Por José Luis Milia.-

Que muchos de los integrantes del poder judicial hayan convertido a esta institución en un repugnante albañal es, para los argentinos, un postulado que no necesita demostración. Las encuestas lo confirman: ocho de cada diez argentinos consideran a la justicia completamente ineficaz y, por ende, desconfían de la idoneidad y honestidad de los jueces.

Sin embargo, pese a la mala fama que se le adjudica, en la Justicia aún existen magistrados de gran calidad ética y solvencia intelectual que, al no ser protagonistas de escándalos, permanecen desconocidos para los argentinos.

No ignoramos que la Justicia enfrenta hoy graves desafíos en términos de gestión e idoneidad, pero también es cierto que podemos ver a una Corte Suprema -o al menos a tres de sus cuatro miembros: Rosenkrantz, Rosatti y Maqueda- comprometida con el fortalecimiento del Poder Judicial y la mejora de su transparencia.

Ahora, el presidente ha decidido postular a la CSJ al juez Ariel Lijo y al Dr. Manuel García Mansilla. Sin embargo, es el juez Lijo quien ha acumulado más críticas, y según una encuesta, el 50,4% de los encuestados lo rechaza mientras que sólo un 12,3% lo aprueba. Esto nos lleva a la inevitable conclusión de que el presidente Milei, en su infinita sabiduría, no se ha molestado en investigar ni los antecedentes ni la idoneidad del juez.

Reiteradamente se le ha preguntado al presidente Milei por qué ha decidido postular a la Suprema Corte de Justicia de la Nación a este personaje, tan resistido en general, excepto por aquellos a los que él llama “la casta”. La respuesta ha sido siempre la misma: “porque conoce como pocos a la justicia argentina”. Una opinión curiosa, pragmática sin duda, que nos remite a la antigua forma de elegir a los sheriffs en el Far West. Porque, claro, ¿quién mejor para el puesto que alguien que conoce todos los trucos del oficio y afines?

En aquellos tiempos, los antecedentes y la aptitud eran detalles menores. El mejor candidato era aquel que conociera bien cómo se manejaban las bandas que asaltaban trenes, bancos o robaban caballos. Así que, aunque lo ocultara, el candidato en algún momento de su vida se había dedicado a esos menesteres. Y, en verdad, el resultado no fue del todo malo para esas comarcas dejadas de la mano de Dios, aunque siempre algo quedaba en los bolsillos de estos personajes.

Desde un punto de vista práctico, aunque me ofenda el lado ético del asunto, no sé si el presidente está tan descarrilado en esta designación. Después de todo, Lijo tiene un currículum impresionante en el arte del cajoneo de causas que involucran a políticos y empresarios. ¿Encubrimiento de pedófilos? Así lo han denunciado en el Congreso. En cuanto a la violencia de género, basta con ver cómo fue tratada Irene Barreiro por órdenes de Lijo para deducir que, de esto, el juez sabe y mucho. Y si hablamos de asesinos, no olvidemos que Ariel Lijo vive en un departamento de la avenida Alvear, a nombre de Carlos Bettini, montonero y ex embajador del kirchnerismo en España, el mismo que asesinó por la espalda en junio de 1976 al capitán de corbeta Jorge Bigliardi. Es decir, Lijo tiene amplios conocimientos en lo que a la “justicia” y sus “listas testimoniales” se refiere. Así que, quizás Lijo carezca de ética y sus antecedentes académicos sean algo pobres, pero si lo que el presidente busca en el candidato son “conocimientos prácticos”, el juez habrá colmado sus expectativas.

No obstante, si este ejercicio de pragmatismo que hace el presidente llega al fin deseado por él, es probable que el contrato moral firmado por el presidente Milei con su pueblo quedará, como tantas cosas en Argentina, en agua de borrajas.

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