Por Carlos Tórtora.-

Alberto Fernández experimentó la semana pasada que es más difícil administrar la crisis de la pandemia que lo que fue implantarla. Al descontrol de la asistencia masiva de los jubilados para cobrar sus haberes en los bancos se le sumó el frustrado intento de Ginés González García de declarar de utilidad pública el sistema de salud privado, que provocó la reacción de empresarios y clase media. Ahora, el presidente le ordenó a su entorno mantener el secreto acerca de cómo será el DNU que prescribirá la flexibilización de la cuarentena a partir del lunes 13. El método elegido parece ser el de enumerar taxativamente las actividades que quedarán exceptuadas de la cuarentena. Pero Alberto está convencido de que el esquema general de la cuarentena debe seguir y que el gobierno no debe dar la impresión de que ya salimos de la crisis. Sobre esta determinación presidencial pesan los ejemplos de Donald Trump y Jair Bolsonaro. El primero encaró la pandemia negándole importancia para no perjudicar el buen momento económico de los EEUU con vista a su reelección en noviembre próximo. Pero la realidad lo golpeó duramente. Trump intentó forzar la realidad cuestionando la cuarentena ordenada por el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, y así se fue enfrentando también con otros gobernadores. El caso es que los números -más de 9000 muertos- demostraron que la crisis era profunda y descolocaron al presidente, que quedó mal parado ante la opinión pública, que lo culparía de haber descuidado las previsiones médicas.

Similar actitud a la de Trump siguió Bolsonaro, que boicoteó personalmente las cuarentenas ordenadas por varios gobernadores y llevó la tensión al máximo bajo la consigna “Brasil no puede parar”. El resultado fue también una baja en las encuestas y el virtual desplazamiento del presidente del manejo de la crisis, que ahora recae en el jefe de la Casa Civil, general Walter Braga Neto.

El gradualismo

Alberto se mostró desde el comienzo como la contracara de Trump y Bolsonaro, sin olvidar también a Boris Johnson, que durante varias semanas estuvo minimizando la crisis hasta que se vio obligado a dictar la cuarentena total ante el aumento de los casos. El problema central del presidente es cómo reabrir la economía sin que esta flexibilización favorezca una escalada de contagios que por ahora no se muestra en los números. Los números que le arrima el equipo económico sobre el impacto recesivo de la cuarentena son impactantes pero no alcanzan para moverlo de su convicción: cualquier repunte del coronavirus sería nefasto también para la economía. En los últimos días, el gobierno empezó a sumar apoyos a su gestión de crisis para no asumir todas las responsabilidades. Un experimento en este sentido es el DNU en marcha para que los intendentes controlen los precios de los pequeños comercios.

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