Por Jorge Raventos.-

Resulta irónico que, precisamente en el momento en que arreciaban las operaciones de acoso y se sucedían en sus filas deserciones y cambios de camisa que suscitaban perentorios diagnósticos terminales, Sergio Massa se haya instalado en el centro del escenario político.

Todo el mundo se ha estado preguntando en las últimas semanas qué haría el jefe de los renovadores: ¿accedería a postergar sus aspiraciones presidenciales para acompañar a Mauricio Macri como candidato a gobernador bonaerense, bajaría a la pelea de la provincia con una «boleta corta” (sin candidato a presidente) dada la renuencia macrista a una estrategia común, se retiraría de toda competencia este año para esperar su turno más adelante?

Lo que no mata, fortalece

Pivoteando sobre esas incógnitas, aguantando el temporal, las presiones y las operaciones políticas, Massa ha conseguido demostrar que sigue vivito y coleando (“Saca ventaja de sus contrariedades; lo que no le mata le hace más fuerte”, explicó anticipadamente Friedrich Nietzsche). El miércoles 10 inscribió en la Justicia Electoral el espacio que comparte con el cordobés José Manuel De la Sota y se presentó como lo que nunca había dejado de ser: precandidato a la presidencia de la República. Simultáneamente, uno de sus hombres más cercanos declaraba que «el intento de unificar a la oposición se terminó; ahora decide la gente. Nosotros pusimos la mejor voluntad».

Sin embargo, todavía muchos malician que el jefe de los renovadores podría cambiar su juego vertiginosamente un minuto antes de la hora señalada para inscribir legalmente las candidaturas, esto es, el sábado 20. Sucede que Massa ha demostrado habilidad y eficiencia trabajando con el misterio y la sorpresa. En 2013, cuando consiguió parar en seco la ambición re-reeleccionista del kirchnerismo, la irrupción del Frente Renovador y su propia candidatura constituyeron un enigma que desconcertó a la Casa Rosada. La señora de Kirchner nunca perdonó que Francisco Larcher, entonces vicejefe de la Secretaría de Inteligencia, le garantizara que Massa no se presentaría.

Massa paga un precio, de todas maneras, por esa guerra de zapa con la que ha conseguido resistir: las incógnitas provocan incertidumbre en sus aliados. Algunos de ellos le reclamaban que capitulara ante Macri; otros le recriminaban que mantuviera líneas de diálogo con el jefe porteño y encontraban en esa circunstancia una coartada para volver al oficialismo.

La guerra de zapa

Ante competidores que cuentan con el manejo de estructuras extensas y cajas caudalosas (los poderes del estado central, de la ciudad autónoma y de la provincia más fuerte),Massa se siente justificado en el uso de la picardía comunicacional. Hace yudo: el propio Mauricio Macri y sus escuderos contribuyeron a ponerlo en el candelero con su porfiada negativa a una interna grande abierta que incluyera a los renovadores. Esa obstinada reticencia del Pro le dio al massismo, como contrapartida, un aura de fuerza abierta al diálogo que sintoniza con las aspiraciones de una opinión pública cansada de intransigencias y confrontaciones. Es un arma nada despreciable para afrontar la estrategia polarizadora de sus adversarios. En el bunker del tigrense consideran que Macri y Scioli son socios en una estrategia de polarización y “tercero excluido”, con Massa como víctima propiciatoria. Y tratan de que la sociedad observe ese hecho. Según el intendente de San Miguel, Joaquín De la Torre, un massista originario, autónomo y leal que estuvo entre quienes dialogaron con Macri, éste le mostró un mensaje de texto de Daniel Scioli que había recibido en su celular: exhortaba a no ceder en la presión sobre Massa, “que ya está casi knock out”.

Desde el Pro también alimentan la guerrilla de información: hicieron trascender que, bajo cuerda, el massismo sigue negociando espacios para sus segundas líneas. Una manera de hacer daño, insinuando que, pese a sus últimas declaraciones, el jefe renovador planea retirarse de la pelea: “Soldado que huye sirve para otra guerra”, comentan con ironía. Refuerzan esa sugerencia citando al propio Massa cuando este afirma: “Soy joven”. Interpretan esas palabras como una señal de que “tiene tiempo” y decidirá “esperar su momento”.

Lejos de esa mirada autocomplaciente, la Casa Rosada se muestra cautelosa porque no tiene certidumbre sobre la próxima jugada del jefe renovador. Se pregunta si seguirá en la carrera presidencial o decidirá súbitamente replegarse a la pelea por la provincia de Buenos Aires bajo el pabellón de su alianza con José De la Sota, con éste como candidato a presidente.

Quid prodest?

Es que no hay coincidencias plenas entre los posibles beneficiarios de la deconstrucción de Massa. Lo que parece entusiasmar a los candidatos presidenciales del eje polarizador (desplazar al jefe renovador de la carrera principal) no alegra tanto a la Casa Rosada, más bien la intranquiliza: temen que eso lo impulse a candidatearse a la estratégica gobernación bonaerense.

Un dato fuerte que alimenta esa inquietud es que los renovadores se han ido desproveyendo de candidatos plausibles para el distrito: Francisco De Narváez se abrió de una candidatura costosa pero prometedora con el argumento de que así facilitaría el fracasado acuerdo entre Massa y Macri. Felipe Solá, cuyo nombre fue meneado como reemplazo de jerarquía, se muestra renuente a asumir ese desafío. “Si quieren hacer fuerza en la provincia, sólo les queda el propio Massa como candidato a gobernador -especulan en Balcarce 50-. Mucho más si pierde interés en la presidencial”.

Si la señora de Kirchner teme ese movimiento es porque sabe que los precandidatos de su fuerza en la provincia (todavía quedan cuatro que se resisten al baño de humildad sugerido por ella: Julián Domínguez, Aníbal Fernández, Sergio Berni y Fernando Espinoza) difícilmente puedan ganarle a Massa. Y necesita ese distrito como espacio estratégico para defender “el proyecto” (y, de paso, para alambrar su seguridad jurídica).

Tal vez por eso ha empezado a deslizarse el nombre de Máximo Kirchner como posible copiloto de Julián Domínguez en la fórmula bonaerense que apalancaría la Presidente. Las encuestas les indican a los cerebros del gobierno que el apellido Kirchner sigue teniendo crédito político en los numerosos bolsones vulnerables del conurbano, que constituyen su esperanza en la decisiva elección provincial.

Queda una semana extendida para las argucias, las sorpresas tácticas, los misterios, los trapicheos, las negociaciones, las presiones. Se verá entonces quién aspira a qué y dónde.

Antes -hoy mismo- las elecciones en Santa Fe y Río Negro entregarán tela para cortar y probablemente suscitarán reflexión y ajustes en algunas estrategias. También permitirán medir las cuotas de acierto, error y/o manipulación de muchas encuestas.

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