Por Carlos Tórtora.-

Los retiros espirituales del PRO -en este caso del Gobierno nacional en Chapadmalal- están presididos por el estilo gerencial de la actual administración en la cual la palabra política es políticamente incorrecta y se evalúa el desempeño oficial sólo desde dos parámetros: la gestión y el marketing. Este último estuvo presente en Chapadmalal y con números flojos: el Gobierno esperaba que su cruzada contra la corrupción sindical -que fue desde la detención de Juan Carlos Pata Medina hasta el actual acoso judicial a Hugo Moyano- le hiciera subir a Macri los casi 10 puntos de imagen positiva que bajó luego de la sanción de la reforma previsional. Pero esto no está ocurriendo. La mayoría de la opinión pública puesta a optar entre Macri y Moyano se queda con el primero, lo que no quiere decir que esté subiendo su popularidad. De hecho, cada vez que no hay un tema dominante que distraiga a la opinión pública, como la reforma previsional, la búsqueda del ARA San Juan o el duelo con Moyano, la corrupción en el oficialismo aflora como tema dominante y deja descolocado al presidente. Es lo que ocurrió en los últimos días con la agravante de que cada vez hay más escándalos en el círculo áulico de Olivos. Por ejemplo, ahora le tocó al Ministro de Finanzas Luis Caputo por su relación no declarada con el fondo Noctua y a un desconocido, el Subsecretario General de la Presidencia Valentín Díaz Gilligan, por depósitos por 1,2 millones de dólares en una offshore de Andorra. Por otra parte, la ofensiva judicial contra numerosos sindicalistas, asumida por el gobierno como propia, en términos de transparencia republicana le hace un flaco favor al Gobierno, porque queda en evidencia que, como suele ocurrir, muchos jueces están actuando en función de los planes políticos del oficialismo y atrás quedó una vez más la independencia judicial. Por ejemplo, desde que la escalada judicial contra el sindicalismo ocupó el espacio mediático, significativamente casi desapareció la actividad judicial en las causas por corrupción que alcanzan a Cristina Kirchner. En fin, no parece menos cierto que ni la presidencia del G 20 en manos de Macri ni sus restricciones a los parientes de los funcionarios públicos para que también lo sean, logran mover a su favor las encuestas, porque la frustración de una economía que no despega es el parámetro en definitiva más importante.

El progresivo desbarrancamiento ético del macrismo le está creando cada vez más serios problemas a su aliada y fiscal Elisa Carrió, que ya no sabe cómo administrar sus desapariciones para no verse obligada a chocar directamente con Macri y poder así seguir simulando que ejerce un control severo de la transparencia oficial. Lo cierto es que Carrió fue invisible durante las varias semanas que duró el escándalo del mega DNU firmado por el presidente y reapareció recientemente para pelearse con el Ministro de Justicia Oscar Garavano por cuestiones menores. Carrió está atenta a los procesos que empiezan a detectarse muy sutilmente, como por ejemplo que son ya unos cuantos los operadores electorales del PRO que hablan de que hay que empezar a evaluar si María Eugenia Vidal no debe ser candidata a Presidente y Macri dar un paso al costado para asegurarse el segundo turno de Cambiemos. De más está decir que la idea en cuestión alarma a Carrió, que ve avanzar detrás de la gobernadora a una entente peronista que incluiría a Sergio Massa y también asusta, por motivos semejantes, a los radicales.

Las variantes

Aun antes de la marcha del 21F, que mantiene en vilo al país y paraliza a la política, el propio triunviro de la CGT Juan Carlos Schimdt (Sindicato de Dragado y Balizamiento) certificó que la cúpula sindical está superada. Salvo imponderables, y como ocurre cada vez que el Gobierno y el sindicalismo se enfrentan, vamos derecho hacia un esquema de dos CGT: moderada y negociadora y la otra más combativa. Así fue siempre que al sindicalismo le tocó convivir con un poder político que intenta domesticarlo.

Así las cosas, la marcha del 21F pasó a ser el único punto de referencia inmediato de la política nacional. Los tres escenarios más probables son entonces los siguientes:

1) La convocatoria de Moyano termina siendo un fracaso en cantidad de asistentes. En este caso, igualmente se fracturaría la CGT pero el Gobierno haría valer mediáticamente este triunfo y podría avanzar con proyectos como la reforma laboral. Asimismo, se aferraría al 15 por ciento de techo para las paritarias. Paralelamente, los grupos de la izquierda sindical, de la CTA al PO, crecerían ante la crisis del moyanismo. Sobre la familia Moyano, su libertad pendería de un hilo.

2) La marcha es un éxito en cantidad y se desarrolla pacíficamente. Habría que ver si no se evita la ruptura de la CGT. Pero el Gobierno saldría golpeado y se encendería en el peronismo la expectativa de que tal vez Cambiemos no tenga ganada la elección del año que viene. Seguramente Massa, los intendentes peronistas del conurbano, José Manuel de la Sota y hasta algún gobernador se animarían a empezar a acelerar acuerdos para un frente de unidad. Esto con CFK incluida, naturalmente.

3) La marcha es un éxito pero se producen fuertes episodios de violencia provocados por grupos ultras. En este caso, que ya Moyano está previendo al responsabilizar al Gobierno, este último quedaría golpeado, porque el macrismo orienta no sólo a los grandes medios sino a la mayor parte de las redes sociales. El clima político se enrarecería y el peronismo político se movería con mucha prudencia. Crecerían en el Gobierno los halcones como Marcos Peña y Patricia Bullrich que, a caballo del caso Chocobar, cree haber encontrado su perfil como ministro de la mano dura, un rol que tiene no pocos seguidores.

De más está decir que, si la violencia se queda con el primer plano de la marcha, son previsibles más operaciones judiciales que afecten a Moyano o a otros caciques gremiales, porque el Gobierno encontraría un ambiente más propicio para continuar su ofensiva.

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