Por Alesia Miguens.-

Una querida amiga me envió un mail con este escrito, que me pareció interesantísimo. Traté de contactarme con el autor, sin éxito, por lo que tomo la responsabilidad por su publicación. Creo que merece leerse. (La elección de la foto es mía).

Alesia Miguens

Hablemos de Historia

El recuerdo personal más remoto que tengo de la historia argentina del siglo XX es a mi madre retirándome antes de hora del colegio por los rumores que se corrían sobre una de las muchas revoluciones que asolaron al gobierno del Dr. Frondizi. Hoy todos extrañan a Frondizi y se llenan la boca con alabanzas, pero en su momento pocos lo defendieron, y no lo dejaron gobernar.

Recuerdo los tanques de los azules recorrer las calles de Pergamino, dónde nos encontró la nueva trifulca militar dada en llamarse -con poca imaginación- “azules y colorados”.

Recorrí el país en tren en los tiempos de Illía. Tucumán y los enormes talleres de Tafí, Córdoba y los vagones construidos en Argentina. Ahora se enorgullecen las autoridades de mostrar los que importan de China…

Era algo mayor cuando supe del cachetazo que Illia le propinó a no sé qué general cuando fue a anunciarle que había cesado su mandato. Después salió a la calle y llamó al primer taxi que pasaba para irse a su casa. Fue otro más al que no dejaron gobernar.

Onganía parecía que iba a sacar al país del “sopor de quelonio” que Vandor (el del peronismo sin Perón) le atribuía al gobierno precedente; pero el golpe del ‘66 terminó en drama: el Cordobazo contra la Morsa (ahora tenemos otra morsa más temible).

Así y todo, con estos subes y bajas, la Argentina de los sesenta era un país maravilloso. Con problemas, mil problemas pero era un buen país para vivir… hasta que volvió Perón y terminó de abrir la puerta de los infiernos. Guerrilla peronista que peleaba contra un gobierno peronista, Lopecito y la AAA, Isabelita, la patria sindical, Casildo y su yo me borro, el Rodrigazo, inflación, secuestros, las cartas de amenazas, las bombas, la represión militar y el despelote económico.

Después volvieron los militares y los excesos en la represión, sin juicio ni defensa en una guerra no declarada. También volvió la patria financiera: La cultura del plazo fijo sin industria. Mucho no podía durar.

Con la vuelta a la democracia muchos argentinos nos percatamos que poco habíamos votado en nuestras vidas. La campaña electoral del ‘83 fue de antología: “Conmigo o sinmigo” clamaba Herminio Iglesias, mientras incendiaba el ataúd ante la sonrisa inocente de Ítalo Luder, el mismo que había firmado el decreto de aniquilamiento de la guerrilla.

El ataúd incendiado le costó las elecciones ante un Alfonsín que recitaba el Preámbulo de la Constitución hasta emocionarnos.

Ganó Alfonsín y el peronismo usó de ariete al sindicalismo. Alfonsín también trató de tener un país normal, sin prepotencia sindical, pero no pudo. Catorce paros, más inflación e hiperinflación…

Triunfó el “Síganme” de Menem, quien de la noche a la mañana se recortó las patillas y sacó un plan de Bunge y Born de la galera, que fracasó con la precoz muerte de Roig. Le siguió Cavallo y el uno a uno, con un endeudamiento desmedido, las ínfulas de estar en el primer mundo y proyectos faraónicos que solo sirvieron para desviar fondos. Lo llamaron neoliberalismo, aunque de liberalismo tuviese poco.

De la Rúa no tuvo muchas posibilidades de desactivar las bombas sembradas y todos sabemos cómo terminó, en un estruendoso default. Vino Duhalde y sus miedos, y el error garrafal de dejarle el gobierno a los pingüinos depredadores.

El resto lo conocen:

La sistemática destrucción de los mecanismos de control de Estado, pero con una economía que debía estar abulonada a precios fijos, el capitalismo de amigos, el robo descarado, el curro de los Derechos Humanos, la división entre los argentinos, la mentira para gobernar al país y el colapso final de una mujer desquiciada.

Macri no es De Gaulle, ni Churchill, ni Adenauer, ni Felipe González… pero aprendió algo de todos ellos, y sabe cómo funciona el mundo.

Al menos habla inglés. Desde los tiempos de Ortiz es que no tenemos un presidente que hable inglés. Parece un detalle menor, pero no saber otro idioma da una visión sesgada a cualquier profesional, más de un presidente.

Hay muchísimo para hacer. Se destruyó a la Argentina y mucha gente se enquistó en un discurso de barricada, patriotero, facilista, plañidero y lleno de consignas de derechos humanos, sin los deberes de los ciudadanos. La democracia del choripán y la Coca…

También somos muchos los que no vemos así las cosas porque queremos un país con laburo y sin dádivas.

Queremos un país de mente abierta.

Queremos un país dónde los presos no ganen más que los jubilados.

Queremos un país que sancione a los corruptos, porque sin Justicia no hay nación.

Queremos un país de diálogo, sin prepotencia, ni cortes, ni aprietes, ni narcos, ni inseguridad.

También sabemos que acá hay que trabajar y dejar trabajar a los que salieron electos. Basta de palos en la rueda. ¡Tuvieron doce años e hicieron mierda todo, hasta el papel higiénico se robaron y encima se quejan de la inflación a un mes de entregado el gobierno! ¿Por qué no se quejaron los gobernadores cuando la señora del látigo les tiraba migajas? ¿Por qué no se quejan a los que vaciaron las cajas y llenaron al gobierno de ñoquis?

Los K son caraduras, hipócritas, mentirosos y ladrones. Sobre todo, ladrones asustados porque se ven venir la noche y terminarán presos. Y deben terminar presos.

Ya vimos lo que le hicieron con Frondizi, con Illía, con Alfonsín y de la Rúa. No podemos permitir que eso se repita.

Queremos un país normal que puede ser muy aburrido para los críticos cósmicos que nunca construyeron nada, ni pagaron sueldos ni dieron empleo, pero que critican.

Para los que ya tenemos más de 50 y vimos caer a la Argentina a pedazos, es quizás nuestra última oportunidad de ver un país normal. No nos engañemos: no vamos a ser cómo Alemania, Suecia u Holanda, pero no queremos chicos escarbando en la basura, ni ladrones en el poder, ni calles cortadas porque a dos desquiciados se les ocurre.

No queremos otro gobierno populista, y para lograr eso no nos tienen que atropellar. Somos mayoría.

Muchos se llenan la boca con el 17 de octubre como el sumum de la democracia, pero no hubo acto público más concurrido que el #8N de noviembre de 2012. Fuimos mas de un millón y medio de personas que en paz pedimos que termine la locura. No podemos, ni vamos a permitir que cuatro corruptos nos digan qué hay que hacer.

Yo no me olvido. Y nadie debe olvidarse lo que vivimos, porque esa es la única forma de no repetir el pasado y si no peleamos, y si no decimos lo que pensamos, ni defendemos al país que queremos, volveremos a caer en manos de los bandidos.

Y ni yo, ni usted, ni el país tiene más tiempo que perder.

Omar López Mato

Médico y escritor

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