Por Carlos Tórtora.-

El fallecimiento de Carlos Menem invita a una reflexión sobre los ciclos del peronismo en el poder. Después de la muerte de Juan Domingo Perón en 1974, sólo Menem y los Kirchner cumplieron gobiernos exitosos y asumieron la conducción del peronismo. El riojano completó dos períodos presidenciales pero su trayectoria quedó marcada por un rápido eclipse. En un fallo histórico sobre el congreso partidario de Lanús, la justicia electoral habilitó en el 2002 al justicialismo a presentarse a elecciones con tres fórmulas presidenciales y éste fue el principio del fin para el menemismo. Con Adolfo Rodríguez Saá y Néstor Kirchner drenándole votos, Menem fue a las urnas debilitado. Así fue que en el 2003 ganó la primera vuelta en las elecciones presidenciales del 27 de abril, pero optó por no presentarse a la segunda vuelta ante la evidencia de que Néstor Kirchner, apoyado por el gobierno de Eduardo Duhalde, conseguiría una clara victoria contra un menemismo que tenía un techo bajo de votos y que sólo había ganado por tres puntos de diferencia. A partir de entonces, Menem se enfrentó a la imposibilidad de su retorno al poder y el menemismo se fue diluyendo con bastante rapidez. La mayor parte de la dirigencia partidaria se alejó rápidamente del riojano, que había construido un sistema de poder basado casi exclusivamente en su inmenso carisma. Por su parte, el kirchnerismo no perdió tiempo en el gobierno y rápidamente captó -mediante la utilización de la chequera- a los intendentes del conurbano y así liquidó al duhaldismo en las legislativas del 2005. A partir de entonces comienza un ciclo ascendente que lleva a los dos mandatos de Cristina Kirchner.

El desastre económico del gobierno K, que se explicitó a partir del 2013, favoreció la aparición del macrismo que, con apoyo de parte del voto peronista, pudo quedarse con la victoria en el 2015. Fue entonces cuando el kirchnerismo se encontró frente al desafío histórico de perder o mantener la conducción del peronismo. Las circunstancias hicieron que tuviera una nueva oportunidad. El Peronismo Federal, nacido para sustituir al kirchnerismo, no pudo conseguir su propia unidad y Sergio Massa terminó pactando con CFK, cuando era evidente que ella podía imponerse si había una PASO para dirimir la candidatura presidencial del 2019 o bien si el PJ iba a la elección con dos fórmulas presidenciales. Así fue que el antikirchnerismo, surgido como una alternativa de poder, terminó licuándose. En este proceso, el pacto Massa-CFK marcó un punto de inflexión y liquidó las posibilidades de que surgiera una alternativa al kirchnerismo. Con el triunfo electoral de Alberto Fernández, se estableció una dualidad en el ejercicio del poder, donde Cristina tiene un claro control sobre la política partidaria, compartiendo con Alberto la administración.

Un férreo control

De este modo, el kirchnerismo pudo volver al poder evitando la suerte de Menem que, aun sin ser derrotado nunca en las urnas, fue abandonado por la mayor parte de la dirigencia partidaria y perdió el control del peronismo. Fue decisivo para la continuidad de Cristina el hecho de que a partir del 2015 no surgiera ningún liderazgo peronista con capacidad de disputarle la conducción.

Ahora el desafío del kirchnerismo para escaparle a la pérdida de poder que sufriera Menem está en la captación de las estructuras partidarias y de los cargos electivos. O sea, asegurarse el control aun en caso de una derrota electoral. La Cámpora, eje central del aparato político oficial, tiene como meta el aumento significativo de su bancada de diputados nacionales en las legislativas de este año y, como broche de oro en el 2023, la obtención de la mayoría de las intendencias del conurbano, además de varias gobernaciones. De conseguirlo, no sólo escaparía al síndrome de Menem -ser abandonado por el peronismo- sino que podría institucionalizarse en el poder aun cuando el justicialismo sea derrotado en las urnas. Menem construyó su liderazgo en el peronismo haciendo girar todo sobre su figura y dejando el armado político en manos de dirigentes que en muchos casos, a la hora de la verdad, no le respondieron incondicionalmente. Los Kirchner fueron, en cambio, implacables en el ejercicio del poder y se aseguraron de controlar todos los resortes del peronismo, desplazando sin vacilaciones a los disidentes. La diferencia sustancial es que Menem permitió que durante su presidencia creciera el duhaldismo como una corriente partidaria disidente con el menemismo. Los Kirchner, por el contrario, siempre exigieron la obediencia absoluta y, ni bien asumió la presidencia, Néstor programó y ejecutó la eliminación del duhaldismo como factor gravitante.

Share