Por Carlos Tórtora.-

Alberto Fernández viajó a la cumbre del G7 en Munich en medio de un aumento de su debilidad como presidente. Lo hizo llevando consigo a un alterado Sergio Massa, que ahora sufre las amenazas de algunos dirigentes del Frente Renovador que quieren alejarse del gobierno. Objetivamente, el presidente ahora pierde poder a dos bandas: Cristina lo acorrala y Daniel Scioli se desplaza como un jefe de gabinete amparado por ella; se coloca como interlocutor del gobierno con los factores de poder y, sin chocar con Martín Guzmán, va interviniendo cada vez más en decisiones económicas como la aplicación de más trabas al dólar por parte del Banco Central en respuesta al aumento de las importaciones, lo que motivó que la vicepresidenta hablara del festival de importaciones. La ofensiva de Cristina y el expansionismo de Scioli han dejado al presidente limitado a las relaciones internacionales y la defensa de un cada vez más cercado Martín Guzmán.

No es de extrañar que, jaqueado como está, Alberto no haya dicho palabra sobre el cuestionamiento de la expresidenta acerca de que los movimientos sociales sigan administrando los planes sociales. El silencio presidencial le abre camino al cristinismo para avanzar en la transferencia de los planes a gobernadores e intendentes. Si efectivamente los piqueteros pierden su cuota de poder, Alberto se habrá quedado sin su principal aliado político, el Movimiento Evita. Al presidente no parece importarle demasiado esto, ya que toleró sin pestañear que dos de sus ministros más cercanos, Juan Zabaleta y Gabriel Katopodis, pacten con Maximo Kirchner su rol en las filas partidarias.

En la cornisa

A la fecha, Alberto está recluido en su círculo íntimo, o sea, Vilma IIbarra, Julio Vitobello, Gustavo Beliz y Gabriela Cerruti. La iniciativa y el control del timón político los tiene Cristina, en tanto que Scioli sueña con que, si los números del gobierno mejoran un poco, haya un operativo clamor por su candidatura.

Volviendo al presidente, éste parece haberse olvidado de pensar en su reelección y sólo le queda una débil esperanza de mejorar en las encuestas. Obviamente, el punto de no retorno en la decadencia presidencial sería la caída de Guzmán. De ocurrir ésta, podría convertirse en un presidente títere.

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