar por un enojo pasajero y que por estas horas debe estar muy arrepentido de haber cometido semejante atropello verbal. Porque con la tortura y la desaparición de personas no se juega. Banalizarlas es inmoral, innoble, espurio. ¿Qué necesidad tenía Rozitchner, un hombre formado, de caer tan bajo? ¿Pretendía congraciarse aún más con el macrismo? ¿No pensó un segundo en el daño que sus declaraciones causaron a los familiares de las víctimas de la tortura y desaparición durante la última dictadura militar? Como el gobierno nacional ha guardado hasta ahora un profundo silencio pareciera que decidió avalar semejante exabrupto. Nadie duda de todo lo que está en juego en agosto, octubre y noviembre. Tanto el oficialismo como la oposición están desesperados por ganar. Pero no es necesario hundirse en un lodazal para apuntalar una candidatura que no las tiene todas consigo.

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