Por José Luis Milia.-

“Saludo esta decisión que honra a la Argentina y su compromiso en la lucha contra la impunidad de los crímenes cometidos bajo la dictadura militar y por la justicia”. Alain Juppe, canciller de Francia, 27/10/2011.

La frase del epígrafe es simplemente una muestra de la hipocresía de la que han hecho gala -desde la terminación de la guerra de Argelia o quizás desde siempre- los gobiernos de la República Francesa. Esta frase, dicha por su canciller hace cuatro años, celebraba la condena a reclusión perpetua impuesta por un circo judicial al Señor Capitán de Fragata Alfredo Astiz, agregando luego:”Francia ha apoyado de manera permanente al gobierno argentino desde la decisión de 2003 de invalidar las leyes sobre la impunidad y de asumir así, valientemente, su deber de memoria». La enclenque memoria del canciller francés olvidaba que otro gobierno de su país había “apoyado” anteriormente a la Argentina enviando oficiales de su ejército regular para enseñar y entrenar a las Fuerzas Armadas Argentinas en las tácticas por ellos desarrolladas en su lucha contra la subversión argelina.

Es obvio que en Francia, tanto socialistas como conservadores -Juppe es de estos últimos- han sabido siempre como hacer para que otros, en este caso la justicia argentina, les ayudara a salvar la ropa. Las organizaciones de izquierda en Francia venían desde los setenta protestando porque dos ciudadanas francesas -una de ellas experta en organización de células y comunicaciones y la otra una ingenua que, con el cerebro fregado por la teología de la liberación, contribuyó con su granito de arena o pólvora al drama que vivía la Argentina- se metieron en una guerra y al igual que Mambrú no volvieron más. Que el Capitán Astiz combatiera al terrorismo era algo meramente anecdótico para el progresismo francés. Para ellos, estas reyertas se sucedían desde siempre entre gente primitiva y violenta que poblaban, por suerte muy abajo del trópico de Capricornio, territorios apetecibles. Trifulcas que -si podían ser miradas con el ojo izquierdo, con música de Theodorakis de fondo y la jeta de Yves Montand como atracción- servían para convertir una película mediocre en un lujo de taquilla.

Hoy a Francia se le abrió el cuarto sello y un caballo amarillo le ha caído encima. Más de ciento veinte víctimas -en vida, inocentes por ignorancia o complacientes por estupidez- han muerto de manera salvaje. Los ametrallamientos a bares y restaurantes pueden ser equiparados a aquellos ametrallamientos que conocimos en los setenta. El teatro Bataclan es una versión corregida y multiplicada por cuatro del atentado al comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal en 1976. Seguramente la intelligentzia francesa, siguiendo la alegría de Juppe por el resultado de una farsa judicial, aplaudió alborozada que una banda de “cafishios” de la política le pusiera, a una estación de subte en Buenos Aires, el nombre de quien fue el organizador de esta masacre.

A este paso y Memorándum de entendimiento con Irán mediante quizás pronto sepamos quién fue el iraní que voló la AMIA y no dudo que estos mismos le pondrían su nombre a alguna plaza o a otra estación de subte.

Pero quédense tranquilos, franceses, el Capitán Astiz seguirá preso por combatir al terrorismo.

Share