Por Guillermo Cherashny.-

Las últimas declaraciones de Sergio Berni diciendo que «el que trajo al borracho, que lo lleve» se suman a las críticas casi diarias del «Cuervo» Larroque o los dirigentes que no concurren a sus actos y las chanzas de «sus amigos», como el sindicalista Gerardo Martínez, quien le regaló una lapicera para que la use como presidente.

En realidad, al presidente no hay humillación que lo haga renunciar o que se le pase por la cabeza la renuncia. En efecto, quien se conformaba con la embajada en España vive en el mejor de los mundos sin ejercer el poder, porque se considera un líder de izquierda y feminista de Latinoamérica y le encanta viajar por el mundo, especialmente por Europa, donde luce con gran caradura sus contradicciones a favor o en contra de Rusia por la invasión a Ucrania.

Alberto tiene una gran autoestima y se considera un gran comunicador y le gusta hablar con un perfil alto, aunque se contradiga en el mismo día. Se autopercibe como líder latinoamericano por ostentar la presidencia de la CELAC, un sello de goma que no le da ninguna personería para hablar en nombre de América Latina para dar su opinión sobre la guerra o invasión de Rusia a Ucrania.

Asimismo, en la residencia de Olivos, rodeado por entorno de mesa ratona la pasa muy bien comiendo sandwiches de miga, ravioles, bife con huevo frito y algo de alcohol. En ese mundo irreal el presidente está muy cómodo y no le importa que todos los días los propios lo humillen, porque está convencido de que los líderes europeos lo tiene en alta consideración -que es su auto convencimiento- salvo Biden, el presidente de Estados Unidos y el Papa Francisco, que no lo reciben en una bilateral para escuchar cómo Alberto quiere salvar al mundo. Se considera un incomprendido en su país pero muy valorado en el mundo.

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