Por Jorge Raventos.-

Pese al interés que despertó el espectáculo televisivo del módico debate entre candidatos del último domingo, la indiferencia y el desapego mayoritario por la política aún siguen prevaleciendo. Para el uomo qualunque resultan más convocantes los contrastes de la selección de fútbol o hasta el Mundial de rugby que la costosa propaganda electoral.

En este paisaje se produce, paradójicamente, un hecho singular: la existencia de un consenso fáctico sobre puntos fundamentales de la agenda a poner en práctica en el ciclo político que se inicia el 10 de diciembre. Pocas veces ha existido antes una convergencia semejante en vísperas de una nueva etapa presidencial.

Con su insistencia en mostrar desamor o desprecio por los candidatos (un elenco en el que se consideran mal representados inclusive por el propio), la señora de Kirchner y el círculo que la rodea insisten en su propia consigna: “el candidato es el proyecto”. Es el tema que repiten en cadena.

La agenda en la que convergen los candidatos para poner en práctica a partir del 10 de diciembre tiene muy poco que ver con el “proyecto” al que alude el kirchnerismo.

La agenda del nuevo ciclo

Los consensos sobre políticas de Estado no siempre se manifiestan con pompa y circunstancia o adquieren el rango de pactos con muchas firmes al pie. A veces se expresan apenas con coincidencias prácticas. Y a veces (obsérvese Brasil) la agenda es puesta en práctica por quien menos la compartía en campaña.

Hoy en el país puede observarse, sin mengua de la natural competencia de la elección, una agenda compartida de modo explícito o tácitamente, a través del consentimiento de los silencios y la ambigüedad. Como en el truco, aquí se juega hablando y haciendo señas.

Véase un ejemplo: Sergio Massa formula enérgicos proyectos relacionados con la seguridad y la pelea contra el narcotráfico, que incluyen temas como la participación de las fuerzas armadas, la sanción de una ley de derribo para combatir los vuelos clandestinos de los que se sirve el crimen organizado o, en otro plano, la reducción de la edad de imputabilidad.

Lo significativo es que esas posturas pasen sin que se desate un escándalo fundado en la corrección política. Durante el debate del último domingo, Massa reiteró esos puntos y sólo Margarita Stolbizer esbozó un reparo (suave) sobre la penalización de adolescentes.

Si Scioli, cuyo probable ministro de Seguridad sería el teniente coronel Sergio Berni , no se hubiera ausentado del debate del domingo, probablemente habría optado por el consentimiento silencioso de estos puntos, como hizo Mauricio Macri, que estuvo presente. He allí un tema de consenso en la agenda que viene. Un punto que también habla de la necesidad de que el país saque a las Fuerzas Armadas del rincón de las penitencias y les otorgue el rol institucional y profesional que requiere una gran política.

Buitres y otras aves de rapiña

Las declaraciones de Juan Manuel Urtubey en Nueva York sobre la necesidad de un rápido acuerdo con los fondos buitre son, en rigor, parte del discurso que el candidato Scioli no pronuncia pero suscribe, buscando que, a través de sus voceros, se adivine su pensamiento íntimo.

Ese no es el programa “del proyecto”, como ociosamente aclaró Aníbal Fernández.

Macri está tan de acuerdo con los dichos de Urtubey que reivindica su propiedad intelectual y asegura que el salteño (y, por carácter transitivo, Scioli) lo plagia. Roberto Lavagna, gurú económico de Massa, hace años que viene planteando que Argentina, con su insuficiente tasa de ahorro interno, debe procurarse inversión extranjera. La resolución rápida del pleito con los holdouts es una clave para cumplir con otro punto de consenso: la necesidad de convocar rápidamente a inversores y acceder al financiamiento del mercado en condiciones más benignas que las actuales. Buscar en un endeudamiento razonable las formas de suavizar o postergar el ajuste con el que amenazan los economistas más ortodoxos es otro consenso de la agenda que viene.

Hay más: por caso, la urgencia de que el Estado deje de pelear con “el campo” y, en cambio, se asocie dinámicamente con ese sector, el más competitivo de la producción argentina y el gran proveedor de divisas.

En fin, hasta las cuestiones de estilo (el no considerar al adversario político un enemigo, la capacidad de dialogar) son señales de una nueva etapa y del fin de la estrategia de confrontación permanente con que el kirchnerismo procuró (en parte con éxito) construir poder.

El nuevo consenso (alentado, por otra parte, por la prédica del Papa y de la Iglesia) parece orientado por la idea de la reconciliación, la unión nacional, palanca esencial para que el país pueda crecer y reinsertarse en el mundo.

Observada con esta óptica, la elección dirimirá un plebiscito implícito: por “el proyecto” que enarbolan la Presidente y sus huestes, o por el nuevo consenso, sea quien sea el escogido para encarnarlo.

Hay pues, ante la sociedad, un dato de la realidad (el fin del ciclo K, determinado por la Constitución y por la imposibilidad política de la re-reelección de Cristina Kirchner) y una agenda compartida para el ciclo nuevo.

Detalles a definir

Quedan algunos detalles. Uno, que obviamente no es despreciable (sobre todo para los protagonistas), es quién protagonizará el ciclo que viene. Otro, el interrogante sobre si, pese a aquella agenda compartida, podrá garantizarse la gobernabilidad con la permanencia en puntos clave del Estado de un kirchnerismo residual. Son dudas legítimas.

A la primera, la que hace a los candidatos, ellos mismos deben desarrollar sus estrategias y aventar las dudas en los días que restan hasta la elección.

El punto vulnerable de Scioli (que está a poca distancia de un triunfo sin necesidad de segunda vuelta) sigue centrado en su aparente dependencia de Cristina Kirchner y la perspectiva de que un triunfo suyo establezca un gobierno de doble comando.

Sergio Massa es golpeado en dos puntos. El no peronismo lo acusa de ser funcional al oficialismo por su insistencia en seguir en carrera: su pecado residiría en su éxito en no resignarse a la polarización. Desde otros ángulos, se lo cuestiona por ser joven (“tiene tiempo”, “este no es aún su momento”), argumento frente al que él se vacuna blindándose con la experiencia de Roberto Lavagna y José Manuel De la Sota, con quienes ha constituido una suerte de triunvirato de gobierno.

En cuanto a Macri, y a Cambiemos, su vulnerabilidad está en la evocación de la Alianza y de las dificultades que se presentan a una fuerza no peronista para garantizar gobernabilidad. Al encabezar la inauguración del monumento a Juan Perón en la ciudad de Buenos Aires, el jueves último, con la asistencia de algunos justicialista emblemáticos (Eduardo Duhalde, Hugo Moyano) Macri intentó exhibir su capacidad de diálogo con el peronismo. Sin duda tiene esa capacidad, pero la prueba que él necesita atravesar es un poco más exigente que un acto público.

Pero lo determinante es la agenda del nuevo ciclo que sintonice con la realidad, la que guiará a la Argentina a partir del 10 de diciembre.

Eso quedará sancionado el 25 de octubre, haya o no ese día definición sobre el nuevo Presidente.

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