Por Luis Américo Illuminati.-

Un grupo de investigadores reveló que las icónicas estatuas de la Isla de Pascua fueron movidas en posición vertical, «caminando» hacia sus destinos con la ayuda de cuerdas y balanceo. Para probarlo, los arqueólogos crearon la réplica de un moai. Desde extraterrestres hasta trineos de madera, las hipótesis sobre cómo los antiguos nativos de la Isla de Pascua transportaron los misteriosos moais a su posición actual fueron muchas y muy variadas. Para los nativos del lugar, las estatuas «caminaron», según la tradición oral transmitida de generación en generación. Si de esto hacemos una interpolación como alegoría de nuestra realidad, surgen las siguientes similitudes. El devenir histórico del peronismo, en sus casi 80 años, nos recuerda bastante a la construcción de las pirámides de Egipto y las diez terribles plagas que cayeron dado que el Faraón se empeñaba en no dejar salir a los israelitas, a quienes los tenía de esclavos. Una obstinación similar a la del peronismo, que no permite que nadie que no sean ellos gobierne en la Argentina. La naturaleza y esencia del peronismo-kirchnerismo se parece a una mole de piedra sin piernas ni brazos a la que sólo le queda la cabeza y el tronco (como un moai). El mismo fenómeno sucede con los falsos líderes y militantes peronistas -guías ciegos que guían a otros ciegos- que arrastran con cuerdas un coloso de piedra mientras van cantando la marchita cavernaria. Con algo de suerte, tal vez en un par de siglos -si es que el mundo no termina antes- logren los viejos y nuevos «muchachos peronistas» regresarlo a su tierra: la isla de Pascua junto a los demás compañeros de piedra. De ahí vino y allí regresa.

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Por un extraño maleficio -según una loca leyenda- el coloso había cobrado vida en forma de Golem -tal como en el poema de Borges- el cual se asemeja a la curiosa genealogía del peronismo. Todo comenzó con un golpe de Estado, perpetrado el 4 de junio de 1943. Un grupo de militares sediciosos (GOU) le preparó el camino. Fueron tres años. Al cabo de los cuales le entregan el poder a Perón los mismos conspiradores del GOU, del que Perón formaba parte. Y ya en el poder empezó la demagogia donde unos trabajan a destajo (obreros afiliados por la fuerza) y los otros (los gordos de los gremios) se vuelven cada vez más ricos, sin trabajar, se eternizan en sus puestos (no permiten la democracia sindical), son los zánganos del régimen, flagelo que hasta el día de hoy subsiste más fuerte que nunca. Con el regreso del líder del movimiento al país tuvo lugar una feroz batalla campal en Ezeiza (20 de junio de 1973), y a partir de ese momento el movimiento quedó como piedra rodante, un organismo pétreo, con una descomunal cabeza -la dirigencia- y cuyos miembros -piernas, brazos y manos- los fue perdiendo gradualmente por automutilación: Montoneros vs. Triple A, internas feroces, traiciones, correrías y tropelías, saqueo y vaciamiento de la economía, grietas y rajaduras e incoordinación general. Una obra siniestra, espeluznante como la que imaginó Mary Shelley en su novela sobre el perturbado doctor Frankenstein y la anormal criatura a la que le dio vida. Un Prometeo que llegó como un gigante, y que, en lugar de robarle el fuego a los dioses, se robó una brújula de dos agujas: una avanzaba hacia la derecha y la otra marchando en sentido contrario, y un cronómetro con alarma que avisa el final de juego de la loca aventura. La hora del ocaso y del regreso a la isla de Rapa Nui, donde un trasgo o duende maligno -nadie supo jamás los motivos que tuvo, igual que el cuento de Tato Bores sobre la vertiginosa fertilidad del maldito almácigo que alguien plantó un día en nuestro país- lo convirtió en un ídolo con cabeza y tronco de piedra y pies, brazos y manos de arcilla. Un coloso -un Prometeo criollo- sin inteligencia ni nobleza, sólo vicios y desmesura, una mezcla de piedra y lodo. Tal vez fue objeto de un funesto ensalmo, pero con seguridad no es producto o efecto de una gracia o regalo del Cielo. Dios en su eterna bondad y sabiduría no ha querido que un coloso nos gobernara, quiso otra muy distinta. La humildad como el niño nacido en Belén o el humilde pastorcillo David antes que un gigante como Goliat. Es mejor ser un hombre de carne y hueso, que al morir como polvo vuelve al polvo. Pues como dice Francisco de Quevedo: «Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, / venas, que humor a tanto fuego han dado, / Médulas, que han gloriosamente ardido, / Serán ceniza, mas tendrá sentido; / Polvo serán, mas polvo enamorado».

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