Por Justo J. Watson.-

Es objetivo declarado de estas notas de campaña dentro de la batalla cultural en proceso, el aporte de ideas que ayuden a despertar conciencias y valentías cívicas repensando nuestro Contrato como sociedad, aun cuando estos planteos resulten incómodos; incluso revulsivos.

Así las cosas, a partir de diciembre habrá que dar la oportunidad a la coalición de centro derecha, si gana, de que implemente su plan de salvataje de la república. De enderezamiento de la economía. De urgente recuperación de valores éticos y cívicos (cultura del trabajo y del mérito) a través de la educación y el “avive” del soberano, por todos los medios.

Habrá que darle la oportunidad de superar la oposición de empresaurios, castas parásitas, privilegiados “legales” y mafias de todo tipo que con extorsiones, bloqueos, piedras, paros salvajes, dinero ensangrentado de la corrupción para medios mendaces, coimas, transas políticas y marchas clientelizadas… procurarán que nada cambie para que el vampirismo populista que los nutre, continúe.

En suma, habrá que darle al nuevo gobierno la oportunidad de que, una vez más, intente poner en práctica la Constitución. Esa que, cuando se aplicó (al menos en su sección de respetos a la propiedad y a las libertades), nos elevó al top ten planetario haciéndonos meca de brazos, cerebros y capitales de riesgo; todo ello sin subsidios.

Un resultado que se logró aun cuando el tamaño de “lo estatal” y su avance sobre “lo privado” crecía año tras año al compás de un nacionalismo cerril. Éxito que no podrá reeditarse dada la marea socialista que sobre mentes y bienes hemos sufrido desde entonces. Dado el alto grado de decadencia a todo orden al que hemos llegado.

Un nuevo punto de partida que hace a la Constitución de 1853 y sus promesas esperanzadoras, lamentablemente, de muy difícil (por no decir imposible) aplicación.

Mayormente porque la aludida tiranía fiscalista y consecuente resignación (la aceptación final del esclavo) se encuentran enquistadas en las cabezas de una fracción demasiado grande y transversal de nuestro electorado.

El norte izquierdista de intelectuales, artistas y políticos, apuntado sin descanso durante los últimos 78 años a que seamos un pueblo de mayoría pobre, bruta y sobre todo sometida mental y laboralmente al Estado (su soñado “hombre nuevo”; el real)… fue logrado.

Con el concurso de los ministerios de Educación y Economía, siempre funcionales a los intereses corporativos del Estado del que forman parte, el gobierno elegido en 2019 culmina en estos días la tarea.

No obstante ser propio de gente madura el aceptar los hechos tal cual son (creemos que nuestra Argentina, en cuanto a desunión por valores y mafias clientelares, pasó el punto de no retorno), nos queda el deber de apoyar a la Administración que surja de las elecciones de octubre.

Sin duda la veremos penar durante cuatro años enfrentando a una antipatria (en tanto antirrepública y anticonstitución) cuya agresividad estará motorizada por la certeza de que su prevalencia es, a mediano plazo y por lo antedicho, irreversible.

El acompañamiento a quien gobierne, sin embargo, no debe bloquear el diseño de un “plan B” en previsión del eventual fracaso de la política de crecimiento con reconciliación y unión nacional (el plan A, anti Grieta y pro Constitución).

Tras ese fracaso resultaría inaceptable el reflujo peronista que nos desbarrancaría hacia una Argenzuela cabal. Una donde los emigrantes ya no se contarían por cientos de miles sino por millones. Cosa más que posible si asumimos en plenitud el nivel de adoctrinamiento estatista, de miedo profundo a la libertad y sobre todo a la responsabilidad individual inculcado durante las últimas décadas en las mentes de nuestra muy fragilizada población.

Y este “plan B” no puede ser otro que refundar el país, como en 1810, abriendo la puerta a la disolución de un Estado fallido (como hicieron la Unión Soviética, Yugoslavia o Checoslovaquia, tres ejemplos cercanos en el tiempo) aceptando la realidad de los hechos sin esconder la cabeza bajo tierra. Siendo valientes en defensa de lo nuestro sin entregar nuestra tierra, la de nuestros ancestros y la de nuestros hijos a ladrones, parásitos confesos, vivillos y resentidos por propia incapacidad como son los millones de argentinos que votan a sabiendas, una y otra vez, a delincuentes para que los representen.

Es el planteo de la o las secesiones que tanto horroriza a los aleccionados por la currícula educativa obligatoria social-nacionalista, pero que cuenta con grandes atractivos.

Porque dar a luz reagrupamientos ideológicamente más homogéneos, los tiene. Y muchos.

Por empezar, el de la gran satisfacción de ver a todos los ladri-progresistas robándose entre sí en su sistema de suma cero; implosionando entre impuestazos, recriminaciones, saqueos, puebladas, fugas y rechinar de dientes cuando deban enfrentar la ausencia de sus víctimas tradicionales, adheridas por domicilio fiscal a jurisdicciones protectoras de las libertades individuales y de los verdaderos derechos humanos (empezando por los de propiedad privada y libre disposición, base y garantía de todos los demás).

Un plan B basado en el respeto por los proyectos de vida del prójimo ciudadano y en las más amplias libertades cívicas. Como la de decidir no pertenecer a una comunidad de valores torcidos. Ni aportar a un modelo redistributivo por el que se siente repugnancia, como aquel en el que sus impuestos acaben financiando organizaciones liberticidas tan abyectas como la “Universidad” de las Madres de Plaza de Mayo, por poner un ejemplo entre miles.

Difícil es aventurar el derrotero de tales licencias cívicas y lo que el pueblo en auténtica libertad decidiría pero sea cual fuere el resultado, este será mejor que el anarcopobrismo que hoy tenemos entre manos o de lo que podría sobrevenir en otros cuatro años de gobierno peronista.

Una posibilidad que cae de madura estaría dada por la secesión de la odiada ciudad de Buenos Aires del resto de la “confederación”. Nueva unidad política bajo la forma de poderosa Ciudad Estado (como lo son Singapur o Mónaco) que podría incorporar inicialmente a partidos vecinos afines como Vicente López, San Isidro, Lanús o Tres de Febrero y tal vez San Fernando o Tigre.

La sola eliminación de la ruinosa coparticipación federal más una liberalización financiera y regulatoria inmediata catapultarían a la nueva nación a muy altos niveles de ingreso por habitante, en tanto centro financiero internacional de baja imposición e imán de multitud de empresas e industrias del conocimiento.

Podrían secesionarse no sólo grandes ciudades sino provincias enteras, como es el caso de Mendoza, donde hace pocos años se coqueteó con la idea de dejar atrás al kirchnerismo tras comprobarse mediante encuestas que una decisión así contaba con la aprobación de cerca del 70% del electorado. Es bien conocida la potencialidad de esta provincia, en la que un rápido acuerdo soberano de libre comercio con Chile le abriría las puertas al inmenso mercado del Pacífico, no sólo en lo que a vitivinicultura se refiere. Córdoba, Santa Fe o Entre Ríos podrían seguir esta vía como así también distintas uniones distritales dentro de la provincia de Buenos Aires, como podría ser el caso del eje Azul-Tandil-Olavarría, partidos de similar orientación ideológica, limítrofes y complementarios. O uniones en red independizables, dentro de esa u otras jurisdicciones.

Proyectos todos compatibles con el anarcocapitalismo, al cual el candidato J. Milei adscribe para el largo plazo.

Fuertes ideas descentralizantes, anti poder político y pro poder social propugnadas por otra parte por el mayor intelectual libertario vivo, el austríaco Hans H. Hoppe, principal discípulo y continuador del estadounidense Murray N. Rothbard, recreador y sistematizador de esta verdadera ética de la libertad en los ‘70 del pasado siglo.

Por mera presión generacional, un Milei perdidoso en la elección 2023 vería facilitada una candidatura exitosa en el ‘27, al incorporarse al padrón electoral una gran cantidad de jóvenes partidarios de las nuevas ideas del liberalismo radical, coincidente con la salida de una significativa masa de adultos de tendencia filopobrista.

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