Por Guillermo Cherashny.-

Luego de dos semanas del anuncio del ministerio de economía de recompra de deuda por 1000 millones de dólares, la moneda norteamericana se dirigía a superar los $ 400. Empezó a retroceder por efecto de esa medida y por la reducción del gasto público, el pilar de la «gestión Massa», que impide que la inflación se dispare de nuevo. Aún no se sabe el índice de enero pero el dólar a $ 390 -como estaba hace unos días- y la suba del precio de la carne, que se atrasó el año pasado pero debería estar entre 6 y 6,5% pero se lo espera en 5,5% por la baja del gasto público que pesa más en el índice que la suba de la divisa americana o los precios de los alimentos en este caso carne y verdura y frutas. Es cierto que la estabilidad es precaria y que hay mucho ruido político generado por la competencia entre Alberto y los K para ver quién es más «progresista» como con el juicio imposible a la Corte, la cumbre de la CELAC, el apoyo a las revueltas en Perú o el intento de ligar al PRO al atentado a Cristina.

Parecería que la economía logró separarse de los desaguisados políticos del oficialismo porque ni Alberto ni los K atacan las medidas de Massa sino que en el ring se desarrolla la intención de Alberto de ir por la reelección y la negativa rotunda del kirchnerismo. El intento reeleccionista del presidente obedece a que, si él no es el candidato, quiere decir que su mandato fue un desastre, que es lo que piensa la mayoría del electorado; en cambio Alberto quiere la candidatura para que se reconozca que tuvo que gobernar en circunstancias difíciles con la herencia de Macri, la pandemia y la guerra Rusia-Ucrania, y que lo hizo lo mejor posible dentro de lo que se podía y que intentó representar al sur del mundo ante los conflictos del norte rico y que fue uno de los principales pacifistas en un mundo en guerra. Este pensamiento irreal lo sostienen Gabriela Cerruti, Julio Vitobello y Santiago Cafiero y en parte -no todo- Vilma Ibarra, que cuestiona que se la quiera correr por izquierda a Cristina, como aconseja el filósofo Roberto Foster, antes un cristinista furibundo.

Por su parte, el kirchnerismo acusa al albertismo de ser complaciente con las corporaciones y los medios hegemónicos y actuar tarde contra la justicia, dominada, según ellos, por el macrismo. Cristina no sólo quiere que la justicia no la moleste sino que quiere retener el gobierno de la PBA con Kicillof para que Juntos lidere un gobierno débil al cual ella piensa hacerle la vida imposible desde La Plata y en la calle junto a los troskos. Pero para que eso ocurra necesita obtener la mayor cantidad de votos posible y Alberto es el peor candidato para obtener una derrota digna. Cristina piensa que si se arma una coalición de centro pragmática, con sentido común y market friendly, tiene la posibilidad de forzar un ballotage y obtener la mayor cantidad de diputados y senadores para impedir que Juntos por el Cambio tenga mayorías y para una coalición de ese tipo necesita a Sergio Massa, quien se excusa en razones familiares para no ser candidato porque lo sería en medio del ruido político que generan Alberto y los K. Solamente si el electorado percibe que este enfrentamiento desaparece con la renuncia del presidente a su reelección, que el electorado percibe que el ruido político de los K es sólo testimonial y, si logra estabilizar la inflación en el rango del 60/70%, anual lo pensaría, si tiene la libertad de armar una coalición de centro pragmática y amiga de los mercados. Y de ese modo los K se quedarían en La Plata. Pero no está segura de que la ideología progre acepte este esquema, aunque electoralmente permita ganar la gobernación de Buenos Aires.

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