Por Hernán Andrés Kruse.-

El coronavirus está entre nosotros. Lo que al comienzo pareció una enfermedad de los chinos hoy es mundial. Como manifiestan los expertos se trata de una pandemia. Afortunadamente el presidente de la nación ha demostrado saber estar a la altura de las circunstancias. Dentro de unas horas seguramente contará con el apoyo de los gobernadores para imponer en todo el territorio nacional una cuarentena que obligue a los argentinos a permanecer en sus hogares por varios días. Por el momento es el único antídoto que existe para hacer frente a la peste.

La expansión del coronavirus se debe fundamentalmente a la subestimación de la que fue objeto por parte de gobiernos y sociedades. En Facebook tuvo oportunidad de leer días pasados la carta de una argentina residente en Lombardía. Es cierto que las autoridades tardaron en reaccionar cuando se desató la pandemia pero un factor fundamental, reconoció, fue el increíble menosprecio de los italianos por el virus. Lejos de acatar los consejos gubernamentales de permanecer en sus hogares, un buen número de italianos continuaron viviendo como de costumbre, poblando los lugares de vacaciones. Así les fue. Hoy Italia está arrinconada por el coronavirus. Su sistema de salud, al igual que el español, está a punto de colapsar y los médicos se ven en la desesperante disyuntiva de decidir qué paciente salvar y qué paciente abandonar. Idéntica actitud adoptaron los parisinos lo que provocó el enojo del presidente Macron. Ofuscado por la frivolidad de los parisinos impuso una cuarentena controlada por las fuerzas de seguridad. Hoy la bella París es una ciudad fantasma. Otra gran ciudad que está en serios problemas es Nueva York, la capital del mundo capitalista. Aunque cueste creerlo su sistema se salud también está al borde del colapso. En Latinoamérica el panorama se complica día a día. El presidente de Chile acaba de decretar una suerte de estado de excepción y cerró sus fronteras, tal como lo hizo el presidente de Uruguay. El único que desentona es el payaso de Jair Bolsonaro quien creyéndose un adolescente tomó la decisión de desafiar al coronavirus. En la provincia de Santa Fe el gobernador Omar Perotti decidió cerrarla, en sintonía con lo que anunciará el presidente.

La pandemia del coronavirus es muy seria. A tal punto lo es que una dirigente de la magnitud de Angela Merkel acaba de reconocer que Europa deberá afrontar el desafío más serio luego de la segunda guerra mundial. Por su parte, Donald Trump trata de sacar provecho político de la situación hablando del “virus chino”. En Argentina, afortunadamente, la clase política está dando muestras de una responsabilidad sorprendente. Resulta reconfortante ver al presidente de la nación, al gobernador de buenos aires y al Jefe de gobierno de la CABA unidos en una lucha que por el momento se presenta favorable al coronavirus. Lo que resulta inentendible, al menos para mí, es la actitud de un buen número de argentinos que actúan como aquellos adolescentes caprichosos que desobedecen los sanos consejos de sus padres. Haciendo caso omiso de los consejos del presidente y de los infectólogos más importantes del país, actúan como si nada pasara. Se les viene diciendo hasta el cansancio que este fin de semana largo permanezcan en sus hogares y su respuesta es una larga fila de autos pretendiendo arribar a Pinamar, Gesell y compañía.

Hay que reiterarlo hasta el cansancio: la pandemia del coronavirus es muy seria. Como bien señaló el presidente de la nación es un enemigo invisible y desconocido. Presenta, además, una cualidad: es democrático. Enferma a ciudadanos comunes pero también a la esposa del presidente español y al actor Tom Hanks. Atemoriza tanto a un empleado bancario como a Donald Trump, Vladimir Puttin, Xi Jinping, Angela Meryl y Francisco. Para este virus todos somos iguales, es decir, todos somos vulnerables. Todos, al menos hasta ahora, estamos a su merced. Con él no corren ni la prepotencia, ni la soberbia, ni la petulancia. El poder está en sus manos. Ejerce el mando ¡y de qué manera! Los italianos y los españoles pueden dar fe de ello. Nos está demostrando que somos muy vulnerables, que un bicho microscópico es capaz de ponernos de rodillas. Nos está dando una lección de humildad, en suma.

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