Por Carlos Pissolito.-

Corsi e ricorsi

Para empezar, podemos decir que respecto del tiempo y de su aliado el destino existe un conocido mito. Si bien para los progresistas éste se mueve solo para adelante y todo tiempo futuro será siempre mejor; para los Antiguos lo hace en forma circular, como una víbora que se muerde la cola. Vale decir, el tiempo, se mueve en ciclos.

Ello no implica que la historia se repita, pues los ciclos no son exactamente idénticos unos a otros sino que evidencian que hay un patrón, una suerte de secuencia preestablecida. Así, por ejemplo, respecto de los ciclos políticos, Aristóteles hablaba de una secuencia de Democracia, Demagogia y Tiranía. En un entendimiento que una cosa llevaba -necesariamente- a la otra.

Tal como nos lo enseña el omnipresente mundo biológico con aquello de: nacer, crecer, reproducirse y morir. Y en lo que se conoce -modernamente- como los fenómenos irreversibles de la Termodinámica y que tienen un carácter entrópico, con un principio, un desarrollo y un fin.

En forma análoga, se podría afirmar que los países siguen patrones de comportamiento. En nuestro caso, por citar uno que nos toca de cerca; es bien sabido que cada unos diez años sufrimos una crisis económica. Todas ellas, más o menos, similares en sus causas y en sus consecuencias.

Al respecto el reconocido economista José Luis Espert nos explica que: «…en los últimos 40 años hemos tenido cinco crisis económicas de mayor o menor intensidad. El Plan de Inflación 0 de Gelbard que terminó en el Rodrigazo con un cúmulo de tarifazos y una devaluación salvaje del peso. “La tablita” de Martínez de Hoz, en las descontroladas devaluaciones de Sigaut. El Plan Austral, en el Austral II. El Plan Primavera, en hiperinflación. La convertibilidad en la peor crisis de nuestra historia y “el modelo de la década ganada”, en estanflación, fenómeno que no sufríamos desde hacía décadas y casi ningún país razonable del mundo experimenta hoy.»

Pasando al campo que nos interesa, cual es el de la ocurrencia, desarrollo y prevención de los conflictos, vemos que estos ciclos, aunque tengan otro ritmo, también se verifican.

El hecho de descubrir que determinados acontecimientos sucedan en forma cíclica es muy importante, ya que permite estudiarlos y ver cuál es su mecánica o su patrón de funcionamiento. O más precisamente, cuáles son los síntomas que los preceden y los anuncian.

Volviendo al tema que nos ocupa, es decir el de los conflictos. Vemos que la Argentina, exceptuando el hecho excepcional del Conflicto del Atlántico Sur, el que fue uno de tipo externo, viene sufriendo en forma recurrente conflictos armados internos desde 1820 hasta la fecha.

Para hacer breve una historia larga, podemos decir que el más reciente de ellos fue el enfrentamiento que significó la irrupción del terrorismo guerrillero en los años 60 y 70, a la que le siguió la brutal represión del mismo por parte, primero del gobierno electo bajo la fórmula Perón-Perón y, luego, por el proceso militar.

En este caso se puede encontrar características interesantes; a saber: que se trató de un enfrentamiento ideológico entre grupos bien definidos. El Estado por un lado, -fuera éste de iure o de facto– y de grupos insurreccionales más o menos homogéneos por el otro. Otro dato, es que cuando este Estado se defendió de los ataques de los que era objeto, lo hizo en forma desmedida ocasionado su descrédito y, en definitiva, su posterior derrota moral.

Si analizamos la génesis y el desarrollo de este conflicto veremos que no empezó de forma espontánea ni de un día para el otro. Hubo pequeños episodios de violencia que los precedieron. Estos hechos fueron iniciados por los grupos insurreccionales. Los que tomaron, inicialmente, a los elementos estatales desprevenidos y por sorpresa. Pero, los que luego reaccionaron con creciente eficiencia, hasta llegar a la brutalidad del aniquilamiento de quienes los habían desafiado.

Analizando las justificaciones que tuvieron, tanto los insurrectos como quienes tomaron el poder para oponérseles; vemos que ambos argumentos son falaces. Ya que los primeros, no tuvieron justificación moral alguna para haber iniciado acciones terroristas contra gobiernos constitucionales; como tampoco los golpistas para tomar el poder, bajo la consigna de lograr una mayor eficiencia en la represión, pues la misma se encontraba desarticulada.

Una vez hecho este análisis y establecido un marco conceptual podemos volver a nuestra realidad cotidiana.

Avanti!

Esta semana ocurrieron dos hechos violentos inusitados y que no deberían ser analizados en forma aislada, sino en un contexto que permita interpretarlos. Nos referimos al asalto tipo comando sufrido por el Intendente de La Plata en su casa y al copamiento del pueblo santafecino de Bernardo de Irigoyen por parte de una banda de delincuentes.

Valorizados en el contexto adecuado estos hechos ponen en evidencia una radicalización de la inseguridad. Vale decir un salto cualitativo que anuncia un cambio de fase. El primero de ellos, porque es un claro mensaje mafioso a las autoridades estatales y el segundo porque evidencia una capacidad operativa, hasta ahora, desconocida para la delincuencia, cual es la de ocupar un espacio geográfico por un lapso determinado.

Obviamente, que estos hechos preanuncian un cambio de fase que se orienta a la generación de hechos de violencia de mayor magnitud, promovidos por grupos más organizados y que están dispuestos a disputarle al Estado el monopolio de la violencia, al menos en los territorios que ellos controlan desde hace algún tiempo.

Llegado a este punto, caben otras precisiones. La primera, es que al contrario del conflicto anterior, ahora no hay dos bandos bien diferenciados, sino que hay lo que hemos denominado, siguiendo al profesor y periodista alemán Hans Magnus Enzensberger, como una «guerra civil molecular».

En otras palabras, un conflicto de todos contra todos. O más precisamente, de actores no estatales contra el Estado. Lo que lejos de ser una ventaja para éste, le agrega un grado de dificultad mayor, para cuando sus decisores políticos decidan combatirlos en serio.

Lo último, antes que una precisión, es más bien una enseñanza que deberíamos haber extraído del conflicto anterior. Cuál es que todos ellos entrañan una dimensión moral y que observarla no es solo una exigencia ética, también una necesidad operativa ineludible si se quiere salir victorioso.

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