Por Carlos Tórtora.-

El gobierno se encamina hacia la etapa decisiva de la pandemia con una consigna clara que repite sin cesar el presidente: elegir la gente antes que la economía. Aunque verdadera, esta frase sólo lo es a medias, porque cuidar la actividad económica también es ocuparse de la gente. El contraejemplo de Alberto es Jair Bolsonaro, que insta a sus gobernados para que salgan a la calle, violando las restricciones puestas por los principales gobernadores del país. Es obvio que Bolsonaro actúa convencido de que el impacto del coronavirus no será en Brasil tan abrumador como en Italia y España y que entonces no tiene justificación pagar el costo de una economía parada. En términos políticos, Alberto le apunta al objetivo de haber prevenido a tiempo la ola de contagios evitando un colapso del sistema de salud y absorbiendo el impacto sin descontrol.

Pero la factura a pagar es grande. La cuarentena total ha frenado casi del todo a una economía que no alcanzaba a salir de la recesión. La jugada presidencial es más que obvia: incluir la recesión Argentina en la ola de recesión mundial y tratar de evitar el desgaste por los problemas específicos de la economía local. Si bien la Casa Rosada puede llegar a anotarse un éxito con la actual política de cuarentena total, la memoria de los argentinos es cortísima. Entonces, lo más probable es que ni bien se distiendan las medidas de emergencia empiece una feroz puja sectorial en busca de asistencia económica del gobierno.

La poscrisis

Cuando empecemos a entrar en la poscrisis se verá más claro si las consecuencias económicas de la pandemia pueden derivar o no en una crisis política. Algunas señales son sugestivas. Por ejemplo, el silencio sepulcral de Cristina Kirchner que, después de viajar a Cuba para volver con su hija Florencia, está cumpliendo la cuarentena obligatoria de 14 días, lo que no sería un obstáculo para dirigirse a los medios y apoyar el esfuerzo del presidente, cosa que se cuidó muy bien de hacer. Hay quienes creen que el pico actual de popularidad de Alberto y su intención de aparecer como el vencedor de la pandemia no son bien vistos por el cristinismo.

De un modo u otro la suerte ya está echada por el presidente y, como se demostró con el cierre de fronteras, no le queda ahora otra alternativa que profundizar el rumbo tomado.

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