Por Carlos Tórtora.-

La toma de tierras en el Partido de Merlo, que ayer puso sobre alerta a todo el conurbano bonaerense, no sería en lo más mínimo un hecho aislado. Entre los diversos grupos que impulsan la ocupación, habría varios que, lejos de preocuparse por la cuestión habitacional, estarían formando parte de un plan mayor. Al escritorio de Mauricio Macri habría llegado un informe que menciona la existencia de un supuesto plan para desatar la violencia en zonas urbanas y empañar el casi irrefrenable triunfo de CAMBIEMOS el próximo 22. Hasta hace una semana -y como informara como primicia este medio-, se especulaba con que grupos de choque afines al gobierno desatarán la violencia en el conurbano la misma noche en que el jefe del PRO sea consagrado presidente. El ex piquetero Raúl Castells admitió públicamente que dirigentes sociales del oficialismo habrían intentado alquilar sus servicios para este operativo destinado a mostrar la existencia de una presunta resistencia popular contra el giro centroderechista. Obviamente, la semana negra en gestación sería la obertura de un plan de lucha social contra el ajuste y la apertura de la economía que, según el actual oficialismo, pondría fin a las conquistas sociales de la década ganada.

Dilema de hierro

Siempre según las mismas fuentes, el nuevo plan de violencia que estaría en elaboración apuntaría a un efecto todavía mayor que el anterior. Se lo llamaría el “8 D”. Este día, 48 horas antes de que Macri se calce la banda presidencial, una serie de grupos de choque financiados por el kirchnerismo coparían el microcentro porteño saqueando negocios, quemando vehículos y atacando locales del nuevo oficialismo. Para facilitar esta noche de caos (que podría ser más de una) la Policía Federal recibiría la orden secreta de desaparecer de las calles, dejando la Capital en manos de las bandas del conurbano. Macri quedaría atrapado entonces en un dilema peligroso. Si le ordena a la Policía Metropolitana reprimir, probablemente debería hacerse cargo del gobierno en un clima convulsionado por el saldo de muertos y heridos y la movilización masiva del kirchnerismo y la izquierda copando las calles. Si, en cambio, la Metropolitana se abstiene de aparecer y los saqueos se consuman alegremente, el costo para el nuevo presidente no sería menor: se lo acusaría de actuar con debilidad y permitir que la ciudad que es la cuna y baluarte del PRO sea devastada. O sea que asumiría en un ambiente cargado de tensiones.

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