Por Jorge Raventos.-

En vísperas de las elecciones primarias nacionales, en las que empezará a dilucidarse la pulseada por la presidencia, e inmediatamente después del balotaje porteño, Mauricio Macri inició un repliegue táctico: tomó distancia de la lógica polarizadora que había acentuado hasta ese momento y procuró hacer clinch con el kirchnerismo, adhiriendo a algunas de las políticas que previamente su fuerza había enfrentado, cuestionado, criticado o apoyado con reticencia (desde la estatización de Aerolíneas Argentinas e YPF a la eliminación del régimen de AFJP).

El viraje del Pro

Desde aquella noche del domingo, los candidatos del Pro abandonaron inclusive el tono de censura hacia Daniel Scioli (hasta allí concebido como el polo opuesto a Macri): el miércoles, en el programa “A Dos Voces”, María Eugenia Vidal se esforzó por gambetear todo juicio crítico contra el gobernador cada vez que los periodistas exploraron ese terreno, y focalizó sus reservas en “los que gobernaron todos estos años”, un trabajoso eufemismo para aludir al peronismo en sus distintas variantes.

El viraje macrista tomó de sorpresa a muchos de sus adherentes y aliados y seguramente a buena parte de sus votantes porteños, sobre todo a los que parecían entusiasmados precisamente por la impronta confrontativa que por momentos parecía adquirir su campaña.

El oráculo del Pro, el politólogo ecuatoriano Jaime Durán Barba, intentó explicar a algunos de los perplejos cuadros y técnicos partidarios el motivo del cambio de dirección. Un cronista de La Nación describió este sábado una reunión consumada en el subsuelo de un boliche de pretensión helénica (“Pericles”) donde Durán Barba habría afirmado, por caso: “Nosotros tenemos que entender a la gente. Si la gente cree que Scioli es un buen gobernador -el 65% lo piensa-, pues Scioli es un buen gobernador. ¿Es maquiavélico? No, es acercarse a la gente. Si la gente cree que la Virgen de Guadalupe es una atorranta, pues lo será hasta que se demuestre lo contrario».

Así el redireccionamiento queda fundamentado en una mecánica adecuación cortoplacista “a la gente” (en rigor, en una cierta lectura de encuestas), con lo que el pensador del Pro le baja enormemente el precio a lo que Macri podría haber presentado como un esfuerzo para encontrar grandes coincidencias en la búsqueda de un programa de mediano y largo plazo.

Pensar como el público

El realismo es, por cierto, un capital político, infinitamente preferible al principismo “virtuocrático”, esa propensión a dividir el mundo entre un “nosotros” pleno de integridad y calidades éticas y un “ellos” colmado de vileza y pecado. Pero no se puede confundir con realismo el craso seguidismo a la opinión pública (suponiendo que los sondeos de Durán Barba registren con eficacia las tendencias, algo que muchos en el Pro dudan después de la doble elección en la ciudad de Buenos Aires).

En cualquier caso, esa misma presunta interpretación de la opinión pública era, hasta una semana atrás, la que fundaba la estrategia polarizadora y, de pronto, pasa a ser la que empuja una aproximación verbalmente conciliadora. Misterio.

A principios de este mes, se escribía en este espacio: “Las estrategias electorales de las fuerzas principales se guían por versiones rústicas de la lógica polarizadora, según las cuales cada parcialidad tiene que fortalecerse en su propio rincón y hablar principalmente para su propio público. Variantes un poco más sutiles aconsejarían dar la batalla intentando ocupar el centro. Consigan o no Massa y De la Sota encarnar la opción que ellos proclaman -“la gran avenida del medio”- ese parece el camino que prefiere la mayoría de los argentinos y el que abre las puertas al triunfo y a la gobernabilidad”.

Podría señalarse que, así sea con los vertiginosos argumentos que difunde Durán Barba, Macri parece haber elegido transitar esa avenida central. De cualquier forma, los modos y las oportunidades tienen su peso. La reorientación, para cumplir con eficiencia su objetivo, debe ser capaz de encontrar nuevos oídos receptivos sin necesariamente expulsar o alarmar a las audiencias ya incorporadas.

El momento inadecuado

En verdad, la oportunidad elegida para lanzar el cambio no fue la más cómoda. Macri lo presentó a los postres de una jornada que, si fue una victoria para Horacio Rodríguez Larreta (que pasaría a ser su sucesor por estrecha que terminara siendo su ventaja sobre Martín Lousteau), para él resultaba un trago más agrio que dulce. El triunfo “cantado” que le vaticinaban los encuestadores de Durán Barba al candidato del Pro terminaba encogiéndose a una victoria muy ajustada.

Si esa ceñida victoria de Rodríguez Larreta sobre Martín Lousteau podía interpretarse como un revés para el Pro no era solamente por las desmedidas expectativas previas generadas desde el oficialismo porteño (la misma tarde de la votación Diego Santilli anunciaba 10 puntos de ventaja), sino por el hecho de que el 51,6 por ciento que resultaba suficiente para el ganador era claramente deficitario para Macri quien, una vez que su delfín arrasara al desafiante que en la primera vuelta había quedado más de veinte puntos atrás, pensaba catapultar su campaña por la presidencia desde ese resultado rotundo en el distrito que gobierna hasta diciembre.

La decepción de Mauricio podía leerse esa noche de domingo en sus ojos y en su sonrisa pensativa cuando las cámaras lo transmitían en primer plano con el fondo de un escenario imaginado exclusivamente para la hipótesis más favorable, que se volvía incómodo cuando (una vez más, como en Santa Fe, como en Córdoba) una elección positiva quedaba muy por debajo del final fantaseado.

La vacilación de Mauricio

Para medir el estado de ánimo de Macri en ese momento hay que tomar en serio su comentario posterior a Chiche Gelblung: «Si perdíamos en la Ciudad, me hubiera bajado de la candidatura a presidente». Para decirlo con números: por 50.000 votos (la diferencia entre Rodríguez Larreta y su challenger) el país no se vio privado de la participación de uno de los protagonistas del proceso electoral que desemboca en el fin del ciclo K. Esa perspectiva es elocuente por sí misma.

En aquella pálida atmósfera de globos ociosos se inscribió el discurso de cambio que Macri ofreció como conclusión de la jornada: la letra y la música no coincidían. El final, que quería evocar la oratoria del Alfonsín del 83, necesitaba una euforia que los votos de Lousteau habían humedecido; y los méritos atribuidos a un listado de decisiones del kirchnerismo, que quizás podrían haber sonado como un gesto caballeresco en boca de un triunfador inequívoco, en esas circunstancias parecieron pasos atrás de un boxeador sorprendido por la fuerte trompada de un adversario.

Eran un discurso y un recurso para pensarlos mejor y economizarlos esa noche, donde más bien se esperaba una reacción adecuada a lo que había ocurrido: el Pro había ratificado con esfuerzo su gestión en la Capital, sin duda una de las más progresistas desde la recuperación de la democracia. Lousteau había sido un digno, eficaz rival. Punto.

En ese contexto se rifaba la novedad: la intención de replantear la estrategia anterior.

La crítica y las chicanas que sufrió Macri por el cambio insinuado se amplificaron por el momento que eligió para iniciarlo.

Caminando por el centro

Lógicamente, sus competidores no iban a desperdiciar la oportunidad ofrecida. Daniel Scioli, que se mueve como pez en el agua en la sintonía fina de la comunicación, y administra con astucia gestos, palabras y silencios, también busca la avenida central. Procura hacerlo sin mostrarse incoherente: ahora se valorizan, para él, los gestos anteriores de adhesión al gobierno central; ya nadie se sorprende por eso y desde ese posicionamiento tradicional va modulando las divergencias potenciales para hacer llegar su mensaje al electorado independiente, al ajeno a los contingentes propios del oficialismo. Entretanto, amplía la plataforma propia dejando que el peronismo tradicional ocupe con naturalidad espacios que había dejado de ocupar en beneficio de los jóvenes turcos del kirchnerismo.

En cuanto al espacio en el que convergen Sergio Massa y José Manuel De la Sota, ellos postularon tempranamente “la avenida del medio”, y procuraron una diagonal que los diferenciara de la tosca polarización entre cambio y continuidad: “el cambio justo”. Ahora ese espacio empieza a poblarse.

Moderada o eclipsada la confrontación rústica, las ofertas que hoy transitan por el ancho camino central tendrán que intentar diferenciarse por atributos más finos: mensajes más elaborados, propuestas detalladas. Por supuesto, incidirán los rasgos de los candidatos: la experiencia acumulada o atribuida, la confiabilidad que generen, la resistencia que provoquen, la voluntad de debatir o no.

Como en los países normales.

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