Por Carlos Tórtora.-

La producción de Netflix sobre la muerte de Alberto Nisman permitió que se produjera un nuevo episodio entre Cristina Kirchner y Alberto Fernández. El documental en cuestión mostró a un Alberto claramente inclinado por la hipótesis del asesinato, lo que contradice la postura oficial de la ex presidente a favor de que no hubo homicidio. El presidente emparchó las cosas recurriendo al cambio de opinión afirmando ahora que se habría tratado de un suicidio. Así es que el presidente sacrificó su credibilidad para evitar un choque con su socia política. No es el primer episodio de este tipo que ocurre. Apenas asumida la presidencia, Alberto se llevó una sorpresa cuando Cristina declaró en el juicio por las obras públicas de Santa Cruz y sugirió que se lo citara a él para declarar en su calidad de jefe de gabinete y responsable de la administración del presupuesto. Por toda reacción, Alberto se limitó a decir que ella había cometido un “error moral” con Lázaro Báez. También hay que recordar, en esta curiosa relación, que el presidente fue categórico al afirmar que CFK tendría “0 injerencia” en el armado del gabinete. Pero sólo una quincena más tarde les cedió a operadores de ella lugares claves dentro y fuera del gabinete.

Hasta qué punto

Por lo que parece, la prioridad para Alberto es evitar la confrontación con ella, aunque el costo sea ceder. El interrogante es qué pasaría si el precio a pagar por el mantenimiento de la paz fuera sencillamente inaceptable.

Por el momento, es obvio que la vicepresidente sabe que el presidente cederá ante sus pretensiones y parece dispuesta a hacer uso y abuso de este beneficio.

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