Por Hernán Andrés Kruse.-

EL THATCHERISMO Y EL MERCADO

“Otro de los principios de la ideología neoliberal, enraizado en los gobiernos de Thatcher, fue el papel central que se le asignó al mercado para el funcionamiento de la economía en oposición a la tradición intervencionista del Estado de la posguerra. Ciertamente, en los hechos, dicha concepción del mercado muy poco tenía que ver con el problema de la competencia; aun así, se pensó, a través de la desregulación general de la economía y de la privatización de la mayor parte del sector público se podría lograr la eficiencia y, sobre todo, la modernización del aparato productivo. En este respecto, el thatcherismo también se encontró con una gran paradoja puesto que, al confiar al mercado la tarea de reestructurar la economía sin interferencia estatal, sólo logró acentuar las desigualdades y los desequilibrios ya existentes a nivel nacional al tiempo que debilitó la capacidad del Estado Nación para determinar el contenido de su política monetaria y fiscal. Ambas circunstancias, como veremos, contribuyeron finalmente a la debacle del gobierno de Thatcher.

No es exclusivo a la doctrina monetarista el argumento de que el mercado establece una asignación más eficiente de los recursos, o del trabajo, de acuerdo a las expectativas de obtener un mayor rendimiento o rentabilidad. Sin embargo, dicha doctrina pasa por alto el hecho de que semejante eficiencia no establece una mejor distribución de los recursos dentro de la economía en su conjunto, particularmente en el contexto de la tendencia a la globalización de los mercados, por lo que, lejos de promover la restructuración general de los diversos sectores económicos, termina por acentuar los rasgos de desigualdad y desequilibrio ya existentes. Este fenómeno gravitó desfavorablemente sobre la estructura regional y, lo que es más relevante para este estudio, condujo al debilitamiento relativo del sector industrial en los términos de una modernización posfordista. Como se mencionó más arriba, el primer periodo de gobierno de Thatcher de 1979 a 1983 se caracterizó por su adhesión a los postulados monetaristas básicos de una política de restricción monetaria y fiscal por lo que, al margen de los tropiezos de esta política con respecto a sus propios objetivos, el papel del mercado se limitó a ejercer una tarea de drástica depuración de la economía mejor medida en el nivel de quiebras y desaparición de las empresas, que en cualquier logro de elevar la eficiencia de las mismas.

Será sólo hasta la finalización de este periodo y el inicio del subsiguiente cuando la economía británica inicie un periodo de reactivación e incluso de crecimiento acelerado, en el contexto de una etapa de expansión a nivel internacional. Es a partir de este momento cuando se produce un cambio sustantivo en las políticas económicas al abandonar, en los hechos, las políticas monetaristas iniciales y al conferir a otros principios, privatización y reformas fiscales, la tarea de estimular la inversión y la modernización productiva. De ese primer periodo, sin embargo, es fundamental recuperar el problema de la desregulación financiera y de los mercados de capitales, así como la terminación de los controles de cambio puesto que de esta decisión derivó el marcado repunte del sector servicios y del consumo privado en los años posteriores. Asimismo, es importante tener presente el inicio de las reformas laborales para el aumento sustantivo de la productividad. Considerando la fase que va desde 1982 hasta 1989, la economía británica creció, en términos del P1B, a una tasa superior al tres por ciento anual lo que, a decir del propio gobierno conservador, habría permitido revertir el declinamiento relativo de las décadas anteriores, poniendo además a la nación al nivel del resto de las potencias europeas.

Sin embargo, si el mismo cálculo se realiza atendiendo a la totalidad de la década de los ochenta entonces el crecimiento resulta mucho más limitado: dos por ciento entre 1979-88, contra el 2.4 por ciento entre 1970-79; lo que permite asegurar que la naturaleza de la “revolución thatcheriana” proviene, en buena medida, del efecto devastador de sus primeros años sobre la economía y el repunte pronunciado que a consecuencia de ello se observa posteriormente. Pero, al igual que se señaló en el caso de la productividad, aún si se acepta que el crecimiento se sostuvo durante tantos años sobre una base firme, ¿hasta dónde este fenómeno reflejó una verdadera transformación de la economía británica? Lo realmente sobresaliente de los años de prosperidad thatcheriana fue el desbalance entre el crecimiento del sector servicios en detrimento del crecimiento de la manufactura, proceso que ya venía desarrollándose desde la década de los setenta (a consecuencia de la mencionada terciarización de las economías de la posguerra) y que sólo vino a acentuarse durante los años ochenta como resultado de la manera como se dejó operar al mercado sobre el conjunto de la economía.

En efecto, si observamos lo que sucedió al nivel de la inversión, la producción y el empleo dentro de ambos sectores puede apreciarse el rezago relativo de la manufactura en contraste con la prosperidad de los servicios bancarios y empresariales promovida por la liberalización financiera del inicio de la administración. Aunque esta imagen general de desequilibrio económico revela el grado en que el gobierno de Thatcher se mantuvo adherido a una norma neoliberal (y en menor medida a la doctrina propiamente monetarista), en lo particular tampoco hay duda de que contribuyó deliberadamente a producir este resultado a través de su política industrial. Al respecto, el thatcherismo marchó por dos frentes. Por un lado, utilizó la estrategia de privatizar el sector público con la intención de introducir un principio económico de eficiencia y otro político de rechazo a los valores socialdemócratas de la posguerra. Por otro, sin embargo, también impulsó un proceso selectivo de modernización industrial en sectores como la farmacéutica, química, aeroespacio, defensa y procesamiento de alimentos que generó otro marcado desequilibrio en este caso a nivel regional. La política de privatización ha tenido relevancia para la Gran Bretaña en diversos terrenos como la mencionada eficiencia de las empresas del sector público, la modificación en el balance entre lo público y privado (como se verá más adelante) y el financiamiento de los proyectos de desarrollo regional.

Cabe destacar que, por ejemplo, si entre 1982-83 la privatización había generado un ingreso para el Estado de 0.5 millones de Libras Esterlinas, para 1987-88 este monto ascendió hasta 5 billones. Paralelamente, la desigualdad y desequilibrio entre el desarrollo de la manufactura y los servicios, así como el empleo, se reprodujo regionalmente convirtiendo el “Sur” y las Midlands (South-East, East Anglia, South-West, East Midlands) en las zonas privilegiadas del crecimiento “pos-industrial», mientras el “Norte” (West Midlands, Yorkshire-Humberside, North-West, Northern, Wales, Scotland, Northern Ireland) resentía los efectos de la dcsindustrialización y de la nueva legislación laboral. Al nivel de la distribución del ingreso, el gobierno de Thatchcr avanzó deliberadamente en la creación de una gran desigualdad social con la expectativa de generar una corriente de ingreso que pudiera repercutir sobre el volumen del ahorro y, de esta manera, de la inversión. A cambio de ello, y sin abundar más sobre el problema de la inversión, se produjo un significativo efecto colateral sobre la demanda que terminó de agravar los desequilibrios y desigualdades económicas en el plano del sector externo. En contraste con los efectos de la política laboral sobre el desempleado, los salarios de la población ocupada crecieron sostenidamente durante toda la era thatchcrista, particularmente los salarios medios y altos, a la par de los ingresos por concepto de rentas, ganancias y dividendos.

Asimismo, la política tributaria dio un giro radical en sus objetivos para disminuir significativamente los impuestos directos sobre el ingreso, al tiempo que se incrementaron los impuestos indirectos al consumo (IVA) y a la comunidad (Poli Tax). En términos estrictos, la política tributaria no redujo sino que aumentó el volumen de impuestos sobre la sociedad —en 1978 estos representaron el 42.3 por ciento del PIB y para 1987 el 48.3 por ciento—, pero en cambio repercutió sobre la concentración del ingreso. En 1979, la tasa superior de impuestos sobre la renta se redujo del 83 por ciento al 60 por ciento durante 1980 y entre 1982 y 1985 dicha tasa se ajustó anualmente por debajo de la tasa de inflación; y para el presupuesto de 1988 se disminuyó la nueva cuenta hasta el 40 por ciento. Por necesidad, semejante reforma fiscal se reflejó en el incremento del ingreso de los estratos más altos, en la misma proporción que los impuestos indirectos gravaban más desfavorablemente, en términos relativos, a los perceptores de ingresos más bajo, particularmente en lo que respecta al impuesto comunitario. Junto con estos fenómenos, la desregulación financiera, ya referida, también tuvo un importante efecto sobre la elevación del consumo en la sociedad británica. Con esta medida, les fue permitido a las llamadas Building Societies desempeñar funciones bancarias lo que, aunado a sus funciones tradicionales de administración de los fondos para hipotecas, produjo una difusión generalizada del crédito privado.

Tal incremento del consumo se vio favorecido, asimismo, por las reducidas tasas de interés que acompañaron los años de recuperación y de crecimiento. Así, en su conjunto, la economía británica se vino a enfrentar con un efecto negativo de la política económica desarrollada desde el inicio de los años ochenta: una fuerte tendencia a la elevación del consumo, en el marco de un igualmente importante estancamiento industrial, lo que condujo al repunte de la inflación (que para noviembre de 1990 alcanzó el 10.9 por ciento) y a un déficit histórico en la balanza comercial a partir de 1983, que a su vez repercutió sobre un déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos (en 1986 fue de 0.2 billones de Libras y desde entonces ha aumentado hasta alcanzar un estimado de 15.5 billones. A partir de entonces, la economía británica ha dependido de diversos factores para evitar un efecto negativo ulterior sobre la balanza de pagos: la inversión de capitales extranjeros —atraídos por la elevación del tipo de cambio y las tasas de interés; los ingresos petroleros del Mar del Norte; los ingresos de “invisibles” por concepto de la inversión británica en el exterior; y, por supuesto, los ingresos provenientes de la venta de empresas estatales.

Esta dependencia externa de la Gran Bretaña no sólo hizo vulnerable la economía con relación a su participación en el comercio mundial, sino que también hizo de la política monetaria (tasas de interés y tipo de cambio) el problema central del gobierno conservador. Es bien sabida la importancia de la City como centro financiero a nivel internacional, fenómeno acentuado con la desregulación financiera por parte de Thatcher, pero en el contexto de la inflación, los déficits comerciales actuales y la limitada capacidad de oferta de la planta industrial, resultaba esencial para el gobierno la facultad independiente de fijar los niveles del tipo de cambio y la tasa de interés en concordancia con sus necesidades de capital del exterior. Una gran ironía del gobierno de Thatcher la constituyó su adhesión a los principios del libre mercado y, a la vez, la exigencia de actuar con total soberanía e independencia frente a la decisión europea de integrarse en el esquema de un mercado común supranacional precedido, como todo parece indicar, por una unión monetaria basada en la aceptación de una moneda europea única y, por tanto, en la determinación de la política monetaria y fiscal al margen de consideraciones políticas nacionales. La imposibilidad de conciliar satisfactoriamente ambas problemáticas en el ámbito externo fue una de las causas que llevaron finalmente al descrédito y caída de Margaret Thatcher.

La segunda paradoja del thatcherismo, se refiere al efecto de su política fiscal y de concentración del ingreso. Habiendo sido diseñada, desde el lado de la oferta, para impulsar el ingreso, el ahorro y la inversión de los sectores medios y altos de la población, en los hechos se limitó a incrementar el consumo con los inconvenientes ya señalados sobre la balanza comercial. Más aún, al establecer dentro de la sociedad británica un esquema de tributación personal tan inequitativo e impopular como el Poli Tax, el Estado trasladó el conflicto con los desempleados, los jóvenes, los pensionados y los menos favorecidos en su totalidad, hacia una dimensión nacional que creía haber superado con el debilitamiento del movimiento sindical. Y así, el mercado que debería llevar a la reforma y a la modernización de la sociedad británica generó el escenario, nacional e internacional, en donde encontró su finalización la experiencia neoliberal del thatcherismo”.

(*) Guillermo Farfán (Profesor adscrito a la Coordinación de Ciencia Política, FCPyS-UNAM): “Las lecciones del neoliberalismo británico” (Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales).

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