Por Luis Alejandro Rizzi.-

Aunque, a primera vista, luzca paradójico, hoy estaría ocurriendo este raro fenómeno de que las mayorías votan contra la democracia.

A esa mayoría que puede ser mínima, por ejemplo, ganar con el 30/35% de los votos o menos, les debemos sumar, los que no votan, los que lo hacen en blanco y los “anulados”.

En los casos de balotaje, siempre uno de los dos finalistas tendrá más votos, pero muchos de esos votos no fueron por él sino contra el perdedor; se daría la paradoja de que el ganador también perdió. (sic)

El balotaje se reduciría a un duelo entre “perdedores”.

Pierre Rosanvallon dice que “la opinión pública es en menor medida el reflejo de fuerzas que aspiran a gobernar que la expresión de cuestionamientos desnudos”.

Luego agrega que “los descontentos han reemplazado así a los rebeldes; una exigente moral militante ha cedido su lugar a un espíritu sectorial estrecho”.

En una nota anterior hablábamos de las “expectativas” y la “espera”, la primera tiene que ver con una realidad falsa y hoy la gente, las sociedades están “expectantes”, pero sin paciencia para “esperar”.

Por esa razón los partidos políticos, incluso en EEUU, parecería que ya no representan, que sus programas no importan; en ese país la descomposición empezó con Donald Trump, que no solo dividió al partido Republicano sino que cuestionó el sistema institucional, siendo probable que sea portador de un caudal de votos significativos, porque promueve “expectativas” y descree de las “esperas”.

La expectativa siempre depende del azar; un poco sería la “fortuna” (suerte favorable) en el primer gobierno K; lo aleatorio jugó a favor de Néstor Kirchner; se alinearon todos los astros y cuando la “fortuna” es la base de la fortuna dineraria, la corrupción está a mano.

Una vez cumplido el “azar”, comienza la desilusión, un proceso lento que marca el inicio de un ocaso, más que de un final, para unos este proceso justifica “la espera”, en algún momento “se irán…”, pero es más bien una “espera expectante” porque, en verdad, se espera que otra vez aparezca la “fortuna”.

Pienso que la velocidad y voracidad informativa alteró los conceptos de “tiempo político”, íntimamente ligado al concepto de “proceso” como sucesión de actos y hechos de ese maravilloso fenómeno que es la vida, en definitiva, sustento de la “espera” y alimento de la esperanza racional de lo probablemente posible.

El concepto de “diferencia”, concepto natural diría, ha desaparecido junto con la idea de “proceso” de la movilidad social ascendente, que como todo proceso de la vida lleva su tiempo.

El proceso es asimismo espera, en el sentido que se concrete la esperanza puesta como objetivo.

Para el tiempo presente, los procesos son extremadamente lentos.

Es por esta razón que el Estado y sus gobiernos, me refiero a nuestro país, están imposibilitados de resolver las consecuencias del descontento social, porque debería resolver el cien por cien de los reclamos de la gente en un solo acto; no sería suficiente con resolver el 99%, tiene que ser todo, tarea imposible y siempre quedaría la duda sobre si no se podría haber hecho mejor…

Hoy el descontento social y la “contrademocracia democrática” conforman el populismo, expectativa “racional de la fortuna”, que por esencia es aleatoria.

Por eso, del mismo modo que nadie o unos muy pocos pueden pretender representar al pueblo o su voluntad general, para proceder en ejercicio de esa representación, tampoco nadie puede representar el descontento y la desesperanza inherente.

Ésta sería la causa de la inestabilidad de los sistemas políticos, en especial el argentino; nuestras instituciones son apenas formales y el ejercicio del poder las deslegitima en el prólogo de la gestión.

El estado queda reservado para los negocios que se pueden instrumentar desde los gobiernos y la única política pública de estado parece ser la “corrupción”.

El “populismo” representa el descontento, pero allí queda y termina en modo conservador, impidiendo el nacimiento de lo diferente o lo distinto; eso sí, mantienen y potencian los ejes de la corrupción.

En números, el descontento es mayoría, pero también parte de la cuestión.

Creo que la cuestión es que hemos dejado de creer en las virtudes como “fronteras de la vida”, que son sus cimientos; hoy vivimos sobre suelos líquidos, cenagosos, sin fronteras, vivimos en una nueva “barbarie”.

La cosa es no hundirnos más…

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