Por Carlos Tórtora.-

Alberto Fernández llegó a la Casa Rosada como el más dialoguista de los kirchneristas. Durante los primeros meses de gobierno se complació en exhibir su fama de conciliador, subrayando esta diferencia con Cristina Kirchner. Tal vez el símbolo más marcado de esta actitud fueron los tres meses de convivencia con Horacio Rodríguez Larreta con los anuncios en conjunto por el coronavirus.

Sin embargo, algo parece haber cambiado en el patrón de conducta del presidente. El viraje se vio claro cuando Alberto se negó a sentarse a dialogar con Juntos por el Cambio sobre el proyecto de reforma judicial. Sin medias tintas, el proyecto fue ingresado al Senado excluyendo toda negociación sobre las cuestiones de fondo. Después vino la intempestiva ruptura con Larreta y el castigo a la Ciudad recortándole la coparticipación. De más está decir que este nuevo perfil no conciliador de Alberto lo arrimó mucho más a Cristina Kirchner pero no le dio resultado alguno en su imagen pública. Más bien todo lo contrario: la imagen positiva del presidente viene cayendo sostenidamente en los últimos dos meses. Por ejemplo, su nuevo discurso acerca de que la Capital es una ciudad opulenta, a costillas del interior pobre, es una agresión a los porteños que probablemente tenga un alto costo electoral. Y un discurso impensable para el presidente del diálogo y la conciliación.

Ella, más cómoda

Complacida con este giro presidencial, CFK parece estar en su salsa en el clima belicoso que ahora caracteriza al gobierno. Desde su bunker del Senado, la vicepresidenta impulsa una ofensiva permanente sobre jueces y fiscales que le son adversos con la seguridad de que en la Casa Rosada ya no le van a poner palos en la rueda.

La incógnita es si este cambio en la conducta presidencial es transitorio o permanente. A medida que se acerca el pico de la pandemia, se aproxima también la pospandemia y la necesidad del gobierno de enfrentarse a un resultado económico desastroso.

Sin duda alguna, detrás de la confrontación con Larreta está la intención de que éste sea el nuevo jefe de la oposición, resultado inevitable de la agresión oficial contra la Ciudad. Queda la incógnita de por qué el gobierno dejó de preferir a Mauricio Macri como opositor, ya que éste es un contendiente ideal por sus puntos débiles, por ejemplo, las causas judiciales por corrupción. Por qué la Casa Rosada prefiere confrontar con Larreta es un enigma a descifrar.

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