Por Carlos Tórtora.-

Alberto Fernández actuó con prudencia en sus primeros días como presidente. Y además pidió prudencia, ya que les recomendó a sus ministros que no levanten por ahora el perfil y que dejen por ahora que el vocero sea Santiago Cafiero. Todas las miradas están puestas en cómo funciona la cohabitación en el poder entre el presidente y la vicepresidente. Aunque todavía es temprano como para sacar conclusiones, es evidente que ella salió a remarcar su personalidad, sobre todo como defensora de la ortodoxia K. Su gesto emblemático fue darle la mano a Mauricio Macri sin siquiera mirarlo, mientras Alberto lo abrazaba efusivamente. CFK monitoreó también de cerca la agenda de los invitados de la izquierda latinoamericana a la asunción de Alberto, esto es, el presidente cubano, Miguel Díaz Canel, y el ministro de comunicaciones de Venezuela, Jorge Rodriguez.

Las dos opciones

A partir de ahora, la dinámica del poder haría que la balanza se incline en una de estas dos direcciones: la primera posibilidad -y la más natural- es que el despliegue del poder presidencial, que tiene pocos límites, vaya eclipsando el rol de CFK reduciéndola a un cierto control de la gestión presidencial pero sin voz ni voto en las decisiones diarias. Ésta sería la alternativa más saludable para el sistema. La alternativa B es que ambos compartan el poder negociando las decisiones importantes, con lo cual el presidente aceptaría quedar limitado y con un poder menguado. En un país esencialmente presidencialista, un presidente atenuado correría el riesgo de perder poder rápidamente con consecuencias imprevisibles.

Hasta el momento, ante las dos decisiones económicas más duras que tomó Alberto, la doble indemnización por seis meses y la suba de retenciones, ella permaneció en silencio y al margen. Sí se sabe que el cristinismo presiona fuerte para que el Ejecutivo envíe al Congreso el proyecto de reforma judicial, cuyo contenido se desconoce pero que generaría una instancia de negociación con la justicia federal, que podría llegar a incluir algunas de las causas que aquejan a Cristina. A diferencia de Alberto, ella tiene suma urgencia en desmantelar las causas, lo que en otro contexto político sería de hecho imposible.

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