Por José Luis Milia.-

La casta, y coincido sin contrición con Milei en definir con este nombre a la oligarquía política que agobia desde hace cuarenta años a los argentinos, es corrupta por naturaleza y al manejar una maquinaria que se mueve por la prebenda, el “arreglo”- al que llaman acuerdo político- y la coima, aspira, en los niveles más indecentes, a que la cantidad de dinero mal habido les alcance hasta los nietos; los más modestos, simplemente, pretenden vivir del estado la mayor parte de su vida y disfrutar de una inmerecida jubilación de privilegio.

En realidad, y a fuer de ser sinceros, esta Chambre de la Noblesse sin calidad y altura, que vive del trabajo de los argentinos, este Segundo Estado vernáculo, no sólo está compuesto por políticos; en este rejuntado se mezclan, también, sindicalistas extorsionadores, jueces venales y prevaricadores, empresarios oportunistas y los gerentes del hambre que explotan a un lumpenaje miserable- sin educación, sin salud, indefenso, sin cloacas y agua corriente- pero al que este infame Segundo Estado compra a precio de saldo con los planes de “ayuda”.

Es sólo imaginación pura creer que por hablar de estados generales estamos en parecida situación a 1789, quizás porque nada me gustaría más que ver a los integrantes de esta mafia subir las escaleras ensangrentadas de la guillotina; pero los argentinos de bien, los que han compuesto el Tercer Estado, los que pagan impuestos, los que han sostenido desde siempre la Educación y Salud Pública, la Seguridad y la Defensa no tienen los cojones necesarios para que suene un justo escarmiento.

Es así que sólo nos queda el triste ejercicio de hacer un cuidado escrutinio de las cualidades de aquellos que se autodenominan opositores para saber, ya no, quién es el menos malo sino el menos peor, o por lo menos, quien se animará a llevar a cabo los cambios profundos que hace años que nos prometen. En función de la seriedad de nuestro voto, expurguemos de nuestra calificación de opositores tanto a aquel que hace ofrendas a la pachamama como al que le pone nombres de terroristas a las estaciones de subte; acabemos de una vez con el que obligó al campo a defenderse de la expoliación que significaba la 125, pero tampoco sigamos al que trae ideas novedosas pero que carece de la fuerza territorial necesaria para, al menos, imponer un 10% de ellas.

Ya que no podemos, no nos animamos, a degollar a la inicua casta -sea del color que sea- no juguemos con la idea de votar a cualquiera. No habrá una nueva oportunidad.

Share