Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del lunes 16 de mayo, La Nación publicó un artículo de Mario Vargas Llosa titulado “Una nueva Argentina despierta”, en el que considera que con la llegada al poder de Mauricio Macri la Argentina ingresó a una nueva era signada por la libertad, la prosperidad y la felicidad. Dice el laureado escritor: “Ha terminado por fin para la Argentina el tiempo de los desvaríos populistas y el hechizo suicida que ejerció sobre el gobierno de los Kirchner el “socialismo del siglo XXI” de Chávez y Maduro. Después de pasar una semana en este país, me alegra decir que sí, que en los pocos meses que lleva en el poder Mauricio Macri ha ejecutado reformas valientes y radicales para desmontar la maquinaria intervencionista y demagógica que estaba arruinando a una de las naciones más ricas del mundo, aislándola y empujándola hacia el abismo” (…) “el cambio está en el aire que se respira, en la manera de hablar de la gente sobre el momento actual, el alivio y el optimismo con que a la mayor parte de conocidos y desconocidos les oigo comentar la actualidad política” (…) “Pero los beneficios están ya a la vista y son inequívocos. La Argentina, desde su acuerdo con los detentadores de los llamados “fondos buitres”, ha recuperado el crédito internacional y la desaparición del “cepo” ha devuelto a su moneda una estabilidad de la que no gozaba desde hacía tiempo. La visita del presidente Obama, que significó un importante aval a la nueva Argentina, ha abierto un desfile de visitantes de valía, políticos y económicos, que vienen a explorar la posibilidad de invertir en una tierra pródiga en recursos a las que las políticas autistas y nacionalistas de la señora Cristina Kirchner estaban llevando a una ruinosa autarquía” (…) “Qué diferente es prender la televisión y, en vez de los lugares comunes y los eslóganes de la señora Kirchner, escuchar al presidente Macri, en conferencia de prensa, explicando con claridad, sencillez y franqueza que desembalsar una economía paralizada por el constructivismo demagógico tiene un alto precio que no hay manera de evitar y que, sin ese saneamiento que es volver de la quimera a la realidad, la Argentina nunca saldría del pozo en que la sumió una ideología fracasada en todos los países que la aplicaron” (…) “Y desde luego que hay razones para creerle. La Argentina es un país muy rico en recursos naturales y humanos; el sistema educativo ejemplar que tuvo en el pasado, aunque se haya deteriorado con las malas políticas de los gobiernos precedentes, todavía produce ciudadanos mejor formados que el promedio latinoamericano” (…) “y no hay duda de que, con las reformas en marcha, las inversiones extranjeras, retraídas todos estos años, volverán en gran número a una tierra tan pródiga, creando los empleos que hacen falta y elevando los niveles de vida y las oportunidades para los argentinos. Hay un aspecto que quisiera destacar entre los cambios que vive la Argentina. Con la libertad de expresión, que sufrió tantas averías durante los gobiernos de los Kirchner, la corrupción” (…) “ahora sale a la luz y, en estos días precisamente, la prensa da noticias estremecedoras de las sumas de vértigo que los testaferros de los antiguos mandatarios acumularon, monopolizando las obras públicas de regiones enteras y saqueando sus presupuestos de manera impúdica, convirtiendo en multimillonarios a aquellos dueños del poder que se jactaban de ser revolucionarios antiimperialistas y jurados enemigos del capitalismo” (…) “Que la Argentina tenga éxito en las pacíficas reformas democráticas y liberales que está llevando a cabo tiene una importancia que trasciende sus fronteras. América Latina puede aprender mucho de este país que, luego de casi tocar fondo por culpa de la ideología colectivista y estatista que estuvo a punto de arruinarlo, se levanta de sus propias cenizas con los votos de sus ciudadanos y tiene el coraje de desandar el camino equivocado. Y emprende uno nuevo, el de los países que gracias a la libertad-la única verdadera, es decir, la que abarca la política, la economía, la cultura, el ámbito social, cultural y personal-han alcanzado los mejores niveles de vida de este tiempo, los que han reducido más la violencia en las relaciones humanas y los que han creado la mayor igualdad de oportunidades para que sus ciudadanos puedan materializar sus aspiraciones y sus sueños”.

La lectura de este artículo de Vargas Llosa causa asombro y estupor. Porque cuesta creer que un escritor de los quilates del peruano pueda hacer semejante apología del macrismo. Es probable que Vargas Llosa, durante su estadía en el país, haya conversado exclusivamente con los vecinos de Recoleta y Avenida Quintana creyendo que esas opiniones son compartidas por la gran mayoría del pueblo. Sino no se explica que eleve a Macri a la categoría de estadista democrático y liberal, cultor de la buena educación y el buen decir, y, fundamentalmente, de la verdad. Aunque parezca increíble el Nobel de Literatura quedó impresionado por la “franqueza” con la que el presidente se dirige a los argentinos cada vez que hace uso de la palabra delante de las cámaras de televisión. Ojalá que el presidente y su plan de gobierno fueran tal como los pinta Vargas Llosa. Lamentablemente, la realidad es muy diferente a la imaginada por el autor de “La ciudad y los perros”.

Macri asumió con un país relativamente ordenado en lo económico, en lo político y en lo social. Por supuesto que la situación lejos estaba de ser idílica pero tampoco se asemejaba a un volcán a punto de explotar. Había inflación, eso nadie lo puede negar, pero estaba bajo control. El grave error que cometió el gobierno anterior fue el haberla negado sistemáticamente. Por qué lo hizo es una muy buena pregunta que a lo mejor algún día la propia ex presidente brindará la respuesta correspondiente. Lo cierto es que cada vez que Cristina hizo uso de la cadena nacional para dirigir la palabra al pueblo, el término “inflación” jamás fue pronunciado. Políticamente el país estaba bastante sólido, con un multipartidismo emergente de la primera vuelta electoral: Cambiemos, el Frente para la victoria, el Frente Renovador y la izquierda. El Congreso, mal que les pese a los detractores de Cristina, funcionó a full durante sus dos mandatos. El oficialismo ganaba cómodamente por una simple razón: gozaba de la mayoría absoluta que le había conferido el pueblo a través del voto.

Al asumir Mauricio Macri puso en evidencia la naturaleza de su gobierno: una oligarquía con base popular pero visceralmente antidemocrática. Carente el gobierno de mayorías propias en ambas Cámaras del Congreso el presidente tomó el toro por las astas y decidió que el Congreso permaneciera cerrado hasta el 1 de marzo de 2016, fecha de inicio de las sesiones ordinarias. Durante ese período de inacción parlamentaria el primer mandatario utilizó a piacere los polémicos decretos de necesidad y urgencia para imponer su voluntad. Así fue como, por ejemplo, se valió de uno de ellos para intentar forzar la llegada a la Corte Suprema de dos juristas de prestigio, violando todas las normas al respecto. Afortunadamente primó la sensatez y no se produjo el aterrizaje forzoso de los juristas al más alto Tribunal de Garantías Constitucionales. En el área económica Macri puso en claro su intención de favorecer los intereses de los sectores concentrados de la economía. A fines de diciembre impuso una devaluación del 40%. Las consecuencias fueron las predecibles. Los precios de los alimentos y los medicamentos saltaron hasta las nubes y la moneda comenzó a envilecerse. La plata comenzó a escasear y millones de familias comenzaron a tener serios problemas para llegar a fin de mes. Con esa devaluación Macri no hizo más que garantizar una gigantesca transferencia de recursos de los sectores populares al poder económico concentrado. Con el pretexto de los subsidios el gobierno de Cambiemos dio luz verde a unos tarifazos que sacudieron-y continúan sacudiendo-el bolsillo de la clase trabajadora. Se trata de un atentado contra el derecho de cada familia argentina de vivir dignamente. Las facturas de servicios esenciales como la luz, el gas y el agua se incrementaron geométricamente con el evidente propósito de engrosar el bolsillo de los dueños de las empresas que prestan esos servicios, con la obvia complicidad de los funcionarios macristas. En pocos meses se produjo lo único que cabía luego de la devaluación de diciembre: aumentaron la pobreza e indigencia. Mientras tanto, Mauricio Macri no se cansa de expresar que uno de los objetivos fundamentales de su gobierno es reducir la pobreza a 0. Cuando se lo escucha al presidente expresarse de ese modo, uno no puede menos que preguntarse si es sincero, si cree realmente en esa promesa, o si es un cínico de aquellos, un hombre que se burla descaradamente del pueblo, especialmente de los más débiles. A esta altura de los acontecimientos, estoy convencido de que estamos en presencia de uno de los presidentes más cínicos y despiadados de la historia.

Prueba de ello lo constituye su promesa de proteger el empleo de los argentinos. Desde que asumió no se cansa de repetir que la protección del empleo y la creación de empleo de calidad constituyen una de sus máximas prioridades. Pues bien, del 10 de diciembre a la fecha lo único que se produjo fue la expulsión de trabajadores tanto del sector público como del sector privado. La excusa, para la órbita estatal, fue la imperiosa necesidad de expulsar del Estado el ejército de ñoquis nombrado por el kirchnerismo en las postrimerías del segundo mandato de Cristina. Hasta el momento el gobierno no ha demostrado que los despedidos hayan resultado ser ñoquis. Lo que sí es cierto es que en numerosos casos se trató de una clara revancha por cuestiones ideológicas. Los despidos de los periodistas de 6.7.8 y de Víctor Hugo Morales, son pruebas elocuentes. Mientras tanto, las empresas continúan despidiendo trabajadores, prueba demostración palpable del enfriamiento de la economía producido por la política económica de Cambiemos. Preocupado por los despidos en el sector privado, recientemente el presidente convocó a los empresarios más importantes del país para rogarles que no sigan despidiendo. Como supuesta demostración de buena fe los empresarios firmaron un documento donde se comprometen a no dejar más trabajadores en la calle. Como era de prever, los despidos continuaron tras la “cumbre” en la Rosada, lo que demuestra que los empresarios le mintieron a Macri en la cara. El desempleo ha pasado a ser, junto con la inflación, la preocupación número uno de la inmensa mayoría de los argentinos. Ello motivó la gigantesca manifestación del 29 de abril donde se vio por primera vez en mucho tiempo unidas a dos de las tres CGT y las dos CTA.

Sin embargo, el presidente dice que éste es el único camino para salir del populismo kirchnerista. Reconoce que hay muchos argentinos que no la están pasando bien pero al final del túnel el pueblo verá una luz brillante y esplendorosa. Cuando ello suceda los sufrimientos del presente serán un mal recuerdo. El gobierno quiere convencer a los argentinos de que en el segundo semestre comenzarán a aparecer los primeros síntomas de recuperación económica. Es probable que la inflación se reduzca drásticamente y que lleguen las tan ansiadas inversiones foráneas, nuestra tabla de salvación. Se trata, obviamente, de una expresión de deseos y no de certezas. Porque la realidad es que reinan la incertidumbre, el desasosiego y la desesperanza. Pese a que los problemas de la economía son muy graves Macri ha depositado toda la suerte de su gobierno-y la del pueblo-en la ayuda externa (dólares e inversiones) que aparecería durante el segundo semestre. ¿Y si no aparece? ¿Qué hará el gobierno, decirle a la sociedad que debe esperar un poco más ya que seguramente esa ayuda se hará visible el año que viene?

Así estamos hoy en la Argentina. Un panorama que nada tiene que ver con el pintado por Vargas Llosa. Ojalá el laureado escritor tuviera toda la razón del mundo. La cruda realidad lo desmiente. No hay una nueva Argentina que despierta sino que es la misma Argentina que se empecina en entregarle su destino a pandillas que sólo piensan en engrosar sus bolsillos ilimitadamente.

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