Por Sebastián Dumont.-

Son horas en las que se habla de renovación en el peronismo, tanto nacional como provincial. Lo que no parece es que nuevas caras garanticen formas distintas de llevar adelante la acción política. Sobre todo en el conurbano, donde se tejen diversos entramados en los que sólo la difusión de un rostro novel en la conducción de un distrito no es garantía de que históricos acuerdos territoriales desaparezcan. Más bien cambian de dueño. Pero nada más. El caso de los trapitos en San Martín desnuda una realidad que es imposible de esconder.

Asoma un grupo de intendentes del conurbano, la mayoría de ellos asumidos en diciembre pasado como la expresión de la renovación del peronismo, y en casos de otras fuerzas políticas, el recambio de los famosos barones del conurbano. Eso es lo que dejó el último proceso electoral, pero no hay modificaciones de fondo en las prácticas reales, sobre todo en el territorio.

Gabriel Katopodis, en San Martín, asumió en 2011 al ganarle al aparato de Ricardo Ivoskus, que postulaba a su hijo Daniel. El “griego” llegaba con aires de renovación; sin embargo, en su curriculum figura un extenso paso por varios cargos dentro del kirchnerismo nacional y provincial. Y además, contactos de los más diversos con sectores nefastos de la política del conurbano, quienes ayudaron a financiar su ascenso. Más tarde, el último empujón se lo dio Sergio Massa, de alta imagen en el distrito, quien hizo campaña por él. Así llegó a la intendencia, donde siguen reinando fuertes anclajes vinculados con la violencia y el narcotráfico. Desde el famoso Mameluco Villalba, que quiso ser intendente, hasta lazos con el caso del crimen de Candela marcan que el distrito es un hervidero. Katopodis no quiso o no pudo romper con esos entramados. El caso del trapito golpeador lo expone. Intentó desconocerlo hasta donde pudo, pero luego tuvo que salir a reconocer que era empleado del municipio cuando estaba en todos los medios. Una vez más, ligazón entre fútbol y barras se termina mezclando.

Hay otros casos de intendentes nuevos que vienen y continúan con prácticas viejas. Se hacen visibles las revanchas personales con los anteriores y, mientras se declaman frases bonitas en las redes sociales, se ejercen brutales persecuciones. Muchas de ellas se siguen dirimiendo a los tiros.

Cuidado, que esta situación no es patrimonio exclusivo de los intendentes del peronismo. También los jefes comunales que llegaron desde Cambiemos tuvieron que utilizar en la campaña mano de obra ligada a las barras de fútbol o fuerzas de choque de organizaciones sindicales. Hoy tienen que pagar esos favores, con lo cual tienen en sus manos bombas que pueden estallar en cualquier momento.

La gran pregunta que surge es hasta dónde el crecimiento del narcotráfico se expandió entre la política del conurbano. ¿Cuántos han recibido en sus campañas dineros provenientes de esos sectores para financiar sus actividades? Una cosa es el Estado combatiendo la droga y otra muy distinta cuando el narcotráfico se entremezcla en la estructura del Estado. Desde lo más cercano a lo territorial hacia más arriba.

Por eso, más allá de lindos discursos de renovación, algunos indicios permiten presumir que, lejos de estar más tranquilos que con los denostados “barones”, los territorios del conurbano pueden convertirse en un verdadero polvorín. El caso del “trapito golpeador” parece ser tan sólo una “inocente” muestra de lo que hay detrás.

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