Por Carlos Tórtora.-

Daniel Scioli, con un impresionante despliegue publicitario, estaba logrando estos días darle su tono a la campaña. La ola naranja se diferencia de la tradicional propaganda kirchnerista en la ausencia de argumentos confrontativos e ideológicos y la apelación a una identificación emotiva y esperanzadora con el candidato. También había logrado Scioli otros dos triunfos de su estrategia de campaña. Su compañero de fórmula y comisario político, Carlos Zannini, aceptó un perfil más que bajo y casi desapareció de los medios, lo que disimulaba en cierta medida lo que todos saben: que en privado el Secretario Legal y Técnico le sigue transmitiendo al gobernador bonaerense las instrucciones de ella, que éste escucha atentamente. Por último, hasta la propia Cristina, diva central de la política, parecía haberle cedido a Scioli el protagonismo central.

Pero el narcoescándalo que desató Jorge Lanata contra Aníbal Fernández dio vuelta la situación en sólo 24 horas.

La esperanza de Scioli, según confesiones de miembros de su equipo, era que la presidente se mantuviera distante de la batahola y sobre todo que no arrojara leña al fuego. Pero ella hizo todo lo contrario. Ayer usó la cadena nacional para dejar en claro que apoya a su jefe de gabinete -un símbolo ahora de la impunidad que necesita mantener el cristinismo- y agredió como pocas veces a la oposición y la justicia. Decodificando el mensaje presidencial de ayer, a horas de que se vote el domingo, Cristina dio la orden a sus seguidores para que voten a Aníbal. Desde la óptica que es propia del cristinismo, un triunfo de Julián Domínguez y Fernando Espinoza sería leído el domingo como una derrota de CFK y Zannini. Es más, la caída de quilmeño en las urnas implicaría que el electorado, aun el que vota al gobierno, se inclina por un mani pulite, tal vez como el que está provocando el mayor tembladeral en la historia reciente de la democracia brasileña.

Así las cosas, Aníbal, un personaje en quien ella no confía y que siempre trató con distancia, se convirtió en algo más que un candidato: pasó a ser el símbolo del mantenimiento de la impunidad de los últimos doce años.

Otro escenario

Este súbito cambio de escenario volvió a colocar a Scioli en la antesala de un infierno. Si el domingo Aníbal le gana a Domínguez, él, que se preparó para realizar una campaña light con su ola naranja, deberá hasta el 25 de octubre cargar con un lastre insoportable. Efectivamente, Scioli estaría obligado a defender todos los días a quien sería su candidato a sucederlo. Su foto cotidiana con Aníbal le podría costar en la primera vuelta cientos de miles de votos. Los suficientes como para no poder llegar al 45% y quedar obligado a batallar en un complicado ballotage, ya que lo más probable es que Mauricio Macri supere el 30%. “Cristina parece estar jugando otra vez para Macri”, fue la catarsis que ayer hizo uno de los miembros del staff de Scioli. Incorporar esto como una nueva hipótesis parece, al menos por ahora, exagerado, salvo que CFK hubiera llegado a la conclusión de que el ex motonauta la traicionará, entregándola a la justicia y cambiando además la política económica. La frágil situación de Dilma Rousseff sin duda que podría estar influyendo en el ánimo de la presidente, sobre todo por las grietas que se están abriendo en el frente que encabeza el PT.

Lo concreto es que, a partir del caso Aníbal, la campaña electoral se ensució definitivamente. Y que Cristina percibiría que, cuando van por su jefe de gabinete, en realidad también están yendo por ella.

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