Por Carlos Tórtora.-

Fue brutal la aparente sinceridad del Jefe de Gabinete Aníbal Fernández al asegurar que, si se levanta el cepo cambiario (como proponen Mauricio Macri y Sergio Massa), las reservas del Banco Central (BCRA) se esfumarían en tres días. Este golpe es bajo y efectista. Busca instalar en la clase media el pánico a un salto al vacío, un temor hasta irracional al pánico que serviría para que los indecisos (algunas encuestas hablan del 18% de indecisos) acepten que sólo Daniel Scioli daría ciertas garantías de que no habrá una debacle financiera producto de un cambio en el poder político. Pero el problema para el oficialismo es que los crujidos económicos ya se hacen sentir y le restan a Scioli credibilidad acerca de las bondades de practicar el gradualismo y no hacer cambios profundos. Por ejemplo Siderca, una empresa del grupo Techint, tiene suspendidos a 3.300 operarios en turnos rotativos. Eso representa casi dos tercios de su dotación de 5.000 personas que trabajan en su planta de Campana. La medida es consecuencia de la caída en el precio internacional del petróleo, que paralizó la demanda de tubos sin costura que fabrica la empresa, cuyos principales clientes están en Estados Unidos y Canadá.

La apelación kirchnerista al miedo de la clase media para conseguir los votos de los indecisos que le harían llegar a Scioli al 40% en las PASO, dejándolo en excelente posición para ganar la presidencia en la primera vuelta, es un recurso eficiente. Pero se aplica en un contexto demasiado alterado internacionalmente. La crisis brasileña empezó a parecerse demasiado al mani pulite italiano del ‘92. Dilma Rousseff ya siente el comienzo del vacío político a partir de la decisión del presidente del Congreso brasileño, Eduardo Cunha, de pasar a la oposición, pese a formar parte del Partido de Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), aliado del gobierno. Cunha dijo que se pasaba a la oposición al entender que era investigado por la fiscalía por orden de Rousseff, con el objetivo de atacar su papel político.

La tormenta perfecta brasileña incluye entonces recesión con una escalada inédita de procesamientos de altos directivos de empresas vinculadas al Petrolao, el mayor escándalo de corrupción cuyo vértice sería el procesamiento de Ignacio Lula da Silva. Si la política argentina se mira en ese espejo, la fuerte posibilidad de que Daniel Scioli llegue a la Casa Rosada no evitaría ni el tembladeral económico que se insinúa ni el avance de la justicia sobre CFK y su entorno, partir de las causas Hotesur y Báez entre otras. ¿Es Brasil el anticipo de lo que se viene en la Argentina? Imposible saberlo, pero lo que sí se consolida es que la crisis financiera china no es sólo circunstancial y que la baja de los precios de los commodities llegó para quedarse.

Pero hay otros factores que indican que los vientos están cambiando también en el centro del poder mundial. Donald Trump desató una retórica casi xenófoba al estilo del republicano Barry Goldwater, el senador por Arizona que en los 60 y 70 se colocó a la derecha de Richard Nixon. La mayoría de los encuestadores de EEUU pronosticaron que la verborragia del millonario provocaría un rechazo masivo incluso entre los republicanos. Sin embargo, Trump encabeza hoy las encuestas para presidente en su partido. Se trata sólo de uno de los indicios de que la era demócrata estaría cerca de su final y que las aperturas de Barack Obama a Irán y Cuba están bajo revisión.

Así las cosas, quien gane la elección local -hoy por hoy está más cerca Scioli- se encontrará con un mundo totalmente distinto al que cobijó al matrimonio Kirchner. Como símbolo está la realidad cotidiana del mayor aliado del gobierno K, el régimen bolivariano agoniza en medio de saqueos y muertes en los supermercados, producidos por una población que se acerca a la guerra civil empujada por el hambre y el desabastecimiento.

Barajar y dar de nuevo

En su breve historia (las elecciones del 2011 y el 2013) las PASO demostraron que funcionan como generadoras de la tendencia que luego se impone en la primera vuelta. Una canasta de las principales encuestas indica hoy -y ya sin mayores posibilidades de cambios- que Scioli no alcanza al 40% y que Mauricio Macri orillaría al 30% con el aporte de Ernesto Sanz y Elisa Carrió. Sergio Massa y José Manuel de la Sota no pasarían del 20%, en tanto que Margarita Stolbizer se estancaría en el 5%. Es decir que la posibilidad de que Scioli se consagre presidente en la primera vuelta depende esencialmente de adonde vaya este paquete de votos -la suma de Massa, De La Sota y Stolbizer-, que alcanzaría el 25% más los 2 puntos que obtendría Adolfo Rodríguez Saá. O sea, unos 27 puntos, de los cuales la gran mayoría son votos peronistas y una minoría de la centroizquierda que se opone al cristinismo.

En primer lugar, se trata de espacios heterogéneos y bastante volátiles, así que sería ilusorio pensar que Massa, de la Sota o Stolbizer controlan efectivamente a la masa de esos votantes o que pueden direccionarlos fácilmente hacia Scioli o Macri. Si podemos deducir que los seguidores de Stolbizer se dividirían entre el voto en blanco o la abstención y una parte, imposible de medir, que votaría a Scioli con la nariz tapada para evitar que un supuesto conservador como Macri se instale en la Casa Rosada.

El gran paquete en disputa es ese 20% de votos peronistas que están detrás del tigrense, el gobernador cordobés y el líder puntano.

Macri reaccionó rápidamente ante este problema. Lo hizo hasta rudamente, con su célebre giro del 19 de julio, avalando la intervención del Estado en la economía a través de YPF, Aerolíneas Argentinas, los planes sociales, etc. El miedo macrista a perder votos por derecha no existe por la sencilla razón de que, al menos por el momento, no hay derecha liberal en la arena política.

Puestos el cristinismo y el PRO de cara al problema, el primero tiene a su disposición una serie de herramientas para seducir a la dirigencia peronista no K. Están, por ejemplo, Francisco de Narváez, su operador Guillermo Ferrari y Pepe Scioli, firmemente anclados junto al gobernador bonaerense. También juega la diplomacia secreta de Juan Carlos Mazzón y Juan José Álvarez, que transitan infatigablemente el camino entre Tigre y Balcarce 50. Luego juega también Hugo Moyano, que ubicó a su hijo Facundo como diputado nacional por el massismo pero él se declaró prescidente en la batalla presidencial. Esto debe decodificarse así: Moyano ya acordó con Scioli pero no lo puede decir, porque equivaldría a admitir que está en el mismo barco que Cristina.

A partir de la noche del 9, Scioli se lanzaría a anunciar el abrazo histórico de la unidad del peronismo para absorber esta enorme masa de votos en la primera vuelta. De la Sota sería materia dispuesta. Ya consiguió retener el control de Córdoba a través de la nueva gobernación de Juan Carlos Schiaretti y ahora apuntaría al abrazo histórico con Scioli si éste le ofrece, por ejemplo, la Cancillería, que es su objetivo. Cristina, ante la necesidad de ganar en primera vuelta, podría hacer esta concesión. Por su parte, Adolfo Rodríguez Saá estaría deseoso de que lo llamen a negociar con la receta clásica: San Luis necesita que el tesoro nacional le liquide deudas pendientes de la coparticipación.

Haciendo matemáticas, si el Frente para la Victoria absorbe en la primera vuelta un tercio de los votos de Massa, De La Sota y Rodríguez Saá, Scioli arrimaría al 45% y sería presidente.

La capacidad de Macri para pescar en este río es mucho menor, con la agravante de que el PRO debe cuidar no perder su ortodoxia de la nueva política. Esta parte de una premisa básica, que tanto la UCR -su aliada- como el PJ pertenecen al museo de la política nacional y que cuanto antes se desintegren mejor será.

Así las cosas, las piezas parecen acomodarse para que Scioli llegue al 45% el 25 de octubre. Pero, siempre hay un pero, habrá que ver si la conjunción de la crisis brasileña con la china y el nerviosismo del mercado local no golpean duramente al gobernador bonaerense, cuya gran habilidad es no definir nada, lo que no ayudaría mucho si la crisis se profundiza. El plazo entre el 9 de agosto y el 25 de octubre es una eternidad si la efervescencia cambiaria y sindical aumenta. En el marco de un tembladeral, Macri podría convertirse en el centro de las expectativas. Esto sin mencionar que una reactivación de la guerra entre la justicia y el ejecutivo -los tribunales reabren mañana- no lo ayudaría a Scioli a cosechar votos con su mensaje de optimismo naranja.

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