Por Enrique Arenz.-

Cuando Alfonsín le ofreció a Fayt el cargo de ministro de la Corte Suprema de Justicia, el prestigioso jurista aceptó, le agradeció y antes de despedirse le pidió: «Por favor, doctor, borre mi teléfono de su agenda porque no lo voy a atender nunca». Y así lo hizo con todos los presidentes que se sucedieron hasta ahora (si no me equivoco, nueve o diez, algunos transitorios como Rodríguez Saá, otros fugaces, como Caamaño).

Sus fallos fueron siempre justos, equilibrados, racionales y transparentes. Jamás se plegó a mayoría automática alguna y en el salón de acuerdos defendió apasionadamente y con argumentos jurídicos irrebatibles sus disidencias con aquellas mayorías. Nunca funcionario alguno pudo ni siquiera acercársele para presionarlo. Fue siempre independiente, libre e indómito. Y profundamente respetado por sus colegas, discípulos de la Universidad y hombres del Derecho.

Escribió treinta y cinco libros que han estudiado generaciones de abogados, fiscales y jueces. (Leer nota de La Nación del año pasado: «No le debo nada a ningún presidente»). Contó una vez: «Mi tesis doctoral en la Universidad de Buenos Aires criticaba la reforma constitucional que aprobó Perón en 1949. Los jurados no me quisieron tomar el examen y tuve que escribir otra tesis».

Un juez así tenía que chocar tarde o temprano con algún presidente autoritario, ignorante y poco respetuoso de las instituciones republicanas, con lo ha sido Néstor Kirchner y lo es, y fue siempre, su viuda y actual presidente. Mientras no lo necesitaron, lo ignoraron, lo soportaron, se bancaron algunos fallos en disidencia, como en el caso de la ley de Medios, pero al irse Zaffaroni y con el fallecimiento de otros dos ministros, Fayt se les hizo imprescindible. Entonces decidieron golpearlo sin consideración ni respeto. «A este viejo lo soplamos un poco y se cae solo», debieron de pensar los muy ingenuos.

Como no tenían nada de qué acusarlo, decidieron culparlo de ser un viejo. «Casi centenario», dijo la doctora en un discurso por cadena nacional, «Una momia», lo calificó Hebe de Bonafini; «Que demuestre su aptitud psicofísica», lo desafió el ex prófugo del baúl Aníbal Fernández.

Pero de poco les sirvieron estas indignidades. Fayt es un hombre valiente, tenaz que tiene un notable sentido del humor y que luego de su larga vida de jurista y maestro del Derecho está de vuelta de los avatares de la pequeñez humana y la vileza política. Les mandó decir por su abogado, el doctor Rizzo: «Voy a hacer lo que yo quiera, no lo que quiere Aníbal. Si sigo con vida y estoy bien pienso quedarme en la Corte diez años más». (Tomá pa’ vos, diría Johnny Allon).

Se cuenta además una anécdota genial (aunque su veracidad no está demostrada, pero los mitos también valen para enfrentar la ignominia): cuando Aníbal y otros sujetos de esa ralea que se llama «el proyecto» le sugirieron que saliera a la calle y se hiciera ver para demostrar su capacidad cognitiva, Fayt contestó: «No hay problema, pero con una condición, que la doctora Fernández me muestre primero su título de abogada».

Él se mata de la risa. No lo van a ablandar ni a asustar con bravuconadas, escraches y otros recursos fascistoides de vuelo tan gallináceo, porque Fayt no tiene cola de paja, no esconde muertos en el placard, jamás tuvo una vida privada indecorosa, vive austeramente y nunca se dedicó a acumular una fortuna, si es que esto último fuera condenable, que no lo es, por supuesto.

No, no es al doctor Fayt a quien este gobierno ofende. Él está demasiado arriba, en la estratósfera moral, para que le lleguen los picotazos de estos pollos en furiosa retirada. A quienes este gobierno inepto y poco inteligente está lastimando injustamente es a todos los viejos de la Argentina, que son millones. ¡Son ellos, nuestros viejos, los que hoy acusan el golpe feroz de este inaudito ultraje a la ancianidad! Y también debiera sentirse lastimado el amigo de Cristina, el papa Francisco, que predica contra la cultura del descarte de los ancianos, y que suele repetir: «Tener un abuelo sabio en casa es lo mejor que le puede pasar a una familia. Aquí lo tenemos a Benedicto, nuestro anciano y sabio consejero que vive con nosotros».

Si los ancianos de la Argentina tenían sobrados motivos para repudiar a este gobierno, ya sea por las jubilaciones que perciben la mayoría de ellos, inferiores a los salarios de un presidiario, o por los impuestos a las ganancias que les hacen pagar a otros, como si la jubilación fuera una ganancia y no el reintegro de aportes realizados durante una vida, o bien por la escandalosa atención del PAMI, más parecida a una tenebrosa metáfora de la eutanasia que a una institución de atención de la salud para la tercera edad; si ya tenían suficiente con todo eso, ahora han sumado una nueva causa de rechazo y abominación: este gobierno también desprecia a los viejos porque considera que no tienen aptitud psicofísica ni condiciones cognitivas, en una palabra, que no sirven para nada.

Pero esto demuestra que el gobierno no sólo es insensible ante el drama de la ancianidad en la Argentina, sino que ni siquiera tiene la inteligencia de no irritar a los viejos más de lo que ya están, porque su voto también vale, y no hay que olvidar que mientras muchos jóvenes dejan de cumplir su obligación cívica, ellos suelen ir a votar aunque sea con muletas y marcapasos.

Share