Por Hernán Andrés Kruse.-

El miércoles 11 de septiembre, justo el día en que se rememora el fallecimiento del gigantesco Domingo Faustino Sarmiento, la oposición en la Cámara de Diputados fracasó en su intento de revertir el veto presidencial de Milei a la nueva fórmula de movilidad jubilatoria. Cuando llegó el momento cumbre de la votación, el resultado fue el siguiente: 153 votos a favor de la reversión del veto, 87 votos a favor del veto y 8 abstenciones, que en los hechos implicaron una ayuda al oficialismo. Al no obtener la oposición los ansiados 2/3 de los votos, Milei cantó victoria.

El hecho que más llamó la atención, por lo indecoroso, fue el apoyo de un sector del radicalismo al veto presidencial. En las horas previas al debate cinco diputados nacionales pertenecientes al más que centenario partido se fotografiaron junto a Milei en la Casa Rosada: Martín Arjol, Luis Picat, José Federico Tournier, Mariano Campero y Pablo Cervi. Son los mismos legisladores que en junio habían aprobado la nueva fórmula jubilatoria. ¡Que se rompa pero que no se doble!, bramó en su testamento político Alem, quien fue el fundador de lo que hoy se conoce como Unión Cívica Radical. Pues bien, estos diputados radicales no han hecho más que ultrajar la memoria de tan digno político, insultar su legado ético.

A propósito de Alem: buceando en Google me encontré con un libro titulado “Discursos y escritos” (Editores-Ferrari Hermanos-Buenos Aires-1914). A continuación paso a transcribir algunos de los discursos de don Leandro y su testamento político. Los diputados mencionados ¿habrán leído alguna vez a Alem?

DISCURSO PRONUNCIADO EN EL MITIN ORGANIZADO POR LA JUVENTUD, EN EL JARDÍN FLORIDA, EL 1 DE SETIEMBRE DE 1889

“Quiero, ante todo, saludaros con el mayor entusiasmo, y luego, de inmediato, pedir a esta altiva y generosa juventud que me perdone por el juicio que de ella me había formado, pues confieso que no hace muchos meses, y en una carta que dirigía a un antiguo y valeroso compañero de las luchas cívicas y actualmente en Europa, le expresaba la profunda decepción que me inspiraba la actitud de la juventud tratándose de la cosa pública. Ya no hay jóvenes en la república, le decía; los ideales generosos, las iniciativas patrióticas no cuentan con su apoyo ni con su entusiasmo; los que se titulan jóvenes no lo son sino en la edad, porque cuando se les habla de la patria, de los sacrificios patrióticos o del cumplimiento de los deberes cívicos, reciben esas palabras con un solemne desprecio, considerando que tales asuntos sólo pueden preocupar la mente de los ilusos, de los líricos, cuando no dicen de los tontos; y agregan que en nuestros días la política ha cambiado de giro y que hay que ser más prácticos, adoptando otra política basada en el positivismo, y titulándose, los que de tal manera piensan y proceden, hombres prácticos, grandes políticos, sabios y de talento. . . fue, señores, en presencia de estos hechos que mi espíritu entrevio los grandes males que surgían del falseamiento de las instituciones, y que yo creía que la juventud miraba indiferente y por eso me expresaba en palabras tan amargas con respecto a la situación política del país.

Pero ahora, y en presencia de este movimiento reaccionario iniciado por la juventud, he comprendido mi error, y al comprenderlo me complazco en exhortar a esta misma juventud valiente y decidida, a continuar con orgullo la senda que señalaron con su sangre y con su ejemplo todos nuestros gloriosos antepasados! ¡Ah! señores. Nada satisface más íntimamente y retempla mejor el espíritu, que recordar con acentuada veneración los esfuerzos desinteresados y patrióticos de aquella juventud, que abandonando la cuna de sus más caras afecciones, cortando algunos el curso de sus carreras universitarias, y despreciando todos sus intereses personales, corría, llena de bríos y de santo patriotismo a formar en las filas del ejército, que se coronaba de gloria en las batallas libradas por la libertad y el honor nacional. Yo nunca olvidaré la noble y altiva conducta de la juventud argentina, cuando corrió presurosa hasta los campos sangrientos del Paraguay; y allí, entre los fulgores rojizos del combate exterminador, cada joven luchaba heroicamente y moría con sonrisa plácida, saludando con su última mirada las fajas gloriosas de nuestra bandera. Y bien, señores; al terminar, os confieso que mi corazón se llena de alegría en presencia de este movimiento varonil, noble y levantado de la juventud, que así demuestra que posee la más grande cualidad del hombre: el carácter. Conservadlo siempre puro, moral y justiciero; no desfallescáis en esta grande obra que iniciáis llena de fe y de entusiasmo, y si alguna vez necesitáis la ayuda de un hombre joven de largas barbas blancas, pronunciad mi nombre, y correré presuroso a ocupar mi puesto con el ardor, la fe y la esperanza de los primeros años”.

DISCURSO PRONUNCIADO EN EL MITIN DE LA UNIÓN CÍVICA, REALIZADO EL 13 DE ABRIL DE 1890, EN EL FRONTÓN BUENOS AIRES

“Señores: Se me ha nombrado presidente de la Unión Cívica, y podéis estar seguros que no he de omitir ni fatigas, ni esfuerzos, ni sacrificios, ni responsabilidades de ningún género para responder a la patriótica misión que se me ha confiado. La misma emoción que me embarga ante el espectáculo consolador para el patriotismo de esta imponente asamblea, no me va a permitir, como deseaba y como debía hacerlo pronunciar un discurso. Así, pues, apenas voy a decir unas pocas palabras, pero palabras que son votos íntimos, profundos, salidos, señores, de un cora zón entusiasta, y dictadas por una conciencia sana, libre y serena. Una vibración profunda conmueve todas mis fibras patrióticas al contemplar la resurrección del espíritu cívico en la heroica ciudad de Buenos Aires. Sí, señores; una felicitación al pueblo de las nobles tradiciones, que ha cumplido en hora tan infausta sus sagrados deberes. No es solamente el ejercicio de un derecho, no es solamente el cumplimiento de un deber cívico; es algo más, es la imperiosa exigencia de nuestra dignidad ultrajada, de nuestra personalidad abatida; es algo más todavía, señores, es el grito de ultratumba, es la voz airada de nuestros beneméritos mayores que nos piden cuenta del sagrado testamento cuyo cumplimiento nos encomendaron.

La vida política de un pueblo marca la condición en que se encuentra; marca su nivel moral, marca el temple y la energía de su carácter. El pueblo donde no hay vida política, es un pueblo corrompido y en decadencia, o es víctima de una brutal opresión. La vida política forma esas grandes agrupaciones, que llámeseles como ésta, populares, o llámeseles partidos políticos, son las que desenvuelven la personalidad del ciudadano, le dan la conciencia de su derecho y el sentimiento de la solidaridad en los destinos comunes. Los grandes pueblos, la Inglaterra, los Estados Unidos, la Francia, son grandes por estas luchas activas, por este roce de opiniones, por este disentimiento perpetuo, que es la ley de la democracia. Son esas luchas, esas nobles rivalidades de los partidos, las que engendran las buenas instituciones, las depuran en la discusión, las mejoran con reformas saludables y las vigorizan con entusiasmos generosos que nacen al calor de las fuerzas viriles de un pueblo.

Pero la vida política no puede hacerse sino donde hay libertad y donde impera una constitución. ¿Y podemos comparar nuestra situación desgraciada, con la de los pueblos que acabo de citar; situación gravísima no sólo por los males internos, sino por aquellos que pudieran afectar el honor nacional cuya fibra se debilita? Yo preguntaría: ¿en una emergencia delicada qué podría hacer un pueblo enervado, abatido, sin el dominio de sus destinos y entregado a gobernantes tan pequeños? Cuando el ciudadano participa de las impresiones de la vida política se identifica con la patria, la ama profundamente, se glorifica con su gloria, llora con sus desastres y se siente obligado a defenderla porque en ella cifra las más nobles aspiraciones. ¿Pero se entiende entre nosotros así, desde algún tiempo a esta parte? Ya habéis visto los duros epítetos que los órganos del gobierno han arrojado sobre esta manifestación. Se ríen de los derechos políticos, de las elevadas doctrinas, de los grandes ideales, befan a los líricos, a los retardatarios que vienen con sus disidencias de opinión a entorpecer el progreso del país… ¡bárbaros! Como si en los rayos de la luz…como si en los rayos de la luz, decía, pudieran venir envueltas la esterilidad y la muerte.

¿Y qué política es la que hacen ellos? El gobierno no hace otra cosa que echar la culpa a la oposición de lo malo que sucede en el país. ¿Y qué hacen estos sabios economistas? Muy sabios en la economía privada, para enriquecerse ellos; en cuanto a las finanzas públicas, ya véis la desastrosa situación a que nos han traído. Es inútil, como decía en otra ocasión: no nos salvaremos con proyectos, ni con cambios de ministros; y expresándose en una frase vulgar: “esto no tiene vuelta”. No hay, no puede haber buenas finanzas, donde no hay buena política. Buena política quiere decir, respeto a los derechos; buena política quiere decir, aplicación recta y correcta de las rentas públicas; buena política quiere decir, protección a las industrias útiles y no especulación aventurera para que ganen los parásitos del poder; buena política quiere decir, exclusión de favoritos y de emisiones clandestinas.

Pero para hacer esta buena política se necesita grandes móviles, se necesita fe, honradez, nobles ideales; se necesita, en una palabra, patriotismo… Pero con patriotismo se puede salir con la frente altiva, con la estimación de los conciudadanos, con la conciencia pura, limpia y tranquila, pero también con los bolsillos livianos. Y con patriotismo no se puede tener troncos rusos a pares, palcos en todos los teatros y frontones, no se puede andar en continuos festines y banquetes, no se puede regalar diademas de brillantes a las damas, en cuyos senos fementidos gastan la vida y las fuerzas que debieran utilizar en bien de la patria o de la propia familia.

Señores: voy a concluir, porque me siento agitado. Esta asamblea es una verdadera resurrección del espíritu público. Tenemos que afrontar la lucha con fe, con decisión. Era una vergüenza, un oprobio lo que pasaba entre nosotros; todas nuestras glorias estaban eclipsadas; nuestras nobles tradiciones, olvidadas; nuestro culto, bastardeado; nuestro templo empezaba a desplomarse, y, señores, ya parecía que íbamos resignados a inclinar la cerviz al yugo infame y ruinoso; apenas si algunos nos sonrojábamos de tanto oprobio. Hoy, ya todo cambia; este es un augurio de que vamos a reconquistar nuestras libertades, y vamos a ser dignos hijos de los que fundaron las Provincias Unidas del Río de la Plata”.

Share