Por Luis Tonelli.-

El Gobierno del Presidente Mauricio Macri cierra el año con una foto feliz: el desaguisado en el que se había convertido el impuesto a las ganancias pasó de ser una exposición pública de todos los errores políticos que un gobierno podía cometer, a ser un caso de manual de como negociar y triunfar en un gobierno dividido. Sin mayorías propias en ninguna de las Cámaras, con la mayoría de los gobernadores de procedencia partidaria opositora, con los intendentes de los conurbanos -claves en el conflicto social- también opositores, con la Justicia infectada de elementos K, con una Corte Suprema de Justicia “independiente”, con las policías alineadas todavía en el “viejo sistema”, el Gobierno termina políticamente ostentando una dosis de gobernabilidad casi milagrosa.

La contracara de esa gobernabilidad es el déficit: síntoma de la debilidad en el de poder y eso se traduce en inflación, o cuando se puede, en deuda. El NO es una consecuencia institucional, no una cuestión volitiva. Y precisamente en ese sentido la densidad el macrismo es famélica. Vaya como ejemplo el increíble otorgamiento de una obra social a los nuevos movimientos sociales: en la vanguardia del mundo, el macrismo institucionaliza al piqueterismo desistitucionalizador por excelencia.

Es cierto que cuando el peronismo está en el Gobierno una concentración de la izquierda en Plaza de Mayo es un simple dato folkclórico, pero cuando hay un presidente no peronista, cuatro piqueteros cortando la Nueve de Julio es el preámbulo a la toma del helicóptero desde el nuevo “Heli Huerto” en la Rosada -por la granja orgánica que hoy corona su terraza-. El Gobierno tendría que tener un análisis un tanto más sofisticado y darse cuenta que los grandes cataclismos políticos de 1989 y 2001 se vieron precedidos por el colapso de un sistema económico y no al revés: De la Rúa gobernó dos años hasta que el corset de la Convertibilidad lo asfixió con un déficit de solo punto y medio, hoy multiplicado por cuatro.

El Gobierno parece intentar convertir el problema virtud y considerar a todo el mundo de la gobernabilidad política como “lo viejo”, como dinosaurios que no se dieron cuenta de que los asteroides ya impactaron sobre la tierra y que su desaparición está a la vuelta de la esquina.

No se sabe si Durán Barba y Marcos Peña se creen su relato y por lo tanto deben sincronizar sus relojes que les adelantan alguna centurias en esto de la vigencia de la “nueva política” o en cambio, lo que manifiestan cumple la misma función del relato pasado que rezaba que en la Argentina reinaba “una matriz capitalista diversificada de acumulación y distribución”.

Porque ciertamente, la candidez del Jefe de Gabinete y la imagen atildada de la mayoría de los miembros del Gabinete, y ni que hablar de la imagen presidencial que poco a poco se alinea con la seriedad institucional de su alta investidura -para dejar de lado las estupideces del Instagram- es el perfecto contraste con la gavilla sudorosa y vociferante de los últimos tiempos de ese kirchnerismo sacado en que se convirtió el cristinismo.

Así como los gurús de la felicidad del Gobierno pueden explicar el éxito en las encuestas de opinión pública por los métodos científicos que hacen al feedback comunicacional, la parafernalia operativa montada en Jefatura de Gabinete podría ser obviada por la simple constatación que hace hasta mi Tía Nacha de Quilmes que “pese a todo” “estos” son mejores que los “que se fueron”. Que “aquello” no “podía seguir así”.

La opinión pública aparece, de este modo, resistentemente a favor de un cambio, que aunque ni siquiera se esboza estructuralmente, si lo es patente en el “estilo”, que como dijo Oscar Wilde es mucho más importante que las substancias y las esencias. En ese sentido, la ingenuidad que le hace al Gobierno cometer los papelones más impresionantes de los últimos tiempos les sirve precisamente para demostrar que son diferentes a la banda que se fue. Esto no quita que a última hora el grupo comunicacional rompa el vidrio y active el llamado del grupo político para que los saque del berenjenal en que se habían metido hasta el tuétano.

Al igual que en el cuento de Navidad de Dickens, este fin de año está plagado de fantasmas que visitan al Presidente Macri: los fantasmas del pasado le impiden acelerar en el cambio y en gran medida siguen gobernando a través de la inelasticidad en el gasto público. Pero también, le otorgan esa legitimidad de contraste. La crisis no se ha evitado. La crisis se ha postergado. Aun así, es un gran regalo de fin de año del Gobierno a los argentinos. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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